Ingalinella, por Soriano
Por Flavio Zalazar, desde Rosario/El Furgón –
La literatura vive de las representaciones del lector, figuraciones la llaman hoy. El periódico La Opinión, por el año 1972, saca un artículo firmado por su redactor estrella, Osvaldo Soriano, acerca del secuestro y posterior desaparición del militante y dirigente rosarino del Partido Comunista Juan Ingalinella, ocurrida a mediados de la década del cincuenta. Cobra hoy sentido su lectura, no solo porque el hecho fue replicado de a miles en la última Dictadura Cívico Militar, sino por la asociaciones a otro fenómeno de violencia, la que encarnan los textos.
La crónica aparece el 28 de julio de 1972 con el título de “Asesinato de Juan Ingalinella” (podemos leerla también en Artistas, locos y criminales). Comienza con una referencia a la reconstrucción de Rodolfo Walsh en la apertura de Operación Masacre: “Pasaron 17 años y la casa, el barrio, la gente, han cambiado apenas…”. Y como el libro, la nota también tiene antecedentes en El Matadero. Pero mientras que Walsh hace ligar los planos espaciales con el asesinato político-el matadero con el basural de José León Suarez-, aquí es la decisión misma del médico comunista la que repone el acto de rebeldía del joven unitario en el relato de Echeverría: “tan indefenso se sintió Ingalinella esa noche que su corazón no soportó la bajeza y la convirtió en crimen. La única manera de dar al absurdo una dimensión histórica”. Claro que no fue antojadiza la relación entre el militante y el unitario hecha por Soriano, de filiación peronista.
Desde 1943 y hasta 1952 -la periodización la realizaban desde el golpe-, los intelectuales comunistas argentinos habían logrado mantener un frente con otros actores del mundo cultural ante lo que afirmaban era “un régimen reaccionario, clerical e hispanista”. Defendían, con inocencia de recién venido, los valores de la historiografía liberal. Cabría revisar investigaciones y publicaciones de Leonardo Pasos, Héctor P. Agosti, Raúl Larra, sobre personajes de la hagiografía oligárquica-burguesa. A partir del ’52, y con la política de “frentes nacionales” dictada por la U.R.S.S, el campo intelectual argentino se dividió entre comunistas, nacionalista y liberales. Al quedar aislados, los marxistas buscaron una alianza con el peronismo, y entre acuerdos y desavenencias, no solo aviene “La Fusiladora”, sino además la sombra del desaparecido en democracia.
El desacuerdo actuó como partícipe necesario del secuestro al médico y militante del Partido Comunista. Los funcionarios policiales alegaron actuar en defensa del gobierno democrático de Juan Domingo Perón -les cupo perpetua-, ignoraban que esa misma noche, la del 17 de junio de 1955, Ingalinella había organizado un comunicado de su partido en apoyo al gobierno. El querido Soriano, diecisiete años después, parece no advertirlo tampoco.