Marco Zanger: “Me interesan las voces que se levantan contra algo, aunque no logren nada”
Por Marvel Aguilera/El Furgón –
Tallerista, hombre de letras y editor de Audisea. En su primer libro de cuentos da rienda suelta a la imaginación y la creatividad en pequeños mundos, donde los peligros de la condición humana están siempre en constante acecho.
En sus últimos años, John Berger pensaba que el arte era una forma de escapar al nihilismo y la autodestrucción que proponía el sistema capitalista, y no una disciplina cuya estética abstrayera al creador de la importancia del fruto de su propia obra. Es interesante ver, siguiendo esa perspectiva, en un contexto minado de influencers y de escritos ligeros, cómo un texto puede interpelar a la realidad desde la profundidad de los conceptos y el cuidado del lenguaje. Lograr abrirse el paso a un debate netamente literario: por encima de atisbos obvios y lugares comunes recurrentes en la literatura actual; anhelosa del decir mediato, efectista, repleto de imágenes de Netflix y romantizaciones de la precarización. Eso es lo que pasa con Para entender algo del mundo (Evaristo cultural) de Marco Zanger.
La rotundidad de las palabras de los cuatro cuentos es la marca más acentuada en la construcción de los relatos. Zanger talla su camino a través de ellas, las pule y las esculpe en torno a una poética propia, filosófica, pero arraigada a las raíces de la condición humana. De la polifonía de “Las cosas que quieren los hombres” hay un rescate de la intimidad de los pueblos, la construcción de una historia a partir de la concatenación de pequeños relatos, de identidades en disputa que hacen pensar en el Winesburg, Ohio de Anderson o En nuestro tiempo de Hemingway.
“Diría que escribo esto por la experiencia vital de aquellos días, pero sería mentira; escribo porque todavía no sé qué fue aquello de lo que soy sobreviviente”
Es cierto que los relatos corren detrás de una situación latente, la de la vuelta: a las calles de la infancia, al recuerdo del hogar, a la nostalgia perdida en la sordidez de un presente que por momentos parece distópico, aislado en un punto geográfico sin fronteras. Zanger no lo necesita, el tiempo y el lugar es el de los personajes y su accionar en un mundo hosco, autoritario y difícil de entender para quien mire desde la absoluta ingenuidad. En el último de los cuentos, “Lo que una está dispuesta a amar”, entra en juego la diversidad social, el amor entre una niña y su ama de llaves, pero no hay un correlato obvio, la construcción del amor se resuelve de forma subjetiva, ni por la añoranza ni por el despreocupado vínculo materno.
“Una mujer que escribe vive traicionando. Yo soy esa mujer”
En cierta forma, Para entender algo del mundo es un tratado epistémico, una forma de relato del conocimiento, donde los personajes, como Mute en “Nadie tiene nada”, atraviesan los umbrales de la incertidumbre y los desafíos morales que el entorno, por momentos onírico, les propone. Esos personajes deben aguzar su oído para escuchar “el grito de la tormenta”, calibrar la vista en busca de un refugio y comprender el sentir del cuerpo ante un clima que ofrece señales permanentes. No hay axiomas, el aprendizaje es en la acción: en el devenir de un tiempo donde el filo de la muerte está siempre latente y donde la memoria es la herramienta por antonomasia para rescatar algo de entre tanto caos desplegado.
El Furgón: – Si bien a priori pareciera que el aprendizaje es el punto de encuentro de los relatos, ¿se puede entender el libro como una interpelación a la realidad, para mostrar que es más abarcativa de lo que parece a simple vista?
Marco Zanger: – Siempre tuve dificultad para aprender. De chico —y no tan chico— no me animaba a preguntar por las razones detrás de las cosas, pero incluso cuando me las aclaraban no las entendía, no del todo. Me enseñé a entender por contexto; así inventé todas esas cosas para el mundo que ahora veo germinaron en esta literatura. Supongo que el mundo nunca me resultó suficiente, pero no por una pobreza, sino por una forma de aproximarme a él; pacté con el mundo pero seguí sin entenderlo. Lo llamativo es que hasta mis treinta años crecí con la seguridad de que con el tiempo entendería algo más, hoy más cerca de los cuarenta estoy cada día más desconcertado. El mundo tiene ese peculiar atractivo; cuando sentís que te estás acercando a él, se aleja todavía más.
E.F: – ¿Lo animalesco funciona como una representación de los vínculos familiares en los textos?
M.Z: -Lo perturbador de los animales es el silencio y esa forma que tienen de mirar las cosas. Pero lo mas interesante es que sirven como guías, seguir a un animal es una forma de abandonar el mundo que conocemos para ir a otro lugar.
E.F: – ¿Cuán cerca están de la fábula?
M.Z: -Todavía me estoy preguntando eso. Pero creo que no logré más contar algo que sea una fábula leída bajo algunas capas más: un poco de vueltas. Pero creo que no parto de la fábula, sino que siempre termino volviendo a ella.
E.F: – La poética es una marca permanente en cada cuento, ¿cómo se piensa una narrativa donde la poesía ocupa una forma tan preponderante? ¿Hay un pensar poético de la prosa?
M.Z: – Una voz es una forma de mirar el mundo. Intento ver lo que una voz es capaz de contar, porque no creo que haya nada por fuera de eso. El pensamiento supongo que es buscar lo que es verdad para esa voz. Yo disciento de la idea de la voz propia del escritor, pero sí creo en la voz propia del texto. Las historias son para mí excusas para que alguien empiece a hablar. No necesito de una historia para prestar atención, necesito de un tono y una singularidad. Después intento descubrir porqué esa voz me dice algo y ahí le busco la historia.
E.F: – ¿Cuál fue el aporte que encontraste en el trabajo del texto con autores al parecer tan disimiles como Leonardo Oyola y María Malusardi y cuál fue el punto coincidente?
M.Z: -Supongo que sus diferencias me autorizaron. Haber pasado por influencias tan distintas me ayudó a confiar en mi propia visión de la literatura. Ninguna voz quedó para mi por sobre las demás y eso me empujó a buscar lo que a mi me interesaba.
E.F: – Dijiste en una nota que las voces a las que te sentís más cercano a la hora de pensar el mundo son femeninas, ¿por qué?
M.Z: -Patricia Highsmith decía que los personajes femeninos no le servían para contar las historias que le interesaban. A mi me sucede que me interesa escuchar una voz femenina, una voz que sienta demasiado. Esa forma es la que encontré hasta ahora para que me ocurra algo cuando escribo. Para que se desenrede un nudo. Pero también porque creo que toda experiencia es femenina y quiero saber qué sucedió.
E.F: – Se vislumbra una necesidad de justicia detrás de alguno de los personajes, como en el hijo de “Las cosas que quieren los hombres”, ¿cuál es el rol de lo literario en un contexto de injusticia social y de coerción del pensamiento crítico?
M.Z: -Estos cuatro cuentos se juntaron en este libro cuando descubrí que todos hablaban de lo mismo: el odio que tengo a la figura del patrón. Es un tema que me insiste y del que todavía no pude decir suficiente. Quizás en el primer cuento se ve de forma más clara pero creo que es el tema de los cuatro cuentos y es un tema que me obsesiona. Me interesa que haya una justicia poética, pero una justicia poética no es una venganza (no necesariamente) o al menos no una venganza exitosa; supongo que busco poner un límite a las desigualdades. Me interesan las voces que se levantan contra algo, incluso aunque no logren nada.
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Fotos: Gisele Velázquez