Cristina Siscar: “Me asombré por la relación entre la ficción y lo que ocurre hoy en nuestro país”
Por Marcelo Massarino/El Furgón –
Un hombre va detrás de una mujer. Sólo tiene una nota manuscrita con una dirección. Decide subir a un micro y cuando llega a destino descubre que se trata de una ciudad abandonada, donde ni los carteles de las calles resistieron al clima hostil. Sin embargo, allí sobrevive un anticuario que no cruzó del otro lado del río, ahora invisible, apenas una huella en la tierra reseca. En País de arena (Paradiso ediciones), la última novela de la escritora Cristina Siscar, los personajes están en una búsqueda permanente, en un viaje que los interpela sobre sus vidas, que pone en jaque al destino escrito en las marcas de las manos, en las arrugas del rostro, en los sueños. ¿Y si el lugar que creemos será nuestra morada es un laberinto que, una y otra vez, cambia la puerta de salida? Entonces, allí estamos en una búsqueda eterna.
Siscar tiene una prosa con una lírica particular que fluye mientras transita por un lenguaje caudaloso, tan rico y potente que la historia gana en la construcción de un imaginario complejo que involucra y compromete al lector. Se trata de una operación que logra una narradora que mixtura los oficios de poeta, cuentista y ensayista. En definitiva, una maestra de escritores que demuestra cómo una idea se transforma, gracias a las palabras, en un libro con vida propia que trasciende las fronteras del tiempo y el espacio. Así es, en esencia, País de arena.
– ¿Cuál fue el origen de País de arena?
– Estaba en los Estados Unidos, en Missouri. Me habían invitado a dar un par de charlas en dos universidades de Saint Louis. Me parece que tiene su gracia contar, pensando en esta novela, que el tema de esas charlas fue el modo peculiar en que aparece el viaje en la literatura argentina actual. Bueno, uno de esos días en Saint Louis, la profesora Virginia Braxs me llevó en su auto a conocer Hannibal, el pueblo de Mark Twain, donde no sólo hay un museo en homenaje al escritor sino que incluso una parte del casco antiguo ha sido convertida en museo. La ruta que lleva hasta allí va bordeando el Mississippi, o sea que teníamos a un lado ese río ancho y caudaloso y al otro los campos verdes de las granjas. En un momento apareció, a la orilla del río, una casa de madera con escalones y galería y baranda, así como hemos visto tantas veces en las películas del far west. Era un negocio de antigüedades. Esa visión unida a la sensación doblemente extraña de estar circulando entre decorados, como entre trastos viejos de alguna escenografía, algo así como un viaje dentro de otro viaje, todo eso fue tan fuerte que supe que de ahí iba a salir una novela.
– En la novela quedó el anticuario, pero hay un río seco.
– Sí. En todo proceso creativo, la imaginación contamina la experiencia y la experiencia retroalimenta nuestro propio imaginario. Escribí País de arena entre 1998 y 2001, con la imagen más intensa de ese viaje en mi memoria y seguramente bajo la influencia de lo que acontecía entonces en nuestro país, de esas tristes visiones cotidianas. Así que sí, quedó el anticuario y su tienda, como un rastro, en medio de un paisaje desolado de fábricas y comercios cerrados, de casas abandonadas; y el río caudaloso se convirtió aquí, en el sur, en un lecho pedregoso, un río seco a causa de una represa que, se dice, construyeron en el norte, por lo cual se va borrando el límite entre la ciudad y el desierto de arena que la rodea. Pero lo que más me interesaba conseguir era esa mirada extrañada, de extranjera, que está en el origen de la novela, y por eso Dante, ¿no?, el forastero que llega para cumplir un sueño y se encuentra perdido entre ruinas. Ruinas y desarraigo. O sea que tanto en el origen de la novela como en el de la historia que se cuenta hay un viaje.
– Los personajes están en una búsqueda permanente, incluso creen que algo va a cambiar; por ejemplo, que lloverá o que volverán los que se fueron de la ciudad ¿Hay detrás un proyecto colectivo?
– Hay una comunidad secreta que vive, se dice, en las fábricas y escuelas desmanteladas. La integran los que se quedaron sin casa y sin trabajo y no lograron emigrar. Se dice también que están organizados y que los antiguos maestros dan clases a los niños. Para los habitantes de la otra orilla son “los fantasmas”, los temibles fantasmas: ausencias presentes como el agua del río, el tren que ya no circula, la mujer desaparecida que vino a buscar Dante. Este viajero se propone cultivar un huerto en un erial, lo que implica una transformación de sí mismo y del entorno, pensando a la vez en su salida personal y en la función social de la probable cosecha.
– ¿Qué papel juegan las utopías en la historia? Un hombre quiere cultivar en la tierra reseca y otro está obsesionado con recuperar el recorrido del ferrocarril; una mujer espera la llegada del día que regresen sus hijos. ¿Son simplemente excusas que se renuevan a diario o adquieren el carácter de utopías?
– Son sueños, deseos que dan sentido a sus vidas, como esas luces que espera ver en el desierto la chica que de noche se escapa para llegar peligrosamente hasta los bordes de la ciudad. Es lo que les da entidad: dime con qué sueñas y te diré quien eres. En el caso del ex ferroviario que trata de reconstruir el recorrido de los trenes que ya no existen, es también su memoria. Pero, lejos de la pasividad, se consagran con obstinación, poniendo el cuerpo, a una serie de tareas repetidas a diario hasta el delirio, a la espera de lo que nunca llega y pese a que lo que ocurre es todo lo contrario de lo deseado. En este sentido, el título, País de arena, no nombra solamente el escenario y el clima de la novela. Me parece que en él resuena también la idea de “castillo de arena”. En el caso de Dante, el extranjero, a la distopía inicial le sigue la utopía de obtener flores y frutos en un arenal.
– La decisión de publicar este libro a finales de 2018 aunque fue escrito hace más diez años, ¿es porque aquello que quiso describir en esos días se compadece con el país de hoy?
– Alguien dijo una cosa que me hizo volver al arcón de los inéditos y releer la novela. Y es cierto que me asombré por la relación entre lo medular de la ficción y lo que ocurre hoy en nuestro país. Las ficciones no reflejan la realidad, la postulan, dice Ricardo Piglia. Pero, además, me di cuenta de la relación de País de arena con las otras dos novelas publicadas antes, como si fueran tres ademanes de un mismo cuerpo.
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Fotografías: Matanza Viva