En el nombre del padre: La historia de un castigo
Luego de escribir varias columnas, de leer otras, de iniciar un proceso de búsqueda interna no buscado (o tal vez sí) ya que la escritura y la lectura lo son, pude identificarme con otros relatos y también al ver los míos expuestos pude explorar recuerdos, instantes, momentos, sentires que hoy logro mirar y transitar de otra manera.
Cuenta esta historia el padecer de dos niñas que fueron vulneradas en su infancia, en su sexualidad, en su confianza por quién más tenía que protegerlas y cuidarlas; su padre.
Este relato ocurre cuando estas dos pequeñas protagonistas, hijas de un padre y una madre con los cuales convivían, no cumplían con las normas o con lo que estaba bien hacer o decir; o sea cuando “se portaban mal”; se peleaban, gritaban, se usaban los útiles, etc. El hombre de esta historia tenía una forma de castigo bastante particular que la madre por omisión u acción toleró, aceptó y de alguna manera fue cómplice.
Cuando estas infantes de mi narración cometían una “falta” y hacían enojar (cosa que con facilidad ocurría) al padre, éste las llevaba al living de la casa, las obligaba a desvestirse, sí hablo de desnudarse completamente ante sus ojos y luego así como estaban estas dos criaturas, de no más de 8 o 9 años, eran expulsadas de la vivienda quedando expuestas, violentadas, desprotegidas, humilladas en el pasillo común del edificio. Vale aclarar que las escaleras fueron su refugio y alojo.
Este no era un abuso donde las niñas no se sentían violentadas o invadidas como ocurre en muchos casos. Era un claro caso de abuso violento a dos criaturas que nada podían hacer ante el mandato obligatorio de su padre. Una violación a la intimidad y sexualidad de dos infantes desprotegidas y sin herramientas ni físicas ni mentales para poder enfrentar semejante situación.
Por supuesto en ese momento estas dos niñas olvidaban cualquier riña posible y unían sus cuerpo tanto que se fusionaban en uno para poder soportar, tolerar el miedo y terror que la situación que estaban transitando les causaba. Esas dos niñas se hacían una en el espanto de tan violento acto.
Cuando su padre entendía que había transcurrido el tiempo suficiente de castigo les abría la puerta y las pequeñas entraban a lo que era su “hogar”, claro ya sin un grito porque el pavor y la angustia habían opacado y clausurado todo tipo de “mal comportamiento” posible. El único comportamiento existente en ese instante era el silencio.
De la historia supe y mucho pero creo que sobre la misma ya no hace falta contar más. Nunca más volví a estar desnuda, con todo lo que ello implica, en el pasillo de un edificio.
Importante me parece mencionar que este no era un abuso donde las niñas no se sentían violentadas o invadidas como ocurre en muchos casos (que yo misma he narrado en otra columna), éste era un claro caso de abuso violento a dos criaturas que nada podían hacer ante el mandato obligatorio de su padre. Una violación a la intimidad y sexualidad de dos infantes desprotegidas y sin herramientas ni físicas ni mentales para poder enfrentar semejante situación.
Con el tiempo llegó la posibilidad de rebelarse al acto impuesto, de unirse ante la doctrina violenta y la voz finalmente pudo surgir, filtrarse por alguna fisura de esta relación tan particular. Se quebró esa dinámica padre/hijas sometidas y así fue que un día ante el castigo las niñas pudieron decir “NO” y no era no. Si las quería echar y castigar, pues bien lo haría pero con sus ropas puestas.
De la historia supe y mucho pero creo que sobre la misma ya no hace falta contar más. Nunca más volví a estar desnuda, con todo lo que ello implica, en el pasillo de un edificio.
Con el tiempo, pude relatar estas situaciones violentas ya desde otro lugar y con otras herramientas. Logré que la palabra circule, fluya, diga, denuncie, se enoje y no justifique sino que repare un poco de lo transitado.
Me gustaría traer unas líneas de Beatriz Janin (Psicóloga y Presidenta del Forum Infancias) de su texto: “Las marcas de la violencia. Los efectos del maltrato en la estructura subjetiva”.
“Hablar de la violencia en relación a los niños nos lleva a pensar en un amplio espectro de violencias: violencia social, violencia familiar, violencia desatada a lo largo de la historia. La explotación de menores, los golpes, el hambre, el abandono, la no asistencia en las enfermedades, la apropiación ilegal, el abuso sexual, etc., son todas formas del maltrato… Golpes que incrementan el estado de desvalimiento infantil y que impiden el procesamiento y la metabolización de lo vivenciado”.
“Hay una memoria de marcas corporales, de agujeros, memoria en la que lo que se hace es “desaguar” recuerdos, memoria del terror que insiste sin palabras, sin posibilidades de ser metabolizadas… marcas de golpes, de momentos de pánico, de silencios colmados de angustia y vergüenza, de alertas. Lo que no pudo ser ligado, metabolizado, “digerido”, pasa en su forma “bruta” a los hijos y a los hijos de los hijos. Así, las angustias primarias, los terrores sin nombre, los estados de depresión profunda y de pánico, se transmiten como agujeros, vacíos, marcas de lo no tramitado. Tienen el efecto de golpes sorpresivos, frente a los que no hay alerta posible”.
Hoy, urgente, para siempre y más que nunca; Educación sexual integral para poder reconocer y proteger nuestros cuerpos, para valorar de forma positiva la diferencia, para incentivar la solidaridad, la responsabilidad afectiva y el cuidado integral de las personas en los vínculos.
Con el tiempo, pude relatar estas situaciones violentas ya desde otro lugar y con otras herramientas. Logré que la palabra circule, fluya, diga, denuncie, se enoje y no justifique sino que repare un poco de lo transitado. Ésta, tal vez fue una manera de narrar una nueva historia, de contar otro relato, no porque aquel no haya existido o esté olvidado sino porque pude inscribir, tramitar y en ese camino dialogar y conversar sobre esos hechos con mi madre que poco recordaba.
Creo que es esencial que la palabra se pronuncia, se exponga en un ámbito confiable, protegido y subjetivante para el ser pueda ligar y procesar lo vivido para que no quede instalado y enquistado de manera traumática. Para que el sujeto pueda resignificar y trazar otra trayectoria. Tal vez ponerlo en líneas habilite a que otros relatos, historias, padeceres puedan surgir y así dejar de callar en el nombre del padre.
Hoy, urgente, para siempre y más que nunca; Educación sexual integral para poder reconocer y proteger nuestros cuerpos, para valorar de forma positiva la diferencia, para incentivar la solidaridad, la responsabilidad afectiva y el cuidado integral de las personas en los vínculos, el respeto por la intimidad, promover los derechos humanos universales, y como parte de éstos los derechos sexuales y reproductivos y fomentar los principios de igualdad, dignidad humana, respeto, justicia y participación para todas las personas como base indiscutible para alcanzar la salud sexual, reproductiva y el bienestar general.
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Carla Elena. Psicóloga Social, diplomada en Violencia Familiar y Género. Miembro de Forum Infancias. Docente.
Portada: imagen tomada del documental “Los monstruos de mi casa“