Desaparecidos de Racing. Tiempo de carnet
Por Julián Scher/El Furgón
El carnet se mantiene intacto. Lo atesora una de sus sobrinas. Es una muestra más de que a las pasiones no hay modo de borrarlas del mapa de la humanidad. Se lee grande el nombre del club. Se lo ve pibe, vital, con las cejas tupidas y la nariz afilada, con la corbata asomando justo debajo del cuello. El pelo no le tapa las orejas y los ojos enfocan un punto fijo a la espera de que llegue el domingo. Aparece un número que es el número: 42.611. La imagen no permite dobles interpretaciones: Jorge Caffatti se hizo socio de Racing el 25 de marzo de 1958. Justo cuando la Academia cumplía 55 años. ¿Cómo se iba a imaginar el empleado que los atendió a él y a su amigo Carlos Tapia en la sede de la Avenida Mitre que la dictadura del horror lo secuestraría para siempre en septiembre de 1978?
Ya va siendo tiempo de que Racing, como lo hizo el Club Atlético Banfield en 2019, reconozca haber demorado demasiado en admitir lo que ahora resulta evidente. Reparar no es ni perdonar ni reconciliarse con quienes siguen callando dónde están las nietas y los nietos que todavía no recuperaron su identidad
En este caso, el papel no sólo no miente sino que arrima la verdad. Una carpeta enorme escondida en un estante del segundo piso de la misma sede en la que Caffatti posó para la cámara revela que Alberto Krug selló su vínculo institucional con Racing el 13 de junio de 1964. Tenía 14 años y la ilusión de alentar a su equipo a lo largo y a lo ancho de la vida. Federico, su papá, que ya era socio, estampó la firma para dar conformidad a algo mucho más importante que un trámite. Después de que lo desaparecieran el 2 de diciembre de 1976, Rosa, su mamá, continuó pagando la cuota entre lágrimas a la espera de que su hijo menor regresara al Cilindro, o sea, a su segunda casa.
Jorge le cuenta a quien quiera escucharlo que su hermano, Alejandro Almeida, se probó en Racing a mediados de los sesenta y quedó. Sin embargo, sin la autorización paterna para perseguir el sueño de ser futbolista profesional, eligió hacerse socio y alentar al Equipo de José desde la tribuna que da al estadio de Independiente. Apenas había pasado las dos décadas cuando, el 17 de junio de 1975, ya en pleno despliegue del proyecto genocida, saludó a su mamá Taty, bajó a la calle y fue apresado por una de las bandas criminales que meses más tarde institucionalizaría la dictadura de Jorge Rafael Videla.
Reparar es tomar impulso en el espíritu asociacionista y democrático que nos parió el 25 de marzo de 1903 para hacer lo que la historia pide a gritos: devolverles a las desaparecidas y a los desaparecidos de Racing su condición de socias y de socios del club de sus amores.
Si Racing le pertenece a su gente es porque los únicos dueños legales y legítimos del club fueron, son y serán sus socias y sus socios. Desde el momento en el que se sabe que Jorge, Alberto y Alejandro eran socios y están desaparecidos, la Academia no puede continuar diciendo que no fue víctima del plan sistemático de exterminio que marcó un antes y un después en la ruta argentina. Al menos tres miembros de su comunidad -seguro son muchos más los nombres- integran la nómina de las 30.000 ausencias que dolerán hasta el final de nuestros días.
Ya va siendo tiempo de que Racing, como lo hizo el Club Atlético Banfield en 2019, reconozca haber demorado demasiado en admitir lo que ahora resulta evidente. Reparar no es ni perdonar ni reconciliarse con quienes siguen callando dónde están las nietas y los nietos que todavía no recuperaron su identidad. Reparar es tomar impulso en el espíritu asociacionista y democrático que nos parió el 25 de marzo de 1903 para hacer lo que la historia pide a gritos: devolverles a las desaparecidas y a los desaparecidos de Racing su condición de socias y de socios del club de sus amores.
No es por Jorge. No es por Alberto. No es por Alejandro. Ni siquiera por nosotres. Lo demandan, aunque aún no se vistan de celeste y blanco, quienes sostendrán de pie la memoria de este legado por los siglos de los siglos.