miércoles, octubre 9, 2024
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Semana Obrera: Las movilizaciones de marzo y su posible significación

Daniel De Santis/El Furgón – Las enormes movilizaciones de marzo y abril de 2017 mostraron el contenido más oculto pero más importante y permanente de la rebelión del 2001: la masividad. Centenares de miles de manifestantes en varias de las marchas sumaron alrededor de un millón durante todo el mes.

Esta cantidad no la tuvieron ni el Cordobazo ni el Rosariazo, mucho más radicalizados pero no tan masivos. Durante los años que transcurrieron entre estas grandes gestas y las jornadas de junio y julio de 1975, también conocidas como el Rodrigazo, las luchas fueron muy radicalizadas y los manifestantes se podían contar por decenas de miles. Los obreros de las grandes fábricas de la industria moderna, en junio y julio, protagonizaron innumerables huelgas y movilizaciones que estaban pasando de lo reivindicativo a lo político, lo que constituía uno de los elementos principales en la configuración del inicio de una situación revolucionaria. Pero como en los meses posteriores no se logró unir a esta lucha, con eje en lo económico, con la lucha democrática, como propuso e impulsó Mario Roberto Santucho, el movimiento de masas no se amplió. Esa clase obrera industrial no logró arrastrar o acaudillar al resto de los trabajadores y a los sectores intermedios de la sociedad, lo que le hubiese dado la necesaria masividad para mantener la ofensiva en la que llevaba ya siete largos y fatigosos años. La clase obrera industrial estuvo sola.

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En cambio, en marzo de 2017 es el conjunto del pueblo, con importante protagonismo de sus trabajadores, el que está en la calle por centenares de miles. En lo social la composición de las movilizaciones es más heterogénea y mucho menos claros sus objetivos políticos, mas allá de las justas reivindicaciones económicas, pero lo destacado es lo multitudinario.

La explicación que encuentro para la masividad es que ha aparecido una nueva grieta en el ya endeble dique de contención que significan los partidos del gran capital, con el Partido Justicialista a la cabeza y las cúpulas burocráticas de la CGT. Pero a fines de abril pareciera que ha pasado un siglo desde marzo. Es que la ausencia de una dirección política de masas se hace sentir como una pesada losa en el ánimo de las multitudes.

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Algún dirigente sindical social cristiano ha identificado este enorme vacío de dirección política, pero su inconsecuencia en la lucha es un serio escollo para que aporte en la construcción de la necesaria nueva dirección del movimiento de masas. Por el lado del trotskismo orgánico (FIT y otros) no encontramos que se aparten del delimitacionismo (sectarismo) que los llevó, entre muchas otras fallidas acciones, a estar ausentes cuando las bases obreras corrieron del palco a los burócratas en el acto de la CGT.

En lo inmediato, para hacer el aguante, se impone una gran unidad del pueblo y los trabajadores, la izquierda trotskista, la izquierda guevarista, otras izquierdas y la izquierda peronista, que no está organizada pero sí existe y está en la base social.

Las movilizaciones de marzo y abril preanuncian un proceso subterráneo, con manifestaciones en la superficie, que alumbrará las nuevas organizaciones y las nuevas direcciones que se pondrán al frente de las masas con una perspectiva socialista. Aunque quizás tarden algunos años en madurar, el camino está iniciado.