Por qué comemos. Cuando la comida se convierte en algo más que alimento
En la Argentina de hoy hablar de tirar comida es una frase incomprensible, impronunciable, hasta daría vergüenza mencionarla y mucho más pensar en vomitarla. ¿Por qué comemos cuando lo hacemos? ¿Nos lo preguntamos alguna vez? ¿Para alimentarnos, para poder tener la panza llena para ir a estudiar, para recuperar energías para seguir adelante, para disfrutar de un banquete con amigos/as, para estar sanos/as o para colmarnos de un “algo” que necesitamos que nos complete?
En este caso me voy a referir a la última parte de mis preguntas y a lo que sucede cuando los sujetos no comen por hambre, ni por placer sino por ese “algo” que tiene más que ver con un goce, con algo que está más allá de principio del placer, con una sensación de completud que necesitan sentir y se logra mediante un atracón de alimentos que los deja literalmente mudos.
Tanto la anorexia como la bulimia son trastornos alimenticios, podemos describir a la primer como el miedo real y claro que sienten las personas a engordar y tienen, por lo general, una imagen distorsionada tanto de las dimensiones como de la forma de su cuerpo. Es por este motivo que les es difícil mantener un peso corporal normal. Otra de las características que tiene esta patología es el rechazo por los alimentos, y lo poco que ingieren se convierte en una obsesión incontrolable.
En la bulimia, que puede estar asociada también a sintomatología anoréxica, los sujetos recurren a los atracones y purgas posteriores: ingieren grandes cantidades de alimentos, de manera compulsiva y sin capacidad de disfrute para luego tratar de eliminar las calorías mediante vómitos, laxantes, diuréticos, ejercicios físicos en exceso o una combinación de varias de estas acciones.
Las causas o detonantes de estos trastornos pueden ser variados y dependen de cada sujeto, sus contextos y sus historias y por ende los tratamientos son muy diferentes también, desde las clínicas de internación, tratamientos ambulatorios, psiquiátricos y terapéuticos, terapias grupales, centros de atención, etcétera.
Es esencial no perder de vista ni dejar de analizar cómo se generan estos fenómenos a nivel cultural. Por un lado hemos construido entre todos, un ideal de belleza con el eje puesto en la delgadez extrema como símbolo de éxito y triunfo. En ese ideal estereotipado las curvas no existen, salvo las generadas por implantes quirúrgicos u otras operaciones. Todo lo que sobra se intenta extirpar de una u otra manera.
Hoy podemos observar transitando las calles u ojeando las revistas o mirando la televisión a las/los modelos mujeres, hombres, niñas, niños y adolescentes con cuerpos irreales que están muy por debajo de lo que sanamente deberían y son referentes de los que “hay que ser” para gustar y atraer. Por ejemplo para publicitar alguna marca de ropa.
En la Argentina uno de cada tres adolescentes tiene algún desorden alimenticio y uno de cada siete adolescentes tiene problemas con su cuerpo. En nuestro país particularmente, las enfermedades vinculadas a la alimentación entre los adolescentes registró, en los últimos 10 años, un incremento del 50 por ciento. Las patologías alimenticias tienen mayor incidencia en la adolescencia, aunque la edad de comienzo es cada vez más temprana y si la enfermedad se hace crónica, puede acompañar al individuo durante toda la vida.
Hace unos días atrás un gran amigo al que quiero mucho y conoce mi historia y mi relación con la comida me dijo:”No entiendo, ¿cuando vos te atracás con palitos de la selva? ¿te gusta? ¿Por qué no te comés un buen lemon pie y te dejás de joder?” Genial y muy disparadora su pregunta para pensar en relación a lo percibido, transitado y sentido por los que padecemos estos desórdenes mencionados.
En mi caso la bulimia, por alguna situación que hoy ya después de tantos años de terapia podría comprender, tiene que ver con una ansiedad inmanejable que me invade y por la cual necesito llenarme, rebalsarme y explotar para sentir así esa sensación de completud en mi cuerpo. Colmar ese vacío que la ansiedad me genera, para luego colmarme también de culpa y tener la necesidad, obligación diría, de eliminar todo lo que ingresó durante la ingesta en ese breve lapso de tiempo de manera tan poco feliz y sin ningún tipo de disfrute.
Pero volvamos al palito de la selva, caramelo que amo. Me quedé pensando ante la pregunta de mi amigo, y claro que adoro y me encantan los palitos de la selva y el lemon pie también, pero el tema no es con el alimento que elegimos porque hasta pueden ser fideos crudos, y hablo literalmente, lo que está en juego es la relación que mantenemos (por lo menos en ese instante) con el alimento objeto. La trama que se teje alrededor de lo que nos sucede, lo que nos transita que hace que devoremos lo que tenemos en frente nos guste o no. Creo que ese vacío que se colma de comida podría ser ocupado por la palabra. Por supuesto posteriormente llegan la culpa y la purga, ésa que por un lado nos alivia, pero por otro nos destruye el cuerpo y sobre todo la psiquis.
Esto no intenta ser ninguna recomendación ni sugerencia ante este tipo de dificultades, es una experiencia en primera persona que creo puede generar inquietudes, pensares e interrogantes en otros y reflexionar sobre el acto de comer, de no comer, de decir, de no decir y de devorar. Con los años me he “amigado” con el síntoma, podría decir que nos respetamos y que cada tanto mi cuerpo acepta que mi mente necesite un atracón, pero entiendo que lo fundamental, esencial y absolutamente valioso es la palabra, ponerla en juego, decir. Sí, decir lo que me voy a comer (y ahora no hablo literalmente) para así no hacerlo o por lo menos no compulsivamente y poder disfrutar tanto de un trozo de lemon pie como de algunos palitos de la selva sin que tenga que ser encerrada, escondida y hasta reventar.
Es fundamental, creo, que construyamos espacios confiables y subjetivantes con otros para poder narrar y relatar nuestras historias, vivencias y padeceres para así identificarnos con esos otros y sentir menos soledad ante el síntoma, ese monstruo que nos puede y por momentos nos gana por goleada. Crear una red vincular que nos pueda cuidar y también sostener.
Enrique Picho Rivière menciona: “En un proceso de liberación, la lucha por la salud no es solo la lucha contra la enfermedad sino contra los factores que la generan y la refuerzan”.
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Carla Elena. Psicóloga Social y docente, miembro del Forum Infancias.
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Portada: Trastornos alimentarios. Fuente: https://vimeo.com/252000910