Imágenes del presente en un cuento de Andrés Rivera
La violencia urbana parece no tener fin. Se repite a diario, sobre todo en los grandes conglomerados de nuestro país, siendo los pobres siempre las víctimas. La muerte del joven Isaac ocurrida hace poco días en la localidad de Capitán Bermúdez nos trae a la memoria, de manera casi calcada, un texto del imprescindible Andrés Rivera referido a los zombis que pare el capitalismo. Dos planos, el de realidad y la ficción que bien pueden ser uno.
Andrés Rivera fue para el gran público el escritor de “La revolución es un sueño eterno”, entre otras novelas históricas realizadas en las aciagas décadas del ochenta y noventa -que comienzan justamente con Una lectura de la historia en 1982-. Si bien es innegable la aseveración, no es menos cierta su herencia con el policial negro, sobre todo en el estilo parco y plagado de silencios. Efecto, el de la concisión, legado por los grandes del género, entre ellos Ernest Hemingway, que definió al relato como un gran iceberg, del que solo puede notarse la punta, su literalidad. Al resto le asiste la interpretación.
En el libro Cría de asesinos, publicado en el año 2004 (el escritor murió a finales del 2016), se recuperan una serie de cuentos escritos bajo los mandatos del género, siendo uno de ellos, el que da nombre a la colección, el más elocuente para describir la realidad que enmarca hoy a Rosario y su ex cordón industrial.
Días atrás, la crónica periodística dio cuenta de una muerte, otra más en la zona. Isaac Muñoz salió a comprar facturas para el mate y una bala disparada por un gatillero le destrozó el tórax. Tenía 24 años. El asesinato desató la consabida pueblada en reclamo de seguridad a las autoridades… Mas todo resultará fútil, puro humo, como el emanado de las islas para la siembra intensiva de la soja.
Yerba brava la de los pools de siembra. Arrincona la vida de los miserables entre el campo y los puertos liberados para el contrabando, la trata y el narco. Porque en ese estrecho margen se han convertido nuestras ciudades. Tan angosto e impiadoso que termina asfixiando a un sinnúmero de seres, borrándoles cualquier atisbo de compasión.
Sin misericordia ultimaron a Isaac. Sus homicidas son lo que la historia denominó con el mote de desesperados; inmersos en un sistema sin lugar a la piedad.
Ultimo adiós a Isaac Muñoz
También, los mismos titulares redactados al fragor de las noticias en proceso, noticiaban sobre las pesquisas para dar con los delincuentes, la llegada al aguantadero, la captura de los aparentes implicados. Y luego allí, la vista de una escena cruda, cruel, abyecta; demoledora a cualquier crítica pequeñoburguesa: la vida de los nadies.
Para entender mejor la imagen venida del cuadro, o conjeturar la existencia de estos verdaderos “muertos en vida”, podemos tomar la voz del maestro. De “Cría de asesinos”:
“Galopan, algunos de ellos, sobre motocicletas estridentes.
Son jóvenes. Son flacos. Son chuecos. Gritan cuando ríen.
Esperan. No saben qué esperan.
Han conocido, mucho de ellos, los golpes de policías enardecidos, en calabozos que olían a defecaciones y a orina, y a sangre seca y ajena. Y cuando los puteaban y los golpeaban, ellos, flacos, chuecos, jóvenes, soltaban meadas, y se les aflojaban los intestinos, y una defecación tibia les corría las piernas.
Cuando salen de las prisiones, de las comisarías, los chuecos, los flacos, los jóvenes, rapados, esperan.
Cuando recobran el aire y la luz de la ciudad, esperan.
Adolescentes, jóvenes, gritones, manosean a chicas de su edad. Y se miran, absortos, en los noticieros de la televisión, las cabezas envueltas en un saco o una frazada, esposados, entrar, a ciegas, en un auto de la policía.
Se agazapa, en ellos, la necesidad de romper huesos en otros; de apuñalar a quien sea; de empuñar una 22, una 32 y, si es posible, una 38, y dispararle a un cuerpo, a una puerta, a un árbol.
Esperan.
Ellos, los adolescentes, los jóvenes, los chuecos, los flacos, son criollos. Portan apellidos criollos: descienden -y eso, también lo ignora- de la España católica, bendecidos por el Dios inventado por los ricos para los miserables, locos, enfermos, tullidos y criminales, esos que descubrieron las llanuras, los bosques, los ríos correntosos, las piedras, las nieves de América del Sur.
Llegaron banqueros astutos y voraces a las orillas de América del Sur, y aristócratas vencidos por la sífilis y campesinos de tierras exhaustas, y locos, tullidos, criminales, en busca de oro, de mujeres gratuitas, de esclavos, de olgazanerías de ungidos, de inmortalidad.
Ellos son criollos. Adolescentes, jóvenes, flacos, chuecos, gritones. Y esperan ser convocados para golpear, acuchillar y matar a bolivianos, paraguayos, peruanos, chilenos indocumentados.
Son sucios los bolivianos, peruanos, paraguayos, chilenos. Ocupan casa abandonadas, derruidas. Y se ofrecen, por unos centavos, por las sobras de una comida, en bares, comederos, estaciones de servicio, terminales de ómnibus, talleres, si aún quedan talleres en este país de argentinos tan ricos.
Los bisnietos y nietos e hijos de criollos se faenan.
Montan trepidantes motocicletas.
Roban, cuando pueden, trepidantes motocicletas.
Aceptan que policías barrigones, que calzan lustrosos borceguíes, les abran las piernas y los penetren en calabozos que olerán, siempre, a desamparo.
Los criollos, bisnietos, nietos e hijos de criollos, adolescentes, jóvenes, flacos, chuecos, gritones, absortos, arrebatan las carteras de maestras fatigadas y, con los pesos que encuentran en las carteras de las maestras fatigadas y de abuelas que cumplen su papel de abuelas, y de turistas estúpidos y golosos, compran fana. Y faenados, inician viajes que los exaltarán, que los llevarán a las exigencias de más y más olvido.
Son criollos, aquí, en un país de ricos muy ricos: ¿por qué no van a esperar?”
Nada más que decir.