David Viñas: Un necesario
A más de doce años de su partida, la obra de David Viñas nos sigue interpelando. Su recia figura, la lucidez en la cátedra y sobre todo su compromiso con las causas populares, constituyen un faro que aún hoy alumbra con fuerza.
El mundillo académico argentino, señalado de críptico, burocratizado y hasta conservador, pare en los cincuenta, a un grupo de intelectuales veinteañeros, capaces de revisar la configuración del país, que es ni más ni menos, leer la literatura en clave militante. Boris David Viñas, fue uno de ellos.
Nació en Buenos Aires, en la esquina de Talcahuano y Corrientes-antes de tener enfrente el Obelisco- en el año 1929. Sus primeras letras las recibió en una escuela católica y la secundaria la realiza en el Colegio Militar de la Nación, siendo echado por sus constantes desacatos. Ya en los años del primer gobierno peronista, es elegido presidente de la FUBA (Federación Universitaria de Buenos Aires) y en 1963 se doctora en la Universidad Nacional del Litoral, sede Rosario, con la tesis “La crisis de la ciudad liberal”. Como profesor, Viñas enseña en numerosos colegios secundarios y en universidades del país y el exterior, arribando al decanato de la Facultad de Filosofía y Letras de su ciudad a principios de los noventa, para luego pasar a retiro por conflicto con las autoridades de entonces.
Biografías de la literatura: David Viñas – Canal Encuentro
Hacia 1961 recibe el premio Gerchunoff , por la novela Un Dios cotidiano. En 1971 logra la consagración con Jauría, que además le vale el Premio Nacional de Literatura. El exilio y la desaparición de los hijos en el país de los setenta, marcaron de forma lacerante al escritor, rechazando en 1991 la beca Guggenheim en homenaje a sus hijos. Así terminó de conformar una imagen pública de irreconciliable -mezcla de Juan Moreira con James Dean-, sumado a la obcecación de formular a la literatura en correlato a la política.
La narrativa de David Viñas cumple un proyecto, cuyo principal fin es el de exponer las formas de la violencia oligárquica, la persistencia de esa dominación y sus múltiples manifestaciones en los diferentes planos de la historia nacional. Para ello conformó su estética con diferentes basamentos: el posimpresionismo de la literatura norteamericana de posguerra, el existencialismo sartreano, la exégesis marxista de Lukács y la revisión del discurso criollista de finales del siglo diecinueve.
Los últimos años lo encontraron persistiendo sobre los fusilados de la Patagonia, los hechos de la semana trágica, el peronismo, las defecciones de la burguesía nacional, los episodios del 2001. Su figura se extinguió el mes de marzo del año 2011, sus libros no, por fortuna.
Así escribía:
Miércoles 21
Cuando hay apuro, se escribe telegráficamente. Puntada/dolor/pecho/fatiga. O fatiga/darse manija. O: para darse manija/tratar de ver la punta del cerro. Además, así se recuerda que al pie de cada palabra figura un signo pesos. No se regalan las palabras: mi abuela Mercedes repetía “El silencio es oro”. Me confesó que lo había leído en un calendario. Después me puso la mano sobre los labios: “Shhh”. Eulalia, siempre tan prolija, también repetía: “La palabra es plata”. Se lo había enseñado el párroco de La Noria. “Creéme, Ramón; ya es hora de que me creas”. El párroco y las palabras de plata. ¿Sí? El que se suicidó en Bahía Blanca.
Por lo tanto: puntada en el pecho/dolor/darse manija/ y en la punta del cerro, plata o una bahía blanca.
“Las palabras de plata son más femeninas y me quedan mejor”
Hoy: quince fichas. Bien. Encontré un álbum de Stickson con las casa de art nouveaux de la ciudad. ¿Otra serie? Ahá. Un primer plano de los balcones con hojas de carne. Toda esa casa es una flor. No; un florero. En realidad, una casa carnosa.
Me insultaron por teléfono. Se repiten aunque no sea la misma voz. Entre otras cosas, me dijeron “Híbrido”.
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Extraído de Prontuario, editado por Planeta en 1993.