¿Yanquis rojos? ¿A dónde va el Partido Demócrata?
Por David M. K. Sheinin*, desde Canadá, especial para El Furgón –
La entrada en la Cámara de Diputados del Congreso de los Estados Unidos de Alexandria Ocasio-Cortez (Nueva York), Rashida Tlaib (Michigan) e Ilhan Omar (Minnesota), en 2018, ¿provocó un giro a la izquierda del Partido Demócrata (PD)? Por ahora, no.
Las tres legisladoras quieren subir el salario mínimo, universalizar la atención médica gratis, eliminar las tasas de matrícula en las universidades públicas y abrir la puerta a los inmigrantes. Han puesto en guardia a sus compañeros del PD (y dieron una alegría a los republicanos, que ya están afilando sus dientes para el debate electoral) al criticar con dureza al gobierno de Israel. Si las posturas progresistas de este sector ganan impulso harían que los demócratas girasen más a la izquierda que nunca, desde los años 30. Pero no parece probable. Las fuerzas que derrotaron al socialista democrático Bernie Sanders en las primarias demócratas de 2016 y eligieron a la centrista Hillary Clinton, controlan el aparato partidario. Además, el cisma Clinton-Sanders proyecta un posible desastre electoral para el PD en las elecciones presidenciales de 2020.
Discurso de Bernie Sanders
Ahora que los demócratas presentan sus candidaturas para las elecciones del próximo año varios aspirantes adoptaron las posturas de Tlaib, Omar y Ocasio-Cortez. Tanto Kamala Harris como Julián Castro, por ejemplo, se mostraron a favor de una fuerte subida de impuestos a los ricos y del denominado “New Deal medioambiental“, que reduciría la dependencia de Estados Unidos de los combustibles fósiles. Por otro lado, lo más probable es que éstas y otras posturas izquierdistas de los candidatos a la presidencia, sean efecto del apoyo que brindó el 43% de los demócratas a Bernie Sanders en la carrera presidencial de 2016.
Y ahí está es el problema. El Partido Demócrata aún tiene que afrontar (ni hablar de resolver) la creciente brecha que separa a la denominada “izquierda insurgente” (insurgent left) y el centro-derecha. Muchos políticos del segundo grupo cuentan con el apoyo del sector petrolero, de la industria de los seguros y de otros grupos con intereses en el mundo empresarial que Talib, Omar y Ocasio-Cortez tanto desprecian. A menos que logren salvar la distancia que separa a Sanders y Clinton, el triunfo de los demócratas en la contienda presidencial de 2020 dependerá más de los tropiezos de Donald Trump que del proyecto de cambio que proponga la oposición.
El triunfo de Alexandria Ocasio-Cortez en las primarias demócratas de Nueva York de 2018 constituye un valioso barómetro del lugar de la izquierda insurgente en el PD en dos aspectos relevantes. Tanto durante como después de la carrera presidencial de Bernie Sanders, en 2016, sus seguidores formaron un puñado de grupos parlamentarios que se encargaron de elegir cuadros políticos y sociales, a nivel gubernamental, que podría impulsar los planes de Bernie. Uno de esos grupos, el Brand New Congress (BNC), tardó meses en convencer a Ocasio-Cortez para que se presentara como candidata a una banca. Para la campaña electoral, recibió asesoramiento, respaldo organizativo y apoyo logístico del BNC y de otra agrupación que se inspira en la política de Sanders, el Justice Democrats. Quedó claro, por lo tanto, el legado que Ocasio-Cortez recibió del entorno del ex precandidato presidencial. Es la clase de candidata (joven, mujer y de color) que algunos desearían que hubiese sido Bernie.
Al mismo tiempo, representa la profunda división de los demócratas, que sigue sin resolverse. El triunfo de Ocasio-Cortez, en noviembre de 2018, fue un simple añadido, una victoria fácil ante un flácido contrincante republicano en un distrito que lleva mucho tiempo votando al Partido Demócrata. Su verdadera prueba de fuego tuvo lugar cinco meses antes, en las primarias. Ahí se dio la sorpresa. Los medios hicieron hincapié en que la joven puertorriqueña del Bronx derrotó a Joe Crowley, un congresista blanco (y “viejo”) de su propio partido en un distrito caracterizado por la diversidad de etnias y razas.
A primera vista, Ocasio-Cortez parecía representar a un nuevo electorado del PD, diverso, latinx y de clase trabajadora. Sin embargo, un elemento clave del apoyo que recibió vino de otra parte: cosechó su mayor éxito en los barrios que reflejaban una población no latinx, de una clase media emergente, (llegada de Manhattan y de otros barrios, no de la clase trabajadora) y más joven. En las zonas de su distrito que eran más blancas, más pudientes y en las que tenían más educación, Ocasio-Cortez consiguió un triunfo aplastante, con un porcentaje de hasta el 70%. Asimismo, a pesar de la derrota, Crowley ganó con contundencia en zonas en las que la mayoría de los residentes eran latinxs de clase trabajadora y afroamericanos.
Al final, el margen de victoria de quien hoy es la legisladora más joven en la historia de los Estados Unidos, no llegó gracias a los inmigrantes de clase baja y los votantes que no eran blancos, sino a muchos de los que habían apoyado a Bernie Sanders en 2016 :blancos, jóvenes, con estudios superiores y en muchos casos de clase media que tratan de impulsar una revolución en la política identitaria, que apoye (lo cual resulta admirable) los derechos de una creciente franja de grupos desfavorecidos, que va desde la comunidad trans hasta la gente discapacitada.
Sin embargo, mientras el Partido Demócrata no logre encontrar el modo de regresar a una política obrera más explícita, que lo definió en los años 30 (posiblemente a costa de políticas que favorecen menos a los trabajadores en concreto, como el New Deal medioambiental), seguirá con dificultades para ganar el apoyo de la clase trabajadora en muchas regiones del país, para triunfar en las elecciones presidenciales.
Queda un último tema espinoso. Donald Trump no solamente ganó el 30% del voto latinx en 2016. Muchos votantes de Bernie Sanders de clase trabajadora, simpatizaban con Trump y lo votaron en las elecciones generales (o simplemente no sufragaron). Hay quienes dicen que la gente de clase obrera de Estados Unidos vota en contra de sus intereses cuando apoya a Trump contra Sanders o contra Ocasio-Cortez. Es posible que sea así, pero la realidad de la gente trabajadora es más compleja en muchos puntos del país. Y los demócratas han cometido un grave error al considerar que el pueblo trabajador es tonto si vota a Trump. O que apoyaría al Partido Demócrata porque sería la opción “correcta” (en 2016 Hillary Clinton cometió ese pecado en Michigan y le costó ese estado). Por mucho que se anuncien con bombos y platillos los triunfos de Tlaib, Omar y Ocasio-Cortez, no hay nadie entre los demócratas que sepa cómo recuperar a la clase trabajadora.
Los demócratas puede que ganen la presidencia en 2020. Pero si es así, y a menos que surja un candidato que tenga carisma y que resulte atractivo para los trabajadores estadounidenses, lo más probable es que el triunfo no se deba a un aumento espectacular de su popularidad, sino a los papelones políticos de Trump durante los próximos 18 meses. Hasta entonces, actual inquilino de la Casa Blanca carece de rival. Se aferra a su famosa “base” de votantes como un pitbull, un tercio del electorado estadounidense. Y tan sólo con un diez por ciento más, sería reelecto como presidente de los Estados Unidos en 2020.
*El doctor David M. K. Sheinin es profesor titular de Historia en Trent University (Canadá) y académico correspondiente de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Ha publicado 13 libros. El más reciente es Making Citizens in Argentina (con Benjamin Bryce). Actualmente, está escribiendo una historia del sector atómico argentino durante la Guerra Fría y la política internacional.
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