Un 10 y la pelota: crónica de un idilio
“Mamita querida, ganaré dinero,/ seré un Baldonedo, un Martino, un Boyé;/ dicen los muchachos, de Oeste Argentino/ que tengo más tiro que el gran Bernabé./ Vas a ver que lindo, cuando allá en la cancha/ mis goles aplaudan; seré un triunfador./ Jugaré en la quinta, después en primera,/ yo sé que me espera, la consagración.
El sueño del pibe (1945)- Música: Juan Puey. Letra: Reinaldo Yiso
Por Sergio Alvez*, desde Estocolmo, para El Furgón –
Mil novecientos ochenta y seis fue el año más importante en la historia del fútbol argentino. Ese año, la Selección Argentina obtiene la Copa Mundial en México, y su capitán, Diego Armando Maradona, alcanza el zénit de mejor jugador del planeta. Unos meses antes, el 17 de enero de aquel ’86 imborrable, en el Hospital Francés de la Ciudad de Buenos Aires, nace Alejo Ocar.
Hijo menor de Norberto y Silvia, la infancia de Alejo transcurrió entre los distritos bonaerenses de Claypole y Lomas de Zamora. “Recuerdo estar jugando a la pelota con mis hermanos, adentro del departamento. Rompíamos todo. Me acuerdo también del Mundial ’90, la imagen de Maradona, el número 10. Yo tenía cuatro años, pero eso lo recuerdo perfectamente” señala.
Alejo dio sus primeros pasos futbolísticos en el Club Social y Deportivo 11 de Agosto de Lomas de Zamora, dónde con 4 años ya entrenaba con chicos de 6. Pero al cumplir 10, su padre lo llevó a probarse al Club Atlético Lanús. “Ahí empezó todo; ahí empecé a sentirme jugador” recuerda Alejo.
A rodar
Ramón Enrique, hermano de Héctor el “Negro” Enrique (campeón del Mundo en 1986, autor de la asistencia en el mejor gol de la historia), fue el profesional que dirigió a la camada de inferiores a la cual se integraba Alejo, ese pibe rubiecito y ligero, que asomaba como un enganche gambeteador y de buen pie.
“Fue ahí que las cosas se pusieron más serias, los entrenamientos, los partidos, la ropa que nos daban, la responsabilidad. Ramón Enrique me dio mucha confianza, me decía que tenía talento. Fueron tres años en Lanús. Llegamos a ser campeones” cuenta Ocar.
En el “granate”, Alejo Ocar vio jugar y en algunos casos enfrentó a jugadores como Fernando Gago, Radamel Falcao, Sergio Agüero y otros con los cuáles incluso, con el tiempo, forjó vínculos que aún hoy perduran. Es el caso de Lautaro “Laucha” Acosta o Fernando Tissone. De esta época también proviene la gran amistad de Alejo con Sebastián Blanco, jugador que en Argentina pasó además por San Lorenzo, para jugar luego en el Metalist Járkov de Ucrania y actualmente hacerlo en el Portland Timbers de Estados Unidos.
“Con Seba somos grandes amigos y tenemos el proyecto y el sueño de dirigir juntos en un futuro. Un técnico que tuvimos en Lanús, Ricardo Carrizo, decía que podíamos jugar juntos aunque los dos éramos enganche. Teníamos características similares en cuanto a tratar de jugar siempre, de tratar bien a la pelota. Y eso es algo que en Lanús se pregonaba, el buen fútbol” dice Alejo.
Adiós Argentina
El 1 de enero de 2001, una Asamblea Legislativa eligió como presidente de la República Argentina a Eduardo Duhalde. El país entraba en su cuarto año de recesión, con más de un tercio de su población sumida en la pobreza y altos niveles de desempleo. La crisis económica, producto del desguace del Estado durante la neoliberal década del noventa, estallaría en diciembre y de la peor manera. Durante todo ese año, decenas de miles de argentinos y argentinas, abandonaron el país para buscar un destino o simplemente un trabajo en Europa.
Uno de esos argentinos fue Emiliano, hermano mayor de Alejo Ocar. Establecido en Málaga, Emiliano recibió a Alejo dos años después, en 2003. “Yo era muy joven, tenía 17 años, pero tenía claro que necesitaba un cambio en mi vida. Yo estaba haciendo inferiores en Banfield, ya no estudiaba y era una época de rebeldía, con problemas constantes y sin poder enfocarme de lleno en el fútbol, que era lo que más me gustaba en la vida. Surgió la posibilidad de ir a Málaga y no lo dudé” rememora Alejo.
Al llegar a España, Alejo tendrá la posibilidad de probarse en el Málaga CF, y de acceder –en Cádiz– a una prueba en uno de los clubes más importantes del país: el Atlético de Madrid. Alejo pasó la prueba. Su fútbol gustaba pero había un obstáculo: la falta de pasaporte comunitario. Esta situación extra deportiva truncó la posibilidad de sumarse a las filas del Aleti.
Fútbol andaluz
Torremolinos es un pintoresco municipio andaluz de la Costa del Sol, abrazado por el Mediterráneo en la orilla occidental de la bahía de Málaga, al dorso de la imponente sierra de Mijas. Aquí, en el Juventud de Torremolinos, con 18 años, Alejo vistió los colores del club en la primera división e inició así, un itinerario deportivo por el fútbol europeo, digno de un personaje de Osvaldo Soriano.
“Era un nivel alto, la tercera categoría del fútbol español, con jugadores que en promedio tenían 30 años, con mucha maña. Yo tenía 18. Los jugadores ganaban buenos sueldos. Era una liga muy competitiva, se jugaba en los pueblos, en Antequera, en Ronda, y había muy buenos jugadores, y árbitros que se condicionaban ante los equipos locales y la concurrencia. A mi las hinchadas y los jugadores rivales me decían sudaca, me buscaban, me hacían entrar a veces, había rispideces. Ahí comencé a sentirme extranjero. Te lo hacían sentir. Había que ser fuerte” evoca Alejo.
Para ciertos entrenadores españoles de esa época –principios del siglo XXI–, la forma característica de jugar al fútbol –y de vivirlo dentro de la cancha– que tenían algunos jugadores sudamericanos, resultaba inapropiada a los esquemas o las ideas que circundaban entonces. La exigencia de marca y sacrificio a mediocampistas creativos y habilidosos, sumada a posicionamientos tácticos incómodos, entre otros rasgos, fueron dificultando la relación de Alejo Ocar con su cuerpo técnico en el Torremolinos. “Yo era el clásico número diez sudamericano. Habilidoso, me gustaba mucho tener la pelota, con llegada, gambeteaba, tiraba caños, tiraba tacos, paredes, y mis compañeros me elegían como mejor jugador del equipo, pero para el técnico, yo tenía que correr más, que marcar más, me ponían en posiciones que no me resultaban cómodas y entre todo eso, técnicamente no me encontraba” dice Alejo.
Pasaron unos meses y el club echó al director técnico. El siguiente, decidió prescindir de aquel enganche argentino de apellido Ocar. “No eran cuestiones futbolísticas, eran prejuicios con los sudacas”.
Marruecos
En 2004 –a instancias de una recomendación realizada por el ex mediocampista de River Plate, Jorge Vasquez–, el Atlético Tetuán, club del norte de Marruecos contrata a Alejo Ocar. En este equipo, que un par de años después sería campeón de la Champions League de África, Alejo inició su efímero paso por el fútbol marroquí.
“Recuerdo como algo muy llamativo el haber llegado y que me presenten en el estadio, haciendo jueguito con el presidente del club al lado y la gente observando y aplaudiendo” evoca Alejo.
“En Marrucecos, pasé luego al Ittihad Riadi Tanger, y este fue el equipo al cual me pasé. Ahí me sentí mejor que en el Tetuán, dentro de la cancha. Una anécdota que me quedó, es la haber jugado en la noche en la cual se jugó el primer partido oficial nocturno en un estadio de Marruecos. Había 45 mil personas. Nunca antes se había jugado un partido de fútbol de noche en el país”.
El choque cultural, la incomprensión del idioma, determinados códigos civiles, un director técnico que no terminaba de aceptarlo, y un creciente asedio por parte de los aficionados, maduró en Alejo una decisión drástica, a pocos meses de haber llegado a Marruecos.
“Me escapé. No estaba cómodo, no entendía nada, sentía que todo era muy raro y me sentía solo. El hotel donde me hospedaba tenía un casino a dónde los hinchas constantemente acudían y asediaban, me sentía atosigado, en la calle la gente se te subía al taxi y yo no sabía cómo eso era posible, todo el tiempo al ser extranjero, me querían vender cosas; yo era chico. Siento que hoy lo hubiese manejado de otra forma, pero en ese momento me asusté y huí de Marruecos sin decirle nada a nadie. Volví a España con bronca, porque futbolísticamente me iba bien, pero no podía seguir viviendo ahí” señala el diez.
Al regresar a Málaga, Ocar no obtuvo el mejor recibimiento. En el Juventud de Torremolinos, los directivos seguían dolidos con la decisión que había tomado Alejo de migrar a Marruecos, ya que sentían una especie de abandono por parte de un jugador que consideraban fundamental. El club lo ficha pero finalmente el entrenador decide no incluirlo entre los titulares. Este desencanto llevó a Alejo a sumarse a la Asociación Deportiva Ceuta, un club de la ciudad homónima, fundado en 1997 y desaparecido en 2012.
“Debuté en la primera del CEUTA en 2005. El equipo estaba en la segunda categoría. Fue en un partido contra el Málaga. En la primera jugada que hago meto un gol. Comencé muy bien pero después vino un entrenador que no me quería, y me sacan del equipo. A los pocos meses lo echaron por malos resultados. Yo me fui del CEUTA, y un par de años después el CEUTA termina jugando contra el Barcelona por Copa del Rey, me quería morir. Son espinas que van quedando” asiente Ocar.
Suecia
Iván Perciante, un amigo argentino que estaba jugando en el Amauta IF, club de la tercera división de Suecia, fue quien hizo posible el arribo de Alejo –en 2006– a la bella Estocolmo.
En ese entonces, el Amauta IF competía en tercera división. El técnico era Dante Lugo, hijo del virtuoso cordobés Dante Homérico Lugo González, quien en la década del sesenta fue figura de Lanús y Boca Juniors (llegando incluso a jugar en la Selección Argentina).
“En Suecia me reencontré con la alegría de jugar al fútbol” sonríe Alejo, al recordar su primera etapa sueca. Bancado por el cuerpo técnico, en un momento físico y mental inmejorable, y con apenas 20 años, Alejo Ocar se acomodó en el puesto de enganche, volviendo a ser aquel número diez que en España y Marruecos no había podido estallar. Los buenos rendimientos le abrieron una puerta inusitada, que terminaría siendo el pasaporte a una etapa que recordará como una de las más feliz de su vida como jugador de fútbol.
Alemania: de la felicidad a la agonía
Engen es una pequeña ciudad alemana ubicada en el sur de Baden-Wurtemberg, casi pegada a Suiza. A este pueblo arribó Alejo en 2009, para sumarse a las filas del Hegauer FV, cuadro de la cuarta división de la Federación Alemana de Fútbol (DFB). Por entonces, el director técnico era el español Javier Martínez.
“Fue hermoso llegar a ese lugar, pegado a Suiza, con grandes paisajes. Y me encontré con un nivel futbolístico alto, y sueldos óptimos para los jugadores. Quizás con los sueldos más altos para el fútbol de ascenso en el mundo. Fue la experiencia más linda que viví en el deporte, porque además encontré mi lugar en la cancha, como enganche puro, y me afiancé como figura del equipo. Las canchas eran espectaculares, te podía tocar jugar mirando Los Alpes, o en la Selva Negra dónde se unen Alemania, Francia y Suiza; las canchas se llenaban de gente, era una belleza” destaca Ocar.
“Yo confío en ti, haz lo que tú quieras”, esbozó el entrenador en la charla técnica previa al debut. Ese día Alejo fue elegido figura del partido. El equipo desató así una racha espectacular de 11 partidos invictos, desplegando un juego vistoso y ofensivo.
El domingo 29 de noviembre de 2009, en el campo del Hegauer FV, el 10 del equipo local recibe una pelota a media altura, de espaldas al arco. La mata con el pecho y controla el esférico con el muslo, gira y saca un peligroso remata al arco rival. Pero al girar, en un segundo fatídico, algo sucedió. “Sentí un ruido raro” recuerda Alejo. El sonido al que refiere, es que hizo su rodilla al romperse los ligamentos cruzados y el menisco. “Ahí comenzó la debacle” reconoce el diez.
La grave lesión lo alejó de las canchas y ciertas circunstancias derivadas de un manejo institucional deshumanizante por parte del club, le pondrían fin a su paso por el fútbol alemán.
“En Alemania todo venía muy bien. Estaba rindiendo y el equipo andaba bárbaro. Incluso, poco antes de la lesión mi representante me había contado que un club de una liga superior estaba interesado en mí. Los dirigentes estaban constantemente atendiéndome, conteniéndome, me preguntan qué necesitaba. Pero cuando me lesioné desparecieron, me dejaron solo, y no querían pagarme. Tardaron en hacer la operación y pusieron muchas trabas. Tuve que pelearme con dirigentes y lamentablemente hasta con el técnico. Yo tenía 23 años y ellos dejaron tirado a un jugador con contrato, que se lesionó intentando hacer un gol para el club. Por eso yo siempre voy a defender al jugador, más en el ascenso, dónde si no sos Messi o Ronaldo, tenés todas las de perder. Durante años me dio vergüenza y no contaba lo que tuve que sufrir, que nadie vino a ver, salvo dos o tres compañeros. En muletas, todos los días comía en restaurante del club, dónde me hice amigos de los trabajadores de allí, que eran todos italianos y fueron quienes mejor me trataron. Me fui de Alemania con ese sabor amargo, luego de haber vivido una temporada maravillosa” recuerda el jugador.
Resurrección
Alejo Ocar estuvo un año entero sin poder jugar. Decidió volver a Málaga, donde cae en manos del prestigioso kinesiólogo deportivo Iván Medina, responsable de la recuperación definitiva del diez. Ya listo para el retorno, Alejo viaja nuevamente a Estocolmo, donde daría inicio a un romance pasional con el Segeltorps IF Fotboll, un equipo del ascenso en el cuál usaría la casaca número 11.
“Terminé haciéndome hincha del Segeltorps. Tuvimos un grupo fantástico, dónde había latinos y europeos, y yo en el grupo era una suerte de nexo entre esos grupos. Dentro de la cancha me sentía muy bien, por el hecho de que soy un tipo de jugador que en Suecia escasea, aún cuando hay muy buenos jugadores pero con características diferentes. Fue el club que más quise; ganamos una Copa de Estocolmo y vivimos grandes momentos dentro y fuera de la cancha” sostiene Ocar.
Colgar botines, calzarse el buzo de DT
En 2016, con 30 años de edad, Alejo pasa a jugar al F.C Stockhom Internationale, un conjunto de la segunda división sueca, en el cual el volante argentino culminaría un par de años después, su historia como jugador.
“Cuelgo los botines a finales de 2018 y de manera inesperada. Yo tengo 32 años, estoy muy bien físicamente y siento que podía seguir dos o tres años más sin problemas. Pero la decisión la tomé porque me llegó un ofrecimiento para ser director técnico en otro equipo de Suecia, el FC Djursholm, donde ya estoy trabajando con las categorías Sub 12 y Sub 17. Es un desafío muy grande y algo que también había soñado toda la vida” cuenta el ahora entrenador Alejo Ocar.
El trabajo en FC Djursholm es riguroso y ambicioso. El objetivo inmediato es hacer crecer a las divisiones inferiores y proyectar jugadores. Para ello, el club confía abiertamente en los conocimientos y la experiencia invaluable que Alejo adquirió durante su vertiginosa carrera en el fútbol europeo. Además, esta etapa que se abre con el buzo de DT puesto, es la piedra fundacional de un proyecto deportivo y de vida que más temprano que tarde tendrá su oportunidad. “Como dije antes, tenemos un proyecto con Sebastián Blanco, de dirigir juntos. Tengo que formarme, adquirir experiencia, y aguardar que Seba culmine su brillante carrera. Tenemos un futuro juntos por delante con el fútbol” asegura Ocar.
Sueños
Alejo camina descalzo por la costa malagueña, donde azuladas, se derraman las aguas del Mediterráneo, insinuando tenues oleadas. Una pelota llega a sus pies. La levanta, la arrulla, la eleva en un viaje manso por muslos, cabeza y hombros. Después la deja caer a la arena y la aprisiona con la suela. Es invierno pero hay sol. Unos pocos turistas pasean por la playa.
Un niño pasa y observa al hombre de la pelota. Mira sus tatuajes. Dos de ellos son, de algún modo, un resumen de vida. Símbolos filosóficos, marcas de existencia y declaración de principios. Un balón de fútbol y un número. El 10. Ambos en el gemelo derecho.
Alejo respira. Mira hacia atrás en el tiempo. Desarraigo, distancia, idiomas, goles, lesiones, amores, viajes. Caerse y levantarse. Pararla con el pecho y gambetear. Ganar y perder. Festejar y llorar. Cambiar de frente. Errar y convertir. Ser siempre diez y capitán en el equipo de su vida.
Como Maradona -ese niño de Villa Fiorito que solo quería jugar a la pelota y brillar, Alejo Ocar supo ponerse la diez en el corazón y hacer de la pelota una religión. El pibito que rompía todo en un departamento de Lomas de Zamora, jugando a la pelota con sus hermanos, cumplió sin dudas, el sueño del pibe.
*Periodista freelance. Entrevista realizada en Estocolmo, Suecia, el 31 de diciembre de 2018.