Noviembre Afro, Argentina Negra
Por Santiago Somonte/El Furgón –
Hay un fuego cruzado entre dos bandos, y alguien que resalta, en el fragor de la lucha, bajo el calor insoportable que se mete dentro de los cuerpos, mientras la polvareda nubla la vista y le da más épica a la batalla. Tiene nariz ancha, pelo recogido con cientos de motas pequeñas, el uniforme idéntico al del resto de sus compañeros y la piel negra. En su rostro hay un gesto adusto, una mirada atenta al enemigo y a los que caen heridos, moribundos, cerca suyo. Es por mérito propio la única mujer en ese frente, oficiando de enfermera y guerrera. Carga con el dolor de la muerte de su compañero, un hijo propio y otro adoptivo, caídos en combate en 1810, tras la Revolución de Mayo, en las aún difusas fronteras. Allí se peleaba contra los colonizadores españoles, aquellos que trajeron engrilladxs a sus antecesorxs desde África, para someterlxs a todo tipo de esclavitud.
Su espíritu de lucha, lejos de las damas de alta alcurnia y sus donaciones a cambio de nombres grabados en los fusiles, le valió el título de capitana. Con orgullo cimentó la defensa de un país que poco le dio a cambio. Participó en las victorias de las batallas de Salta y Tucumán, y en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. Por su entrega, fue elevada al rango de capitana por el General Belgrano, con quien compartía filas en el Ejército del Norte. La llamó la Madre de la Patria. Recibió seis balazos en distintos combates y fue torturada a latigazos durante nueve días por los maturrangos que la capturaron. Logró escapar y se alistó nuevamente para enfrentar a los invasores.
Tras años de batallas, su vida fue similar a la de muchxs negrxs que no lograban salir del maltrato y explotación de sus amos-dueños. El olvido de la sociedad criolla la llevó a las afueras de la ciudad. Volvió para vender tortas fritas voceando en las calles porteñas, cual imagen imitada, black face mediante, en los actos escolares de hoy. Inmersa en la pobreza, mendigó en las puertas de las iglesias. El General Juan José Viamonte la reconoció y quiso congraciarla: gestionó un reconocimiento salarial que ella, cansada de reclamar había resignado. Obtuvo unos míseros treinta pesos; los políticos ganaban de la época percibían muchísimo más. En 1835, el presidente Juan Manuel de Rosas, quien participaba en los candombes organizado por lxs negrxs junto a su hija Manuela, la elevó al rango sargento mayor, duplicándole la pensión. Reconocimiento tardío para una heroína del país.
María Remedios del Valle, madre de la patria es un símbolo de resistencia a toda opresión, una heroína que intenta ser rescatada del olvido. El 8 de noviembre, día de su muerte, es una jornada de reflexión y reivindicación para las nuevas generaciones que destacan su lucha; se buscan y encuentran: desde 2013, a través de una ley lograda a fuerza de visibilización por parte de su comunidad, se conmemora el Día Nacional de los Afroargentinos y de la cultura afro: Posar la mirada en ella; multiplicarla en el espíritu de una cultura que no desapareció.
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La apropiación cultural es una de las discusiones que al menos, irritan a las nuevas generaciones de afrodescendientes y pueblos originarios: usos y costumbres de una nación o comunidad, se multiplican, globalización e internet mediante. Esos hábitos antes limitados, ahora –híper– difundidos, recreados por ciudadanxs de sectores heterogéneos se expanden rápidamente en bailes, vestimenta, comidas y costumbres. En Casa Brandon, asociación civil y cultural de Villa Crespo, hay agite; hay formas descarnadas de refutar lo que culturalmente se distorsiona. Cinco chicas; cuatro artistas afrodescendientes, Bruna Stamato, Jacqueline Serrano, Jennifer Perker, Shirlene Oliveira, y Urraca Negra, cantante mapuche, agitan, interpelan a unas cincuenta personas, todxs jóvenes que escuchan historias de discriminación, segregación, y también de dolor.
“Ser afrodescendiente es salir a la calle y sufrir el racismo (…). Piensen: nosotras no sabemos de qué pueblo de África somos originarias. Fuimos despojadas de todo eso. No tuvimos ese derecho, que es el derecho básico a la identidad. La blanquitud es el lugar de la hegemonía. Ya no va más. Hagan una revisión de los privilegios que conlleva un ser blanco en este país, en este continente”, propone Stamato. Las cinco muestran su dolor abiertamente, sin eufemismos. Rasgos identificables de una rebelión generalizada de las nuevas generaciones en general, y de las mujeres en particular, sin distingos. Sobre el final del encuentro hay abrazos, lágrimas y liberación en las caras de lxs presentes.
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La noche de los museos ofrece decenas de actividades en un sábado a la noche, fresco y agradable en la ciudad. En San Telmo, el barrio del tambor, habitado por afrodescendientes desde antes de la Revolución de Mayo, gestada a pocas cuadras de allí, cientos de personas recorren los pasillos del Museo Histórico Nacional, donde se guardan celosamente los vestigios de la historia. Cañones, cartas, herramientas y trajes, se encuentran en las distintas habitaciones. Los lugares más destacados, los cuadros más grandes e imponentes exponen el dominio blanco: en uno de ellos, Roca mira desde su caballo y rodeado de colaboradores, al originario derrotado, hecho harapos, a un costado. De porte altanero y gesto serio parece eternizar la historia. Lxs afrodescendientes, por entonces diezmados por la fiebre amarilla, marginados en esas calles, ahora transitadas por turistas ávidos de un poco de historia, ni siquiera figuran en la escena: eran carne de cañón, en la cruenta y desigual Guerra del Paraguay.
Entre la gente, un grupo de siete morenas permanece en silencio, moviendo sus cuerpos lentamente, con la mirada fija. Sólo algunxs personas observan la intervención unos segundos, fotografían y siguen la recorrida. Las jóvenes se dispersan. Una de ellas lee un reconocimiento a la Madre de la Patria. Luego se unen en torno a una mesa y cantan. El murmullo de las familias que van y vienen no permite escuchar con claridad.
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En la UMET (Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo), tras un día laboral como cualquier otro, un panel de cuatro afrodescendientes, y un aula casi llena de compañerxs de militancia, estudiantes y músicos, se reúnen para recordar a María Remedios del Valle y visibilizar su historia y su presente, discutir una agenda con perspectiva de futuro. El encuentro lo encabezan Carlos Lamadrid, candombero y presidente de la Asociación Misibamba, Carmen Yannone actriz de Teatro en Sepia y Laura Omega, cantante y afroactivista, militante del Grupo Matambas. Federico Pita, politólogo afroargentino y presidente de DIAFAR (Diáspora Africana de la Argentina), modera la charla-debate.
“La extranjerización y la exotización por parte del Estado tiende a homegeneizar (…). De hecho, en varias lugares se piensa que todos los negros somos umbandistas, y el umbanda es de 1905 y nosotros estamos desde 1595. Si hay umbandismo en Argentina, es implante cultural y espiritual, no de referencia ni de matriz…”, enfatiza Laura Omega, séptima generación afroargentina, en otra respuesta a la tergiversación que produce la apropiación cultural. “Hay que tener mucho cuidado. La afroargentinidad es muy amplia y somos mucho más que lo que dicen los censos”. Una conversación que vuelve como toda parábola histórica a los orígenes, tanto en la búsqueda etimológica de las palabras como en las referencias culturales creadas en la noche de los tiempos, revalidadas y modificadas en la actualidad: “En lo poco que pude viajar registré veintitrés toques de candombe, siete solamente en Mendoza. Son mal llamados folklore”, asegura.
En la deformación académica de las instituciones blancas que distorsionan danzas y toques, transcurre parte del debate. “El candombe y otros ritmos son preexistentes al Estado-Nación, cuanto menos intervengan las instituciones, mejor. Lxs afro tenemos que autogestionar esas actividades”, asegura Omega. A su lado, Pita intercede ante la –habitual– confusión que deriva en apropiación: entonces habla de estrategias, teniendo en cuenta “una serie de asimetrías de fuerzas fenomenal en Argentina”, para ocupar lugares paulatinamente, propiciando políticas públicas concretas: construir ante un Estado que históricamente lxs negó. Omega refirma objetivos pendientes: “Estamos pidiendo desde hace doce años que se cambie la currícula en el colegio primario para que se incluya la realidad de la carga de melanina de ciertos próceres argentinos… y que hablen de la trata esclavista, y del desarrollo de 1860 para acá de las imprentas, de las sociedades de mutuo socorro, que se valorice la historia negra: que no sea el negro vendiendo velas en los actos, y las negras vendiendo mazamorra, que se dé la importancia en la historia”. Como en cada encuentro entre originarixs y afrodescendientes surge la figura de Sarmiento como paradigma del exterminio. “Somos los primeros desparecidos de la historia”, coincide el panel. Si el ex presidente Bernardino Rivadavia, afrodescendiente, estuviese presente, seguramente empolvaría aún más su rostro para “disimular” su negrura. Tal como lo se lo ve en el Museo Histórico Nacional, aferrado a su sillón.
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El Espacio Malcolm está a unas cuadras de Casa Brandon. A simple vista es una de las barberías tan en boga como las cervecerías artesanales de la vereda de enfrente. Además de la parafernalia de cualquier peluquería, en lugar de cuadros con raros peinados nuevos, hay zapatillas hip–hoperas sobre repisas. Enfrente libros de Sudestada, y de autores africanxs y clásicos de la política nacional e internacional. Algunos cuadros con marcas e imágenes cuelgan de las paredes, y sobre la mesa, dispuestos en orden cronológico, los ocho números del diario El Afroargentino, editados por DIAFAR, asociación que comparte el espacio con la peluquería. Antes de que te atardezca, tal como lo hizo en UMET, Federico Pita da la bienvenida a la actividad, en consonancia con los otros encuentros.
A su lado están Sol Duarte, música afrodescendiente de diecinueve años y María Fernanda Silva, integrante activa del Servicio Exterior de la Nación, diplomática de carrera desde hace 30 años, nieta de caboverdeanxs por parte de padre e hija de madre caboverdeana. Ambas explican a su modo, cómo es vivir en la Argentina, siendo mujeres y negras: a partir de la invisibilización histórica que provoca entre otros aspectos, que la gente piense que son extranjeras, y los estigmas fascistas que van desde la identificación con el trabajo sexual, la servidumbre o en aptitudes que la sociedad asimila implícitamente en distintas disciplinas, como la música o el deporte.
“No somos migrantes… y el Estado lo tiene claro, porque a principios de año, vino una delegación, un grupo de expertos de las Naciones Unidas para los afrodescendientes y comprobó que las leyes que existen no tienen cumplimiento efectivo. La prioridad es trabajar sobre la visibilidad y las condiciones de derechos humanos de la población”, relata Pita, quien viene representando a lxs afrodescendientes en el país con la lenta y enorme tarea de reconstruir la historia: la de sus antepasados del lado paterno, como los de su prima Sol Duarte o el cantante Fidel Nadal, también presente en el Malcolm. Su padre, Enrique Nadal fue intelectual y activista, detenido y torturado en la última dictadura. Tras exiliarse en Suecia, regresó al país y fundó en 1986, el Comité Argentino Latinoamericano contra el Apartheid, instalando la problemática racial en Argentina.
La conmemoración del 8 de noviembre comenzó en 2013, y según la visión de Silva y Pita ha sido una vez más distorsionada por el poder de turno: “¡¿Qué hace el gobierno nacional y el gobierno de la ciudad, el día de los afrodescendientes argentinos?! Un baile con stands y comidas típicas de nuestros paisanos de otros países… Está buenísimo, pero es lo que nosotros llamamos extranjerizar: el poder no tolera los vacíos. El poder viene trabajando sistemáticamente por decir que no existimos y llega un momento que convencen a la gente de ello”, enfatiza Pita y rápidamente interpela a la veintena de presentes. “¿Cómo hacen para instalar que sigan sin existir los negros argentinos?: ocupémoslo con negros extranjeros y pongamos un modo de ser negro traído de otros lugares, pero a los que ponen el stand, a los negros senegaleses, el lunes los cagan a palos porque venden en la calle, porque tratan de sobrevivir como hicieron todos los inmigrantes. Hay una saña particular con ellos, porque lo negro es externo. Un cuerpo extraño para el conjunto nacional tanto lo afrodescendiente como lo negro en general”.
En cada conmemoración se va deformando la afroargentinidad; esa figura que el Estado invisibilizó, negó en los manuales y aulas, debilitando así, la historia y el presente de una comunidad dispersa, pero pre-existente. Se calcula que la población afrodescendiente es de dos millones de personas, refutando múltiples estigmatizaciones, construcciones a medida del eurocentrismo palpable en la arquitectura y la moda, en la mirada blanca y discriminatoria de un sector social que se auto-define como hijx de gringxs, e –intenta– prescindir de todo rasgo cultural-físico-ancestral de raíz negra o indígena, a través de un sinsentido negacionista.
“Tengo mucho respeto por aquellos argentinos que descienden de las familias esclavizadas en territorio nacional. Nunca es igual la mirada del que crece como parte de una oleada migratoria que llegó de todas partes, con ese chip y esa lógica…”, aclara Silva en la misma línea que se describía unos días atrás en el panel de UMET. Acuciados por el dolor histórico desde los millones esclavizadxs, torturadxs y asesinadxs en el continente americano hasta el estigma de la “inexistencia” luego de la fiebre amarilla y la guerra contra el Paraguay, y la segregación de nuestros días.
Hay una reivindicación de la figura de María Remedios del Valle, en paralelo a la preocupación por la “banalización y extranjerización” de su día, también momentos de emoción, autocrítica por la falta de liderazgos, y también, tiempo de interpelar a lxs presentes, en un diálogo que va y viene. ¿De dónde vienen esos rostros que vemos a diario en la calle?. Más allá del tamaño de la boca, unos rulos “ajenos” al resto de la familia, una tez más oscura o una historia irresuelta, no contada u oculta. Si dos millones de argentinxs tienen un antepasado –y también un presente– afro, ¿dónde anidan sus historias?, ¿en qué sitio reposan los vestigios de su identidad? ¿Cómo conciliar a una sociedad que niega desde la ignorancia o la falsa altanería racista?
En esa búsqueda están lxs afrodescendientes que se desmarcan de los clichés impuestos desde el poder que intenta reducir la historia, limitarlo a figuras simpáticas, de entretenimiento, y por otra parte, amasa discursos que excluyen sistemáticamente lo que está por fuera de la “blancura occidental”. El recorrido de Pita por diez provincias historias recabando testimonios de familias enteras, el censo de 2010 que incluyó las preguntas acerca del origen afrodescendiente en los hogares, la memoria activa en la Capilla de los Negros en Chascomús, los toques de candombe en Paraná, la comunidad de San Félix en Santiago del Estero, o la reivindicación constante de la Asociación Misibamba en La Matanza, son algunas de las llamas encendidas que mantienen viva la cultura negra: aquí estamos dicen, cantan, gritan.
La reunión se extiende hasta las nueve de la noche. Al terminar, mientras la gente se despide, Silva charla con un par de gringxs llegadxs de Europa. Cuando le consultan por aquel viejo estigma de ser descendiente de esclavxs y cómo afrontar esa carga en su vida, responde emocionada: “Es un dolor muy profundo que llevamos todos los afro. Fueron tantos siglos de esclavitud… Hay que agradecer, implorar y pedirle permiso a nuestros ancestros para hacer una historia distinta. Por eso no quiero que sigamos actuando de ´negritos´. No debemos tener culpa de vivir en libertad”.
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Portada: María Remedios del Valle. Fuente: Bachillerato de Bellas Artes “Prof. Francisco A. De Santo”,La Plata.