“¡Que caigan todos los responsables! ¡A donde vayan los iremos a buscar!”, gritó la mamá de Danilo a un mes de la masacre de San Miguel del Monte
Por Luis Brunetto/El Furgón –
“El 80 por ciento no son de acá”, dice el señor, en el bar del Club Social de Monte. Difícil, por la vestimenta, no asimilarlo a algún sector de la burguesía terrateniente, más o menos grande, que rige los destinos de los pueblos- ciudades de la Pampa Húmeda. Por la vestimenta y los argumentos. Y por el modo en que se dirige a la chica que atiende el bar. El hombre no dialoga, proclama; la chica asiente, en silencio. Ella no dice nada, aunque no parece entusiasmarse demasiado con el discurso de su interlocutor. Quizás esté de acuerdo, quizás sepa que no debe decir, o no puede decir lo que piensa. Quién sabe.

El hombre, que acaba de bajar de una 4 x 4 con patente nueva, da cátedra, como quien no está acostumbrado a la contradicción, a ser contradicho. “Siempre hay una manzana podrida”, y no duda a la hora de afirmar que la manzana podrida debe ser castigada (o “las manzanas podridas”, aclara, en este caso). “Pero eso no involucra a la policía entera”. Las palabras rebotan contra el silencio de la chica. Está sólo, con ella y conmigo. Pero yo estoy lejos, en una mesa al lado de la ventana, a la calle, tomando un cortado, un pretexto para poner a cargar el celular no involucrarme en la conversación inútil.
Sigue el hombre de boina: “Sí les pasara a ellos, nosotros no iríamos a meternos allá”. Tal vez, para este hombre, la patria no sólo no sea la humanidad, sino ni siquiera la Argentina, ni la provincia de Buenos Aires, ni el partido de San Miguel del Monte. Tal vez la patria para él sea el puñado de hectáreas, más grande o más chico, que le tocó en suerte. Y es posible que la multitud que marchó desde la laguna, con los familiares al frente, esté compuesta en su mayoría por “gente de afuera”, gente que se mete donde no le importa, conmovida por la masacre “lejana”, y que tiende a solidarizarse con los que sufren injusticias. Pero la gente que esperó en la Plaza es de Monte, y no es menos que la de las primeras marchas, en las que participé y en las que “los de afuera” no éramos más que un puñadito. Así que, lo que aquí ha pasado, es que a la gente de Monte se ha sumado gente de afuera. La mezcla, capaz, inquieta al hombre de boina. “Igual a la policía le va a venir bien, van a tener que andar con más cuidado”, dice el hombre en el más esforzado arranque de humanidad del que probablemente sea capaz.

A esta hora ya ha marchado la multitud desde las pistas de skate de la laguna, pasando por el Colegio Nacional, donde estudiaban la mayoría de los chicos asesinados, para llegar a la Plaza, donde los espera otra multitud que se ha reunido directamente ahí. Ya han pasado los discursos, se han ido los medios, y suenan las bases raperas con las que los amigos de los chicos masacrados conjuran su bronca y su dolor: “Somos la fuerza del más débil/ luchando por la igualdad”, dice Rayo, que viene “de afuera”, de la lejana Villa Fiorito a solidarizarse con los familiares de la masacre.
Ya ha pasado Majo, la mamá de Camila Cinalli, desaparecida desde agosto de 2015, probablemente en manos de una red de trata. Ya ha pasado Hugo, el tío de Aníbal, que rescata la memoria de su sobrino, de ese “chico bueno, del que ahora están diciendo cosas, yo sé que hay gente de Monte que dice que era un indocumentado, que venía de Misiones, que no era de acá, pero mi sobrino era un chico decente y trabajador”. ¿Hablará de hombres como el del Club Social, de hombres para los que Buenos Aires, a 100 kilómetros es otro país? ¿De esos hombres que explotaban como mano de obra barata a Aníbal, o a su hermano Emanuel, como peones en los campos, en los criaderos de pollos, en la construcción, para después condenarlos por extranjería, por el crimen de migrar?
“¡Quiero que caigan todos los responsables! ¡Todos! ¡A donde vayan los iremos a buscar!” grita, con furia, Gladys, la mamá de Danilo, y demuele las fronteras que pretende el señor de boina. Ahora es hermana de todos los masacrados, de todos los humillados del mundo, ahora sabe, como dice Yanina, la mamá de Camila, “lo que es estar en los zapatos de las familias del gatillo fácil, yo antes lo veía por televisión, y me conmovía. Ahora lo sufro y sé lo que es; ahora lucho no sólo por Camila sino por todos, ¡me comprometo a luchar por todos los chicos muertos por el gatillo fácil!”. ¿Han sido las “manzanas podridas” las que hermanaron a Gladys y a Yanina, a Susana y Emanuel, con la multitud de madres que, en la plaza de Monte, levantan las manos desgarradas con que alguna vez acariciaron a sus hijos, cuando Gladys se lo pide? No: han sido el gatillo fácil y la doctrina Chocobar, de las que las “manzanas podridas” son perfectos frutos.

“¡El estado es responsable!”, grita Yanina y como dice el documento que lee Mauricio, el primo de Danilo. El Estado de este sistema, el estado capitalista, que no puede desde hace tres décadas garantizar el pleno empleo, deja afuera al 20 por ciento de la población y la castiga mediante el crimen policial. El mismo estado que incuba el crimen, el narco, la trata, combate luego brutalmente al chiquitaje no sólo para disimular, sino para consolidar, en un nuevo momento del giro de la rueda, esa gigantesca esfera de inversión del capital que es el negocio de la seguridad. Así se produce el monstruo del gatillo fácil, de la doctrina Chocobar, el Leviathán de Bullrich y Ritondo que devora todo, incontrolable: masacra a los chicos de Monte, fusila a Silvia Maldonado en Santiago o asesina a Ricardo Tassara, el médico de Burzaco.
“Es política”, dice el hombre de boina, y agrega: “están politizando todo”. “Nos acusan de hacer política”, parece que le contestara Mauricio desde el documento, “No será que ellos defienden otra política, la del gatillo fácil, la doctrina Chocobar, la de Macri y Bullrich?”, se interroga. Y acaso no es política la conducta de la intendenta Sandra Mayol, “al dar por veraz la versión policial”. Lo mismo que la designación de Alejandra Cotignola, ex agente policial, abogada de ex policías acusados por distintos delitos, que indigna a los familiares y al pueblo de Monte. ¿No es acaso una clara señal política de la intendenta massista? El documento es completamente claro: esa designación “es una provocación”.

La difusión temprana de la versión de la policía, el intento de evitar que trasciendan las imágenes de la persecución, las represalias contra Alexis, el empleado municipal que valientemente las difundió. ¿Acaso no son eslabones de una política, ejecutada paso a paso desde la intendencia, destinada al encubrimiento? Ismael Jalil, de Correpi, lo ha dicho en su discurso con absoluta claridad: “Esto es un producto de la doctrina Chocobar, un producto del gatillo fácil. Por eso es un crimen de estado, un crimen político”.
Ya habló Adolfo Pérez Esquivel: “Fuerza, no abandonen la lucha”. Nadie, ni el pueblo de Monte ni “los de afuera”, piensan hacerlo. Y el hombre de boina capaz que lo sabe, y por eso le dice a la chica que, repito, no sé si lo escucha: “Sabés que pasa, esto no se va a acabar más. Lo que se va a acabar es la tranquilidad, la paz que siempre tuvimos acá”. Eso dice el hombre de boina, tal vez uno de los dueños de Monte, donde la policía de Macri, Bullrich, Ritondo y Sandra Mayol masacró a cuatro adolescentes.
Fotografías: Matanza Viva