El orgullo de compartir el ser
El sábado, en la marcha (del orgullo) el mundo se veía con ojos muy distintos a los cotidianos. Había un filtro de arcoíris que nos hacía parecer una sociedad repleta de amor por dar y recibir, sin fronteras. Ayer, frente a la plaza y el Congreso había una suerte de portal a un mundo más puro, menos contaminado del odio que como humanos tanto sabemos impartir. Desde los atuendos a la forma en la que compartíamos las canciones, en la marea de glitter éramos una unidad.
En un momento una drag queen en el escenario relató una serie de “objetos perdidos” que, de encontrar, podríamos acercar al escenario para devolver a sus dueñes. Cuando lo contaba, dijo algo así como “no estamos acá para quitarle nada a nadie, ya nos han quitado mucho”. Se me asomó una pequeña gota al borde del lagrimal, porque es verdad. Nos quitaron derechos, nos quitaron el respeto, pero ante todo nos quitaron, cuando pudieron (porque no los dejaremos más), la noción de merecer amor.

En los muchos intentos de “revertir nuestra condición”, nos enseñaron que entendernos ajenos a eso que sentíamos era algo deseable, correcto. Que nos hacía más merecedores del querer. Nos enseñaron a redimirnos, a pedir perdón por algo tan noble como ser honestes a nuestras verdades… ¿Quién debe perdonarme? ¿Una deidad que me castiga por ser tal y como me creó? ¿Un ser del bien, con sed de condenar las disidencias a su deseo? ¿La madre o el padre que no me saben amar así?
No pido perdón, aullo con orgullo los himnos de nuestras marchas como un renacer. El orgullo de compartir el ser con otres que pueden ver mi historia en mis pupilas. Compartir el ser con una Plaza de Mayo llena de banderas bien alzadas, besos, y pechos con cicatrices que gritan una verdad que hace temblar el suelo: estamos acá hace rato, y no nos vamos a ningún lado.
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Portada: Imagen de la cuenta @alferez en Twitter.