domingo, octubre 6, 2024
Por el mundo

“Cold Case Hammarskjold” y “Diplomacia”: El sentido común pervertido

De los aniversarios de la liberación de París, el asesinato de Lorca,  Stonewall, caso sudafricano, el SIDA, los crímenes del poder desembocando en el G7 y la crisis del Open Arms. Los films ‘Diplomacia’ y ‘Cold Case Hammerksjold’ tratan y develan, mirando al pasado, claves de nuestro siempre espeso presente.

Por María García Yeregui/El Furgón –

Hace 75 años, el general alemán, Dietrich von Choltitz, gobernador nazi de la París ocupada, estuvo a punto de destruir la ciudad del Sena cumpliendo órdenes de Hitler. La voladura del centro de París, en caso de perder su control, debía hacerse, entre otras razones, como venganza por la devastación de las ciudades alemanas, bombardeadas desde el aire por la aviación aliada. Así lo explica en ‘Diplomacia’ (2014), la propia encarnación del personaje del general nazi, responsable de la eliminación de la población judía de Sebastopol: “Lo haré, como lo hice con la peor orden de toda mi carrera. Cumplí con mi deber hasta las últimas consecuencias”.

La película de Volker Schlondorf, basada en la obra teatral de Cyril Gely, nos recrea aquella noche narrando, a través del diálogo, el conflicto, y su intento de aniquilación sistemática en función del orden de poder, con la aparición de temas como la obediencia debida, la de la burocracia militar frente a la ejecución de una orden aberrante (de la boca del antagonista, el cónsul sueco en París, Raoul Nordling); los conflictos entre política y legalidad vigente, presentes en las violencias subalternas, a través de la caracterización de la resistencia francesa a la ocupación como terroristas por parte de la gobernanza alemana; y, finalmente, la lacerante discusión, como fuentes y ejercicio del poder, sobre los manantiales de las legalidades y los monopolios de las violencias estatales acometiendo crímenes, en este caso “de guerra”, según la propia legislación vigente en 1944, previa a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Trailer de “Cold Case Hammarskjöld

La destrucción de París es, en boca del personaje de Von Choltitz, un acto de guerra y no un crimen. Lo afirma como poder de facto, en este caso, nacionalsocialista, con el retorcimiento interpretativo del derecho de la guerra en cuanto a dónde está la línea de combate. Su antagonista lo caracteriza como crimen, un acto, por tanto, fuera de la ley, por la población civil. Como respuesta, el general alemán apela a las víctimas alemanas, los civiles germanos. Se refiere a los crímenes bélicos, impunes, de los vencedores de la II Guerra Mundial contra las ciudades alemanas arrasadas, tal y como el escenario de ‘Alemania, año cero’ de Rossellini nos mostró. “Considera que sus civiles valen más que los nuestros. Así ambos bandos tendrán sus mártires”, exclama Von Choltitz.

Memoria corta e interesada la del discurso del general nazi alemán. Olvidaba sus propias jerarquizaciones entre civiles y negaba el problema posterior de la ‘culpa alemana’, pero también la primera ciudad bombardeada masivamente como acto de guerra moderno contra la retaguardia, Madrid. Así como la inmortalizada por Picasso como símbolo de la barbarie del progreso técnico que ejecutó la vuelta de tuerca en las estrategias modernas de guerra, desde la Guerra Civil norteamericana hasta la Primera Gran Guerra. Guernica fue bombardeada por la aviación nazi en apoyo al bando golpista del general Franco.

Los primeros tanques que entraron en París, tropas del general Leclerc, para liberar la capital francesa de la ocupación nazi y de su régimen colaboracionista, tenían el nombre de las batallas de la Guerra de España: Teruel, Ebro, Brunete. Eran los republicanos españoles que tras exiliarse del país y zafar de los campos concentración del sur de Francia, después de pasar por el frente magrebí, alistados para seguir luchando contra el fascismo en Europa, habían terminado en las fuerzas del general galo.

Franco, con su triunfo en el contexto de la puñetera realpolitik, post-victoria aliada, no fue nunca juzgado por crímenes de guerra, como exigían los comités internacionalistas de apoyo a los republicanos españoles de la época. Tampoco lo fueron los nazis y el fascismo, fundamentales tanto para el desencadenamiento militar de la guerra como para su victoria, por sus actos en tierras ibéricas. Muriendo en la cama, tras 40 años de dictadura, tampoco fue juzgado ni se persiguió que lo fuera, por crímenes contra la humanidad. Incluso los represores de su régimen en los ’60 y ’70, siguen impunes por su inclusión en la ley de amnistía, hoy en vigor, de los crímenes de lesa humanidad por torturas. La ley española transitó, sin rupturas, “de la ley a la ley” en 1977 hasta la constitución del ’78, por lo que las sentencias de los juicios represivos franquistas siguen vigentes, nunca fueron anulados.

Trailer de “Diplomacia”

Por las mismas lógicas de la victoria bélica, los aliados nunca fueron juzgados por los bombardeos de las ciudades alemanas. Es más, a 74 años este mismo mes, el 6 y 9 de agosto, de los únicos ataques nucleares de la historia contra las ciudades niponas de Hiroshima y Nagasaki, la potencia unilateralmente responsable, que controló neocolonialmente el Japón vencido, los Estados Unidos, nunca fue juzgada por sus crímenes de guerra. Sí se constituyó el Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente y, por supuesto, los relevantes y famosos Juicios de Nuremberg. Por su parte en España, el franquismo victorioso puso en marcha la Causa General, mientras apeló a la reconciliación, con impunidad, igualando la responsabilidad bélica y olvidando un plan sistemático de crímenes legales e ilegales, al final de su régimen.

Pero este 2019 a 83 años del fusilamiento de Federico García Lorca “por rojo y por maricón”, durante la limpia franquista de Andalucía, su cuerpo sigue desaparecido. En el 50 aniversario de Stonewall, con toda la represión legal y policial de la segregación estadounidense y las luchas por los derechos civiles y políticos colectivos, podemos ver revelada en un trabajo de investigación documental la criminalidad supremacista de la ejecución de lo aberrante por parte de los poderes fácticos. Con ley y sin ella, en esta ocasión en la ocultación dentro de la impunidad sudafricana. Un nuevo ejemplo de la teoría benjaminiana: “el presente puede ser iluminado en un instante a través de la fuerza fugaz de un pasado olvidado” (u ocultado).

Me estoy refiriendo al resultado de la investigación documental de la sospechosa muerte del secretario general de la ONU, al caer su avión en Zaire, el 18 de septiembre de 1961. En ‘Cold Case Hammarskjold’ (2019), el axioma que también conceptualizó Walter Benjamin de que todo documento de cultura es a su vez un documento de barbarie, y que yo aplico a la reconciliación nacional, se hace patente en la sospechosamente ensalzada transición sudafricana desde el legal régimen de Apartheid. Así termina siendo revelado, una vez más, cómo la estrategia de ocultación que siempre guarda la impunidad reconciliatoria nacional está presente aunque hagan llamamiento a la verdad.

Dicha revelación del final del documental une a todas las víctimas que, por diferentes subalternidades, murieron por el virus del SIDA, con aquellas de los planes sistemáticos perpetrados contra las gentes del continente africano a lo largo de los siglos de conquista, expolio y explotación de sus tierras y sus cuerpos, y a su vez con las de los planes genocidas del pasado siglo en diferentes temporalidades y lugares.

Hoy, desde la hegemonía neoliberal, la legislación internacional del ejercicio del poder de facto se constituye en los acuerdos de libre comercio, organismo trasnacionales como el FMI y el Banco Mundial, y en tribunales internacionales que podrían juzgar a los Estados por incumplir esa ‘ley hecha al servicio del poder’ de las corporaciones. De esta forma aparece como contrapunto, teórico y real, a esa legalidad, el poder de la soberanía estatal (no tanto de la popular). Como en relación a todo lo mencionado: bien lo sabe la Argentina.

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Sin embargo, esos mismos poderes políticos estatales que representarían dicha soberanía nacional, la proclaman en la vieja Europa contra la antiquísima Ley del Mar y la vigencia universal de los derechos humanos para las víctimas continentales de, otra vez, el expolio de las materias primas, el imperialismo de las potencias modernas europeas y el centro-periferia más descarnado de la globalización del sistema-mundo capitalista. Es decir, los migrantes africanos que ahora mueren en el Mediterráneo.

Lo hizo Salvini como ministro del Interior, que usa citas de Mussolini, para prohibir, ejerciendo su soberanía, durante 19 días el desembarco de las personas rescatadas por el Open Arms, hasta que la justicia italiana intervino. Pero lo practican también el ministro de Fomento español y la Vicepresidenta en funciones, cuando tras ofrecer puerto con más de 15 días de retraso, apelan a una multa contra el barco civil español, por una nueva legislación de la Marina española, olvidando y despreciando el derecho marítimo internacional y la obligación de socorro a personas a la deriva en las aguas del planeta.

Reunidos a finales de agosto en la Francia de Macron, el G7 (aún sin el G8 reconfigurado), con Pedro Sánchez invitado y de la mano del francés -como pasó con el avance en la firma del criminal y legal tratado de libre comercio Mercosur-UE a finales del mes pasado-, las clases dirigentes ejecutivas que firman los acuerdos internacionales a favor de las clases propietarias y los capitales, aplican tanto la soberanía como las leyes trasnacionales contra el planeta y sus mayorías.

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Sin saber de los límites de las contradicciones que nos plantea ‘Diplomacia’ y de las luces que nos arroja ‘Cold Case Hammarskjold’, se pervierte el sentido común dominante occidental hasta dibujar como progresistas a los neoliberales de las tasas de beneficio globales que parecieran oponerse a los soberanistas, que se encarnan en los racistas neofascistas. Y todo ello, precisamente, con y pese al ejemplo paradigmático de cinismo biempensante del gobierno de Pedro Sánchez.

Porque en los retales imaginarios del “mundo blanco”, como cantara El Indio Solari, mientras “se amasan las fortunas y se cargan los bolsillos”, “me cavan el cerebro a mordiscos, bebiendo el jugo de mi corazón y me cuentan cuentos al ir a dormir” los unos y los otros, interpelando en función de la relación existente entre la identidad de uno y sus condiciones presentes, proyectadas al futuro. Porque “mirá qué tipo espeso, sumiso como un guiso más”.

Portada: Escena de “Diplomaci”