Caravanas de migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos: Vendrán por millones
“El desplazamiento del sur al norte es inevitable; no valdrán alambradas, muros ni deportaciones: vendrán por millones. Europa [América] será conquistada por los hambrientos. Vienen buscando lo que les robamos. No hay retorno para ellos porque proceden de una hambruna de siglos y vienen rastreando el olor de la pitanza. El reparto está cada vez más cerca… El odio está servido…”
José Saramago
Por Jorge Montero/El Furgón –
No hay forma de parar el éxodo de familias hondureñas, salvadoreñas, guatemaltecas, que huyen del hambre y la violencia. Once mil quinientos desplazados entre octubre y diciembre. “El Congreso ya ha votado en el pasado por un muro, pero nunca se hizo: yo si voy a hacerlo… los muros funcionan y los muros salvan vidas”, ratificó Donald Trump durante su segundo discurso a la nación. Ya ha enviado otros tres mil setecientos cincuenta militares a reforzar la frontera sur, en un nuevo intento por bloquear las caravanas de migrantes centroamericanos que marchan hacia Estados Unidos.
Ahora, cuando aún no sale el sol, la estación de San Pedro Sula, en el norte de Honduras, es un hervidero de familias tiradas en el suelo. Mochilas de colegio, morrales, butacas para niños, bolsas de basura a modo de hatillo, en cuyo interior sólo hay algún pantalón y camisetas viejas, alguna tortilla de maíz.
Cien personas, luego trescientas, quinientas… A las cinco de la mañana mil quinientas personas llegan de Comayagüela, de Choluteca, La Ceiba, de las colonias de Los Pinos, La Ulloa, o Divino Paraíso, y se amuchan en la estación de autobuses. Campesinos, mujeres, niños, jóvenes, decenas de adolescentes, ancianos,y un solo deseo: largarse del país. “Quiero llegar a Estados Unidos y pedir asilo. Ya me moví una vez de casa y de ciudad porque no quiero trabajar para las pandillas, pero ya no tengo más opciones. Han vuelto por mí”, cuenta Ricardo, un joven de 18 años que llegó de Olancho.
Acuden ávidos, con menos de veinte dólares en el bolsillo, a un llamado que se gestó en Facebook y que se extendió frenéticamente de boca en boca por los barrios más pobres del país. Todavía están limpios, con zapatos intactos, algunos hasta conservan el celular. Mantienen incólumela esperanza. Antes de partir, apretados a su bandera vocean el himno nacional: “Y en tu suelo bendito…”. La cuarta caravana de migrantes centroamericanos se pone en marcha, piden paso… y la lluvia no para.
Donald Trump amenaza a los gobiernos de El Salvador, Honduras y Guatemala: “No están haciendo nada por los Estados Unidos pero tomando nuestro dinero (…) ¡Vamos a cortar toda la ayuda a estos 3 países!”. Desesperado el presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, multiplica sus mensajes en radio y televisión para disuadir a los migrantes ante el temor a que la caravana multiplique su tamaño. “Es una locura” embarcarse en esta aventura llena de peligros. Montan cerrojos militares en la frontera para amedrentar. Sin embargo, la marcha del hambre no se detiene.
A buen ritmo y sin tiempo ni para secarse el sudor, avanza por el arcén de las agujereadas carreteras del país. “Aquí no se puede vivir. Honduras está hecha mierda y está en el piso. No hay trabajo, ni futuro y vivimos aterrorizados con la delincuencia y con la ansiedad de dar de comer a nuestros hijos”, dice en la estación de bus César, un obrero de treinta años de Villanueva. “Quedarse aquí es agachar la cabeza y resignarse porque el salario de 200 lempiras (unos 8 dólares) al día no da más que para comer y para pagar la tortilla diaria…”. En casa de César no quedó nadie. Toda la familia, ocho adultos y diez niños, se largaron a la aventura de llegar a Estados Unidos. No entienden de amenazas, de coyoteros, de muros, alambradas, patrulla fronteriza. Para ellos es cuestión de vida o muerte.
El Triángulo Norte es considerada una de las regiones más violentas del mundo, con elevada presencia de pandillas y grupos paramilitares al servicio de las oligarquías dominantes, causa directa de la gigantesca corriente de desplazados en Centroamérica.
Los tres países estuvieron atravesados por décadas de guerras internas: dictaduras militares criminales apoyadas por Estados Unidos enfrentadas a grupos guerrilleros como el Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) o la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), que costaron miles de vidas y desapariciones, masacres contra las poblaciones originarias, masas de campesinos desalojados de sus tierras. Y tras la firma de los acuerdos de paz: altos niveles de corrupción entre los funcionarios públicos, entronización de bandas criminales que penetraron profundamente en la sociedad centroamericana al amparo de los gobiernos de turno, e impunidad para los genocidas.
Desde el dictador de Guatemala, Efraín Ríos Montt, hallado culpable de genocidio y delitos de lesa humanidad contra la comunidad maya ixil en ciento cinco masacres ocurridas en 1982 y 1983, durante su presidencia de facto. Condenado a ochenta años de cárcel en mayo de 2013, sólo diez días después la Corte Constitucional invalidó el juicio alegando cuestiones procedimentales. Desde entonces y hasta su fallecimiento en abril de 2018, cada proceso contra el genocida fue sistemáticamente diluido en los laberintos de la “justicia” guatemalteca. Ríos Montt murió en su cama.
Hasta el asesinato en marzo de 1980 del obispo salvadoreño, Óscar Arnulfo Romero, mientras en su sermón demandaba a la junta militar de Gobierno: “En el nombre de Dios, en el nombre de este pueblo sufriente cuyo llanto se eleva al cielo más fuerte cada vez, yo te imploro, yo te ruego, yo te ordeno en el nombre de Dios: ¡detén la represión!”. Los responsables del crimen no fueron juzgados, pese a que su identidad fue inmediatamente conocida. El mayor ultraderechista Roberto d’Aubuisson, fue el planificador de la operación. Su sucesor al frente de su partido político, Arena, y copartícipe del crimen, Alfredo Cristiani, estaba sentado en el palco de honor el 14 de octubre de 2018, durante la santificación de Romero por el papa Francisco. A su lado el presidente salvadoreño Salvador Sánchez Cerén, hombre del FMLN, el ex grupo guerrillero.
La novedad de las caravanas es que en vez de la tradicional migración “hormiga”, se trata ahora de un éxodo colectivo, masivo, que se acompaña para enfrentar juntos los grandes riesgos y peligros de asesinato, feminicidio, violencia sexual y desaparición que significa atravesar tierras mexicanas, en busca de El Dorado, la frontera de Estados Unidos.
Países predominantemente pobres con problemas de desarrollo y salud, incluyendo mortalidad infantil, juvenil y maternal, desnutrición, analfabetismo e ignorancia sobre métodos anticonceptivos. Casi la mitad de sus habitantes tienen menos de 19 años, lo que la hace la población más joven de América Latina. Su historia está marcada por la migración a México, Estados Unidos y Canadá. La distribución de la riqueza es brutalmente desigual, donde el uno por ciento de la población suma más ingresos que el cuarenta y dos por ciento más pobre. La pobreza y la violencia pandillera y paraestatal, extendidas por todo el territorio, son los factores determinantes de una migración que no se detiene, especialmente entre los jóvenes.
Frente a ellos se erige la barrera militarizada que divide el continente desde hace tres décadas y que Donald Trump refuerza diariamente, con apoyo demócrata -aun cuando se opongan al muro permanente, en gran parte debido a su probada ineficacia y alto costo, que demanda el mandatario-. Altas bardas con alambres de púas y bloques de concreto; casi seis mil soldados, miles de policías y agentes migratorios que ya legalmente tienen permiso de disparar a matar; helicópteros que sobrevuelan constantemente la frontera y los campamentos que albergan los centroamericanos; cámaras, drones y sensores térmicos que anulan la opción de cruzar clandestinamente. Sumado a los doscientos once centros de detención administrados por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), que confinan un promedio de treinta y cinco mil migrantes por día.
En la mañana del sábado 26 de enero, el cuerpo de Felipe Gómez Alonzo, de 8 años, regresó a su pueblo natal Yalambojoch, en las montañas del norte de Guatemala en la frontera con México. Hacía un mes que su familia esperaba su repatriación, luego de haber muerto en Nuevo México, bajo la custodia de la Patrulla Fronteriza estadounidense. La historia de Felipe, se repite una y otra vez. Miles de chiquillos y adolescentes intentan a diario ingresar a Estados Unidos para tener “un futuro mejor, poder ir a la escuela y ayudar a sus familias”.
Sólo en 2018 más de setenta mil niños y niñas fueron detenidos en la frontera estadounidense y encerrados en los centros de detención de Karnes City, de Texas; Artesia, de Nuevo México y Leesport, de Pensilvania. Hacinados, maltrechos, esperan hasta ser deportados a su país de origen.
“Querían que entrara a las maras y como les dije que no, me dijeron que en un mes me iba a pasar algo. Un amigo mío se negó, yo vi cuando lo mataron, por eso me fui”, cuenta Rafael, un niño hondureño de 14 años que recorrió más de cuatro mil kilómetros desde San Pedro Sula hasta Texas para salvar su vida. Cuando finalmente llegó a Estados Unidos, subido al techo de los vagones de “La Bestia” -el llamado “tren de la muerte” o “devoramigrantes”, del consorcio Genesee & Wyoming, que transporta el quince por ciento de la carga mexicana hacia Estados Unidos-, fue apresado y hoy languidece en un centro de detención.
“Mucha gente de la caravana nunca había visto una frontera, vieron Guatemala y cruzaron, vieron México y cruzaron, hasta que llegaron aquí. Y no ven un río Suchiate. Ya topamos con el muro. Todavía dicen ‘¡Vámonos, vámonos!’, pero ¿para dónde? Y la solución, ¿cuál es?”, pregunta Irineo Mujica, director de la organización Pueblos Sin Fronteras (PSF), que acompañó a la caravana durante su paso por México. “¿Quieren saber quién ha organizado esta caravana? El hambre y la muerte”.
Mientras el éxodo deambula por México y Trump continúa con sus bravatas y amenazas, un pequeño grupo de mujeres centroamericanas entra al país por el paso fronterizo que une la localidad chiapaneca de Talismán y la aldea guatemalteca de El Carmen. Conforman otra caravana, la de las Madres Centroamericanas de Migrantes Desaparecidos en México, que hacen lo que los gobernantes no enfrentan: buscar sus hijos. Más de cincuenta mil migrantes murieron o están desaparecidos a su paso por México en los últimos diez años.
A la vuelta de la barbarie capitalista, del hambre y la miseria, de la extrema violencia;hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, después de tanto marchar y tanto padecer, al final del camino los espera más capitalismo.
Como definió Luis Britto García: “Medita sobre el orden en que preferirías perder parientes, amigos, conocidos, amadas / Elige tu nuevo nombre: Sudaca, Refugiado, Desplazado, Exiliado, Terrorista, Falso Positivo / Mira alrededor nombrando y despidiendo lo que ya no será tuyo / Prepárate para la época en que tu nacionalidad será considerada como delito / Aprende los códigos en virtud de los cuales quien te secuestra no será investigado, quien te tortura no será imputado, quién te asesina no será juzgado / Piensa en el cielo agobiado de drones donde hubo ángeles de la guarda / Ejercítate en las destrezas de ser tratado como extranjero en tu propio país y en todos los demás como un paria / Imagina la nueva Historia en la que serás culpable de todo / Recuerda cada uno de los instantes en que pudiste hacer y no hiciste lo que evitara lo inevitable / Agradece como bendición el tiro de gracia”.