“Soplar sobre cenizas”: La revolución es una brasa que nunca se apaga
La historia tiene nombres reales y los lugares aun existen, o casi. Pero ¿qué sucedió con las ideas? ¿Son polvo? ¿Cenizas? Tal vez, apenas un recuerdo vindicador. La gran intriga que recorre las páginas de “Soplar sobre cenizas”, la primera novela de Néstor Gabriel Leone, es qué pasó por la cabeza del joven revolucionario belga Raymond Wilmart, quien llegó a Buenos Aires en 1873 como delegado de Carlos Marx, para terminar en el cementerio de la Recoleta como un hombre de la patria. La patria de los otros, granero del mundo y fuente de riqueza para unos pocos que descansan sus huesos entre pares y sin intrusos.
Raymond Wilmart de Glymesd’Hollbecq desembarcó en el Río de la Plata con un mandato: crear la sección local de la Asociación Internacional del Trabajo para impulsar la revolución socialista en el Río de la Plata. Sus cartas con Marx las escribió en una pensión de la calle Chacabuco; allí también leyó con fruición “El Capital”, la obra cumbre del padre del fantasma que recorría Europa. Pero aquel fervor por una sociedad sin explotados ni explotadores cambió tras un viaje a Córdoba donde Wilmart estudió Derecho y se enamoró de una muchacha de la burguesía, las excusas para que el comunista europeo fuese la sombra clandestina que lo acompañó hasta sus últimos pasos. Un pasado que no pudo borrar la hoguera donde terminan los recuerdos incómodos.
La narrativa de Néstor Leone tiene marcas y huellas que la enriquecen y potencian porque su forma de entender la escritura es la mixtura, el sentido colaborativo al servicio del texto. Por eso, uno puede sentir la respiración de Wilmart junto a la ventana, mientras mira la plaza Sáenz Peña: “Los listones del cortinado que apenas me deja entrever la plaza. Y mis fantasmas, con los que convivo. Y los espectros de un pasado que no termina de morir. Que conservo en fotografías, cartas, papeles amarillentos, ajados. Que pude rescatar del polvo y del olvido”.
“Soplar sobre cenizas” es también una reconstrucción de época porque, al recorrer las calles de Buenos Aires, nos permite sentir los olores y escuchar la música, los “tangos mazorqueros” de Ignacio Corsini y sentir la pasión popular que generaba Carlos Gardel, un enigma indescifrable para un hombre del Jockey Club que espera el final de sus días, mientras dialoga con un joven visitante a quien le cuenta su vida.
También están presentes la ópera, Jorge Luis Borges, Lucio V. Mansilla con su “Excursión a los indios ranqueles”, José Mármol con “Amalia” y el dilema sarmientino civilización o barbarie.
La novela que editó el Grupo Editorial Sur es un mural al que Néstor Leone le puso la pasión que surge de la fe en una idea. Después, con el texto aún fresco, cada lector le pone el color que perdurará en su memoria, esa que tiene las marcas imperceptibles de la historia de un país que el autor nos ayuda a descubrir.
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Portada: La fotografía de Néstor Leone es de la agencia Télam.