jueves, marzo 28, 2024
Nacionales

Eso también es la felicidad

Por Coordinadora de Derechos Humanos del Fútbol Argentino/El Furgón –

-No tengo dudas: Roberto fue muy feliz en Ferro.

¿Y acaso están para otra cosa los clubes? ¿Y acaso está para otra cosa la vida? Mónica Cristina habla de su hermano, piensa la adolescencia de ambos en las calles de Caballito y llega a una conclusión contundente: Roberto Luis, el mayor de los tres, el estudiante de sociología y de filosofía, el docente de la escuela pública, el militante de Vanguardia Comunista, el papá de María Eleonora, el amor de Ana Molina, encontró en Ferro un lugar donde ser feliz junto a otra gente.

No hay metáfora en la afirmación. Y sí hay una historia que la respalda. Roberto nació el 25 de marzo de 1941. La esquina de Nicasio Oroño y Gaona se le volvió enseguida la coordenada de referencia desde la que encarar la niñez. El papá, un empleado municipal cautivado por los goles de Bernabé Ferreyra en el arranque de los treinta, no le había dado chance de elegir: le enseñó a patear en la calle, lo hizo hincha de River y, pese a la distancia, lo mandó a practicar deporte a las instalaciones de Núñez.

Paradojas que a veces ofrece el destino: justo a él, que con los años se alejaría de cualquier postulado religioso, una iglesia, la Basílica Nuestra Señora de Buenos Aires, lo puso de cara a un tiempo inolvidable. Cuatro amigos, que se volvieron rápidamente parte insustituible de su mapa de afectos, lo invitaron a abandonar el tranvía que lo llevaba al Monumental para empezar a ir con ellos a la institución fundada el 28 de julio de 1904 junto a las vías del Sarmiento. Lo convencieron enseguida, completó los trámites para asociarse y le dio arranque a una larga serie de veranos que, como certifica Mónica, sigue remitiendo a la alegría.

Una imagen: Roberto metido adentro de la pileta, con el sol pegando fuerte y el agua aflojando el calor. “Era buen nadador y también le gustaba jugar al tenis. Pasábamos muchas horas ahí y el mejor momento era cuando el grupo se juntaba sin la necesidad de prestarle atención a algún profesor”, apunta Mónica. También era un clásico la presencia en los bailes de los sábados a la noche a principios de la década de 1960. Se hacían en el patio que estaba detrás de las canchas de tenis, terminaban algo después de las 12 y reunían a buena parte de la juventud del barrio. Por otra parte, era habitual que Roberto, con la pasión por la pelota como motor, se arrimara a ver al equipo que puso otra vez a Ferro en la élite del fútbol argentino el 29 de noviembre de 1958.

En un contexto que invitaba a comprometerse con la construcción de un mundo mejor, Roberto eligió el camino de combatir lo injusto y formó parte en 1965 de la fundación de Vanguardia Comunista. Fue secretario general de la organización desde 1968, participó en 1969 de la insurrección popular conocida como El Cordobazo y se instaló en Córdoba como parte de su trabajo político. Rubén Kriscautzky, compañero en el partido, era como él socio de Ferro. Su hermano, Héctor Kriscautzky, fue un importante dirigente del club que estimuló que Valeria, la hija de Mónica, se calzara la camiseta verdolaga.

Las garras del proceso genocida, que comenzó a destruir la Argentina a mediados de los setenta, cayeron sobre la familia Cristina antes de que el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 sentara a Jorge Rafael Videla en la Casa Rosada. Eleonora, la menor de los tres, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), fue secuestrada el 16 de marzo de 1975. Aun con esa herida infinita abierta, Roberto continuó persiguiendo sueños. En recuerdo a la pequeña de la casa, le puso Eleonora de segundo nombre a su hija. La dictadura lo persiguió y a mediados de 1978 intensificó los ataques contra Vanguardia Comunista. El 15 de agosto, en el marco de un operativo comandado por un grupo de tareas del Primer Cuerpo del Ejército, lo apresaron ilegalmente y lo trasladaron al centro clandestino de detención El Vesubio. Dos sobrevivientes que declararon en el Juicio a las Juntas de 1985 aseguraron haber visto cómo lo torturaban. Contaron que, cuando los represores lo picaneaban, los miraba a los ojos y les repetía: “Viva la patria, viva la clase obrera, viva la revolución”.

Mónica asistió entre emociones profundas al homenaje que le hicieron a su hermano en el lugar que lo conoció nadador y tenista. Se lo imaginó riendo, se lo imaginó feliz. Se lo imaginó como era. Quizás no lo diga porque el nudo que se le arma en la garganta se lo impide. Pero lo piensa. Seguro que lo piensa. Si a Roberto se lo hubieran preguntado, sin lugar a dudas habría respondido también: “Viva el fútbol, viva Ferro, viva la vida”.