Yuri Gagarín que estás en los cielos
“Por primera vez veo con mis ojos la forma esférica de la Tierra. Puedo ver su curvatura,
Incluso mirando hacia el horizonte. Es un espectáculo único y maravilloso…”
Yuri Gagarin
Por Jorge Montero/El Furgón –
Cuando el Sputnik orbitaba alrededor de la tierra y todos los radares del planeta difundían aquel bip, bip, bip metálico, incesante, un orgulloso Serguéi Pávlovich Koroliov se dirigía a su equipo de trabajo, el 4 de octubre de 1957, en el Cosmódromo de Baikonur en la estepa kazaja,para explicarles la dimensión de aquello que estaba sucediendo: “La conquista del espacio ha comenzado. Fuimos testigos hoy de la realización de un sueño pensado por algunas de las mentes más brillantes que hayan existido. Nuestro científico excepcional, Konstantin Tsiolkovsky, previó de forma brillante que la Humanidad no seguiría siempre en la Tierra. El Sputnik es la primera confirmación de su profecía”.
Por primera vez en la historia, el espacio no era exclusivamente el escenario para creativas narraciones de ciencia-ficción ni para utopías sin fundamento científico alguno. El pionero Tsiolkovsky lo había adelantado:“La Tierra es la cuna de la Humanidad…Pero no se puede vivir para siempre en una cuna”. Ahora el espacio era el verdadero campo de una batalla entre el comunismo y el capitalismo, por la superioridad de un sistema sobre el otro. Una disputa en la que estaban involucrados científicos, técnicos y militares, urgidos por los tiempos políticos.
Desde entonces, no existió mayor desafío para la inteligencia y la pericia del hombre que anticiparse a su adversario, superar las propias limitaciones y llegar primero a lugares que ningún otro ser humano hubiera transitado. Se desarrollaron tecnologías revolucionarias sin modelo previo, se experimentó con animales, se creó la categoría de cosmonauta, se elucubraron audaces diseños, se organizaron planes extraordinarios con un solo objetivo: conquistar el cosmos.
Los soviéticos tomaron la punta en la carrera espacial: el Sputnik, primer satélite artificial en órbita; el primer ser vivo en el espacio -la perra Laika-, en el mismo año de 1957; la primera nave en salir de la gravedad terrestre y orbitar alrededor del sol -Luna 1-, en 1959. También se habían adelantado con Luna 2, la primera nave en llegar a la superficie lunar impactando al este del Mare Serenitatis, en 1959; y con Luna 3 al fotografiar la hasta entonces desconocida cara oculta lunar, en el mismo año.
Sin embargo, semejantes hazañas empalidecieron el 12 de abril de 1961. A las 9.07, desde Baikonur, se dio la orden de lanzamiento de la Vostok-1. En el aire se escuchó la voz de Yuri Gagarin: “¡Poyéjali!” (¡Vámonos!). La especie humana, luego de tan solo 200 mil años en los que se dispersó por los cinco continentes y reclamó como suya la tercera roca del sistema solar, se encaminaba a romper las cadenas que hasta entonces la ataban a la superficie.
Y entonces todo comenzó a temblar. Sin cuenta regresiva que lo preparase, los músculos de ‘Yura’ se tensaron, su pulso aumentó hasta 150 pulsaciones por minuto y el peso de su cuerpo se multiplicó por cinco. La cápsula esférica donde se encontraba, montada sobre tres cohetes de 39 metros de largo, se movía. Y de repente, el hijo de un carpintero y de la obrera de un koljós fue catapultado por los aires. Nueve minutos más tarde sus 157 centímetros de humanidad entraron en el espacio. Las vibraciones cesaron. Se acomodó el casco, y entonces hizo algo que nadie había hecho antes: vio el planeta desde el espacio.
“La Tierra es azul! ¡Es hermosa!”, exclamó en un ruso claro, mientras el cosmos se teñía de rojo. “Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos”. Con sólo mirar fuera de la ventanilla de la Vostok-1, Gagarin cambió el mundo. Y el mundo cambió a Gagarin.
‘Yura’ hizo lo impensable: sobrevivió. Y regresó a la Tierra. Luego de un desperfecto técnico y un principio de incendio, se eyectó de la cápsula y descendió en paracaídas cerca del pueblo de Smelovka. Asustadísimas, Ana Tajtárova y su nieta Rita de seis años, ante aquella aparición que acababa de bajar del cielo, enfundado en un traje anaranjado y un gran casco blanco, se echaron a correr. Nada sabían de la Vostok-1 en la granja colectiva donde trabajaban. Yuri se les acercó más y más. “¿Vienes del espacio exterior?”, preguntó, temblorosa la anciana. “Ciertamente sí -dijo Yuri-. Pero no se alarme, soy soviético. ¡Tengo que encontrar un teléfono! ¡Tengo que llamar a Moscú!”.
Y de una vida ignota, el camarada Yuri Gagarin pasó a prestar su nombre a decenas de calles de la Unión Soviética, a un glaciar, a un cráter en la Luna, a un asteroide y hasta su ciudad natal, Gzhatsk, fue rebautizada ciudad Gagarin. Mientras Picasso le hacía dibujos, Guillén y Parra le escribían poesías, se abrazaba con Fidel Castro y el Che en la Plaza de la Revolución, besaba a Gina Lollobrigida… pasó a promover la llegada conjunta de los humanos y el socialismo al espacio.
Al primer hombre al cosmos, a Yuri Gagarin y su vuelo de 108 minutos alrededor del planeta en el Vostok-1, le siguieron 520 hombres y mujeres de 38 países distintos, viajando por el espacio. El desafío tenía la dimensión de un abismo negro, donde la gravedad y el sonido eran los grandes ausentes.
Pero todo desafío tiene un riesgo, y en muchas ocasiones el peligro asume las formas de aquello que se pretende conquistar. Detrás de aquel viaje espacial que cambiaría al mundo para siempre, un puñado de anónimos pioneros ganó la dimensión de héroes nacionales, recibió reconocimientos y condecoraciones. Varios fueron portada de periódicos e invitados asiduos a múltiples celebraciones. Pero otros tantos, ignotos y no menos audaces, se hundían en el silencio y en las sombras de los fracasos, necesariamente ocultos detrás del velo de la propaganda. Intentos frustrados, decenas de temerarias pruebas barridas bajo la alfombra de la historia, que multiplicaban las teorías conspirativas, alimentadas por la paranoica censura estatal.
A la sombra de aquella primera e inigualable hazaña de Yuri Gagarin, a la que siguieron otras como las de la primera mujer en el espacio, Valentina Tereshkova en 1963; el primer paseo espacial, a cargo de Alexei Leonov en 1965; o la primera sonda terrestre en alcanzar otro planeta -Venera 3, en Venus- en 1966; se desdibujaron los bordes de la tragedia de otros cosmonautas sin tanta suerte.
Como Valentín Bondarenko, muerto trágicamente durante las pruebas de monitoreo en la cámara del simulador, sólo veinte días antes del viaje de Gagarin al cosmos. O Vladimir Komarov, el primer cosmonauta en morir durante un vuelo espacial, el 24 de abril de 1967, al precipitarse en la llanura de Karabulak, luego de un accidentado recorrido con la Soyuz 1. El primer suplente de este lanzamiento era el legendario Yuri Gagarin, quien había insistido por todos los medios posibles y durante años en que le permitieran retornar al cosmos. Si bien sus chances de volar en esta misión serían mínimas, su designación como sustituto significaba una concesión ante su indoblegable insistencia. El día indicado, Komarov y Gagarin subieron juntos al ascensor de la rampa de lanzamiento. Nadie mejor que ellos en el cosmódromo de Baikonur conocían los riesgos del vuelo que estaba a punto de comenzar.
Gagarin había firmado un documento de diez páginas semanas atrás, donde detallaba al menos 203 problemas estructurales en la Soyuz, y por lo tanto desaconsejaba el lanzamiento. Seguramente, habrá comentado en varias oportunidades las alternativas de esa revisión crítica con Komarov, pero estaba claro que los tiempos políticos podían más que las observaciones preventivas de los científicos. El ingeniero Serguéi Koriolov ya no estaba presente para interrumpir el despropósito.
Urgencia política en llegar antes que el competidor y golpear con la propaganda en todo el mundo. Urgencia en pulir los detalles técnicos y restaurar las fallas mecánicas para seguir adelante. Urgencia en experimentar y arriesgar aún en condiciones lejanas a las óptimas. Yuri acompañó a Komarov hasta la escotilla de entrada. Ya no era tiempo para palabras entre ellos, pero al menos alcanzó a murmurar un poco convincente: “Nos veremos pronto”. Once meses después, un campesino de Novosyolovo, dice haber visto un resplandor, estira un brazo frente a la cámara para señalar un punto en el cielo, sobre el bosque, donde el Mig-15 UTI de entrenamiento piloteado por Yuri Gagarin, se precipitó como un relámpago una mañana de marzo.
Para algunos observadores, la muerte de Komarov fue el fin de la inocencia para el programa espacial soviético, que hasta entonces se había caracterizado por una efectividad absoluta, sustentada por la capacidad del ahora fallecido ingeniero Koriolov, quien siempre se había manejado con cautela y astucia para con las presiones políticas. Pero esa no fue la única consecuencia de la tragedia: también le significó a la Unión Soviética la paralización del sueño de llegar a la Luna, cuando su programa demoró 18 meses en planificar el siguiente vuelo. Para entonces, la iniciativa en esa carrera a contrarreloj ya estaba definitivamente perdida y en manos de la NASA.
Pero la Unión Soviética era aún una potencia mundial que se mostraba en condiciones de montar la primera estación orbital, Salyut 1, uno de los éxitos tecnológicos más importantes de la historia moderna. Pero después de atravesar una crisis terminal, producto de sus propias contradicciones, se fragmentó en quince repúblicas y asumió la impotencia de hacer retornar a Sergei Krikalev, un cosmonauta que esperó 313 días varado en la estación espacial Mir; a esta altura sin país, sin bandera y, sobre todo sin destino.
Detrás de las luces de la ciencia sin fronteras a la vista, de la maravilla tecnológica,junto al primer vuelo orbital de un hombre,hizo su entrada la tragedia, como efecto colateral de la conquista, y como precio a pagar por la osadía de atreverse a visitar el cosmos. Pioneros, mártires, fantasmas errantes, náufragos de las estrellas; nombres e historias olvidadas por la historia oficial, pero con un lugar asegurado en la épica de la conquista del espacio, esa imaginada por visionarios y ejecutada por científicos creativos, diseñadores talentosos y cosmonautas audaces como Yuri Gagarin.
“Las estrellas se juntan alrededor de la tierra
Como ranas en torno a una charca
A discutir el vuelo de Gagarin.
Ahora sí que la sacamos bien:
¡Un comunista ruso dando de volteretas en el cielo!
Las estrellas están muertas de rabia
Entretanto Yuri Gagarin
Amo y señor del sistema solar
Se entretiene tirándoles la cola”.
Nicanor Parra.