martes, septiembre 10, 2024
Nacionales

La era del corregidor. La meritocracia al palo

¿Cómo hubieras querido que te traten? La respuesta es como a cualquiera. Hay algo de la cualquieridad que tiene que ser puesto en juego cuando pensamos en la enseñanza dice Carlos Skliar. De la hospitalidad, diría Derrida, claro sin olvidar la singularidad, la particularidad y la mismidad que nos hacen únicos, distintos y cualesquiera.

Al parecer en estos días ser cualquiera y tener acceso a la educación está en riesgo en manos de clasificaciones y escalas de valores que coartar y obturan el devenir de los sujetos, excluyendo al que “no merece” ser educado. Esto genera una violencia que estigmatiza y marca al ser, lo discrimina. Lo clausura. Debemos, como sociedad, comprender que la meritocracia no es la opción.

Es imprescindible un Estado que brinde un sostén educativo, que aloje a los seres y contemple sus situaciones sociales y realidades. Un espacio que habilite y ayude a poder trazar y narrar trayectorias, que empodere y acompañe. Es esencial comprender que la educación debe ser gratuita y para todos, para cualquiera sin importar de dónde venga, lo importante es hacia dónde vaya

Hoy en nuestro país existen diferentes proyectos que otorgan becas para la finalizar el ciclo educativo, uno de ellos es el Programa de Becas PROGRESAR en el cual los requisitos para ingresar son que el grupo familiar no supere tres veces al Salario Mínimo Vital y Móvil ($12.500), tener entre 18 y 24 años y como exigencia para continuar en el dispositivo los alumnos deben aprobar la mitad más una de las materias (si lo hacen con 8 o más son premiados con un monto adicional al de la beca).

En cuanto a los niños y adolescentes de la primaria y secundaria tienen la obligación de pasar de año. Es muy complejo pensar en este modelo de programa basado en la meritocracia cuando hay una línea de base y de partida absolutamente desigual. Algunos de los sujeto se debaten entre juntar el mango para comer, changuear, ver a dónde dormirán esa noche, cuidar a sus hijos o estudiar, mientras otros, que no están en las mismas condiciones, logran cumplir con los requisitos solicitados. Es injusto expulsar del Sistema Educativo (al que todos los seres tenemos derecho) a las personas porque no alcanzan el “mérito” suficiente sin pensar en la cotidianidad que los atraviesa y en el contexto a donde están inmersos.

¿Dónde encajarán estos sujetos a los que el sistema excluye de la posibilidad de estudiar, porque no llegan a la escala de valor que se les impone sin criterio real alguno, pero luego para obtener un trabajo se les exige que tengan conocimientos básicos?

¿Qué alternativa tienen estos seres vulnerados en todos sus derechos (salud, trabajo, educación) si les quitamos uno de los principales que es el de estudiar? ¿Qué posibilidades tienen de recibir una educación y conocimiento que, como dice Chomsky, les permitan aprender a descubrir y reinventar el mundo? Y así poder desarrollarse como personas críticas

¿Qué les sucedería a estos seres aterrados por el otro amenazante?  Tal vez, el temor al otro no es más que el miedo a lo que está oculto en cada uno de nosotros y la expulsión es la manera más defensiva de negarlo y apartarlo.

Es imprescindible un Estado que brinde un sostén educativo, que aloje a los seres y contemple sus situaciones sociales y realidades. Un espacio que habilite y ayude a poder trazar y narrar trayectorias, que empodere y acompañe. Es esencial comprender que la educación debe ser gratuita y para todos, para cualquiera sin importar de dónde venga, lo importante es hacia dónde vaya.

Por su parte, Pierre Bourdieu interpretó a la vivencia de inferioridad en la postura corporal, en los sentimientos de vergüenza y humillación que resulta de la violencia simbólica de la denominación.

La pregunta que me convoca es ¿qué nos sucede con este ser que “no merece”? ¿Qué acontece en esta era del neoliberalismo a ultranza donde las diferencias se obturan, se anulan, se expulsan y eliminan? ¿Será el miedo, el terror a sentir al otro como una amenaza? ¿Cuál es la vara para medir “el merecer”? ¿No tiene valor aquel que la yuga todo el día por unos pesos para darle de comer a sus hijos? ¿No tiene mérito una mujer que con siete hijos sigue concurriendo al Centro Isauro Arancibia para estudiar y lleva a sus hijos a que también lo hagan?

En palabras de Byung Chul Han: “Se construye un “apóptico”, una construcción basada en una ‘óptica excluyente’ que identifica como indeseadas y excluye por tales a las personas enemigas del sistema o no aptas para él”. Lo distinto, lo que no encaja, lo desigual.

En tal sentido y recapacitando sobre el “otro no merecedor” nuevamente, me cuestiono sobre lo que ocurriría si se abrieran espacios para la construcción conjunta y subjetiva. ¿Qué les sucedería a estos seres aterrados por el otro amenazante?  Tal vez, el temor al otro no es más que el miedo a lo que está oculto en cada uno de nosotros y la expulsión es la manera más defensiva de negarlo y apartarlo.

La sociedad para conformarse como tal está urgida de otros confiables mediante los cuales pacificarse, con los que crear  vínculos afectivos habilitantes y sostenedores para crecer como tal. Trazar redes vinculares que nos demuestren que se hace y se construye con lo distinto, con lo diferente y que el miedo se atraviesa no se expulsa.

“Dentro de nosotros hay una cosa que no tiene nombre. Eso es lo que somos”, Dijo José Saramago.

Carla Elena. Psicóloga Social, miembro del Forum Infancias. Docente.