La encrucijada de Deodoro
Deodoro Roca, genio y figura de la Reforma Universitaria del dieciocho, líder indiscutible de la juventud ilustrada latinoamericana y dandy de los treinta cordobés, toma la defensa de un acusado a homicidio de una menor y juzgado de ante mano por la opinión pública. Esto le valió el escarnio y la desaprobación social, abriéndole al progresismo de la época una polémica: ¿tiene defensa un violador y homicida de menores?
Sábado de un estival noviembre del año 1938, por las calles del “Bajo Galán” de la ciudad de Córdoba, un trabajador municipal observa caminar a una nena mientras efectúa sus trabajos matinales. No lo sabe, pero será el último en ver a Marta Ofelia Stutz, con vida. Su secuestro y presunto asesinato –nunca se halló el cuerpo- conmovió la vida de los cordobeses, y regó de tinta roja las redacciones del país.
En medio de las presiones del poder político y balaceras entre radicales y demócratas, que convulsionaban la provincia, se iniciaron las investigaciones para dar con la suerte de Martita de ocho años de edad. Pasaron días, semanas, y la nena no aparecía. La Policía, en tanto, cargaba con todas las garantías individuales de cada testigo que citaba. El caso cobró tal magnitud que la prensa porteña comenzó a destacar corresponsalías, sin informar resultados aparentes. Las autoridades cordobesas, siempre muy afectas a la mirada del otro, máxime si ella se realiza desde Buenos Aires, estaban desesperadas. El caso no se esclarecía, hasta que “un pesquisa” de la Policía Federal dio con una red de captación de pupilas prostibularias, a lo que se sumaron objetos de la pequeña encontrados en las cercanías de un horno de ladrillos.
La madeja del ovillo comenzaba a desanudarse. Las averiguaciones llevaron al nombre de un personaje oscuro, perteneciente a la alta burguesía de la provincia que se hacía llamar “El Ingeniero”, vendedor de medicamentos, promotor de marcas importantes de la industria farmacéutica y conocido en el ambiente por “descarado y libertino”. Todo indicaba que se había dado con el perpetrador del rapto, abuso sexual, y por consecuencia de ello, la hipotética muerte de Marta. Tanta era la indignación, que los propios familiares de Suárez Zabala -los apellidos con los que cargaba el implicado- no encontraban defensor legal, hasta que en el horizonte se cruzó el abogado Deodoro Roca.
La polémica
La estirpe de Deodoro tenía peso propio. Más allá de abuelo y padre, enquistados en las luchas fratricidas del siglo XIX, él ostentaba el pendón de acaudillar el movimiento reformista que estalló en la misma Córdoba y se expandió por toda la América Hispana. De su puño salió la redacción del Manifiesto Liminar, documento fundamental, donde expresó el carácter americano y revolucionario de la Reforma. Allí, y en otros artículos y ensayos, fue junto a Aníbal Ponce, uno de los primeros en vertebrar la realidad pedagógica con la político-social. Anti belicista, como buen socialista-liberal (términos no antagónicos en nuestro país), supo representar e integrar los primeros organismos de Derechos Humanos. Hasta aquí parecía lógica la toma de la representación del detenido, pero el motivo por el que su representado Suárez Zabala estaba encarcelado era polémico para una figura como la de Roca: no se trataba de un perseguido a causa de sus ideas o visión política; estaba acusado del asesinato a una menor, luego de un ataque sexual y la desaparición del cuerpo.
Luego de una apedrea a su casa de la calle Rivera Indarte perpetrada por manifestantes exaltados, el mismo Deodoro declaraba: “Defender a un procesado no es hacer apología del delito ni solidarizarse con el crimen, ni pretender que un delincuente no lo sea. La defensa es, en todas partes, en el proceso penal, un inexcusable deber profesional”. Pero no todos admitieron el argumento sostenido por el defensor. Una astilla del mismo palo, Augusto Bunge en las páginas de La Voz del Interior salió al cruce del abogado (reportaje registrado por Jorge Felippa en el libro Quiero volver a casa, esclarecedor relato de no-ficción): “Nos preocupa el hecho de saber que el presidente de la Liga por los Derechos del Hombre es el Doctor Deodoro Roca. Tal vez fuera mejor decirlo en tiempo. Porque supongo que Deodoro Roca, cuya inteligencia, cuya generosidad de carácter admiro y a quien tanto debe el movimiento liberal de Córdoba, habrá comprendido que al aceptar la defensa de Suárez Zabala se creaba una posición incompatible en absoluto con la situación de presidente de la Liga y hasta simple afiliado a ella. Porque en ese escandaloso proceso han sido pisoteados todos los derechos del hombre, se han evidenciado tales complicidades de parte de los obligados a ponerlo en claro, se han creado tales confusiones que impiden quizás la prueba definitiva por haberla escamoteado, que no es posible actuar como defensor de Suárez Zabala sin haberse solidarizado de hecho con todas esas aberraciones”.
La reyerta llevó varios episodios, donde los contrincantes, pasaron por toda la gama de las denostaciones conocidas en castellano. Un poco más de tiempo le llevó al acusado salir de la cárcel, amén de pago de suntuosos honorarios a más de un letrado. Cuatro años más tarde, en un fallo de “duda razonable”, es absuelto. Uno de los integrantes de la cámara que liberó de cargos al imputado se llamaba Antonio de la Rúa, padre del mandatario huidizo.
En tanto Deodoro, a poco de renunciar a la defensa, muere producto de una larga dolencia. En su polémica con Bunge, el libro antes mencionado transcribe un párrafo saliente del líder de la Reforma, en el que expresa y vindica una declaratoria de principios: “A pesar de su excomunión mayor seguiré defendiendo a los perseguidos de todos los campos. Y –como tantas veces- lo haré solo, aun contra los encrespamientos de mi propia clase de la cual me salgo voluntariamente para defender ideales e intereses superiores que están por encima de pasiones, desviaciones y canalladas. Y también contra lo que, sea por cobardía o por estupidez, azuzan a los eternos enemigos de la civilidad…”.
Y precisamente, esos “eternos enemigos de la civilidad”, al mismo tiempo del proceso, crispaban con canticos el acto demagógico de re-victimizar a Marta, sin pensar en una justicia posible. Desde el reaccionario diario de doctrina Los Principios, un jesuita pre diluviano llamado Leonardo Castellani, publicaba el “Romance de Martita Ofelia”:
Martita Stutz, ¿será cierto
que no hay infierno?
Martita Stutz, por lo menos
yo estoy seguro que hay cielo.
El cuerpo está recién hecho
nieve, nácar, rosa y luz.
La niña viene durmiendo
con los bracitos en cruz,
que viva Martita Stutz…
Al día de esta publicación, Marta Ofelia Stutz continúa desaparecida.