Crónica del después: Pensando una Argentina postelectoral
Parafraseando el título de una de mis novelas preferidas de Gabriel García Márquez, me encuentro aquí, a días de las elecciones de medio término, no para anunciar la “muerte”, sino para celebrar la institucionalidad del sistema representativo, republicano y federal de nuestro país. En otro momento histórico las luchas intestinas, la percibida debilidad presidencial, los indicadores sociales e inestabilidad económica que hoy dan cuenta de la dura realidad que enfrenta la sociedad argentina, hubieran sido motivos suficientes para que algunos actores políticos hubiesen pretendido, amenazado o simplemente abandonado el camino democrático. Si bien su emergencia resulte preocupante, no puede desestimarse el hecho de que aquellos grupos más extremistas, sobre todo de derecha, participen en el sistema y se imaginen como alternativas políticas posibles tanto en el corto como en el mediano plazo. Tampoco debe desestimarse que cuenten con un electorado desencantado dispuesto a delegarles su representatividad.
Los resultados también dan cuenta de que, a pesar de errores, desavenencias, desengaños y pérdidas concretas de espacios políticos, el gobierno encarnado en la figura presidencial, retiene su legitimidad y actúa en vistas a un posible cambio de rumbo que posibilite mejoras para la sociedad en su conjunto, para su propia subsistencia, e inclusive, de las que se beneficiarán las fuerzas políticas opositoras.
Pero no solo nos encontramos ante un sistema político estable, sino ante uno esencialmente “bicoalicionista” en donde una fuerza de conjunción de diferentes vertientes del movimiento peronista compite fundamentalmente con una coalición de centroderecha y opositora al Peronismo por más del 75% de los votos. Esta característica institucional, poco común en otros países de la región, y que se caracteriza por la continuidad en la alternancia de dichas fuerzas en el poder, da cuenta de niveles de maduración del sistema político argentino. Cabe destacar que en este contexto “bicoalicionista,” la Unión Cívica Radical, a la que muchos daban por especie en extinción, ha reavivado su influencia. Nos demostró que, si bien no cuenta con una estructura con proyección nacional propia, aún tiene peso a nivel local y provincial, y que seguirá siendo un socio necesario para cualquier coalición que busque enfrentar a las fuerzas peronistas panacionales.
Mientras no prime el dialogo necesario, entonces, la posibilidad de resolver lo estructural es casi imposible.
Los resultados también dan cuenta de que, a pesar de errores, desavenencias, desengaños y pérdidas concretas de espacios políticos, el gobierno encarnado en la figura presidencial, retiene su legitimidad y actúa en vistas a un posible cambio de rumbo que posibilite mejoras para la sociedad en su conjunto, para su propia subsistencia, e inclusive, de las que se beneficiarán las fuerzas políticas opositoras. Además del posible acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y el llamado al diálogo tanto dentro como fuera de la coalición gobernante, la misma se merece un análisis detallado de estas últimas elecciones que le permita evaluar cómo se reposiciona y qué deberá priorizar no solo para el diálogo con las fuerzas políticas en la oposición, sino para encarar una agenda política sustentable para todos durante los años venideros. Este análisis requiere de una discusión honesta hacia al interior de la coalición gobernante que incluya las trasformaciones de la estructura social, laboral y productiva nacional que se han venido gestando en las últimas décadas e intensificado con la pandemia, cuyos efectos sobre la ciudadanía y el electorado aún no podemos dirimir. Esa revisión de la realidad nacional inmersa en un contexto global también complejo, debe estar acompañada de una forma diferente de encarar la política, una que incluya estrategias que excedan los límites de la provincia de Buenos Aires, aunque la misma siga siendo central a sus objetivos políticos, e inclusiva de sectores políticos y sociales no tradicionales.
En el contexto transnacional y nacional que vivimos plantear políticas libradas exclusivamente a la lógica del mercado es irresponsable.
Es innegable que la situación pandémica ha debilitado a casi todos los gobiernos del mundo y, como hemos visto, el argentino no ha sido inmune. La misma ha hecho aflorar e intensificar problemas estructurales que las recetas implementadas por los últimos gobiernos argentinos, progresistas y conservadores, no han podido o no han querido resolver. Y mientras no prime el dialogo necesario al que me he referido anteriormente, entonces, la posibilidad de resolver lo estructural es casi imposible.
Los desafíos para el gobierno son muchos; incluido el de tratar de atraer a esas izquierdas en ascenso en ciertos territorios del país y en un terreno político electoral que se ha ido corriendo del centro hacia la derecha. En el contexto transnacional y nacional que vivimos plantear políticas libradas exclusivamente a la lógica del mercado es irresponsable. Considérese que, hasta el congreso norteamericano, no si tensiones y compromisos de por medio, concertó recientemente una ley que incluye cuantiosas inversiones en infraestructura y servicios sociales. Se entendió que no se pueden abandonar las políticas públicas distributivas sin generar mayor exclusión social con profundas secuelas para nuestras sociedades. El rol del estado es central para responder con responsabilidad y equidad al gran desafío que las crisis múltiples (por ejemplo, educativa, ambiental, sanitaria, alimenticia, entre otras) que tan crudamente se han visibilizado y profundizado en tiempos de pandemia. Sus tratamientos deberían ser prioritarios en la agenda política postelectoral.
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M. Fernanda Astiz. Recibió su título de politóloga de la Universidad de Buenos Aires y su doctorado de la Universidad del Estado de Pensilvania. Se especializa en política social, educativa en particular. Se desempeña profesionalmente en los Estados Unidos.
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Portada: Foto de https://www.tresdefebrero.gov.ar/votoseguro/