Leandro Alva. Poesía, musas y Praga
Por Patricia Verón/El Furgón –
El poeta Leandro Ariel Alva (1975) nació en Temperley, al sur del Gran Buenos Aires. Coordina talleres literarios, es crítico de arte, productor radial y traductor. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y en la Universidad Carolina, de Praga, República Checa. En 2001 publicó el poemario Tundra y siete años después Selvas del aire. Es colaborador del Museo Expresionista y de la Fundación Edmund Valladares.
El Furgón consultó a Alva sobre poesía y poetas.
El Furgón: – Poesía asociada al concepto de ¿superficie?, ¿profundidad?, ¿verdad?, ¿ficción?
Leandro Alva: – De los 4 conceptos creo que la profundidad es el que más me interesa. No en términos de hondura retórica o filosófica sino en algo que pertenece a un orden casi físico, como un acto de autorreconocimiento corporal, una suerte de viaje que intenta llegar al fondo de nuestra condición humana, aunque a veces tengamos que escarbar violentamente y la experiencia no sea de lo más placentera.
El iscariote, de Leandro Alva por Alicia Pastore
E.F: – ¿Qué es lo primero que haces al ser habladx por “la musa”?
L.A: – No creo mucho en las musas pero tampoco me animo a negar su existencia de manera terminante. Lo cierto es que suelen presentarse algunos “raptos de inspiración” y no hay que desaprovecharlos. En esos momentos, aunque esté viajando en un bondi lleno, trato de escribir o bocetar la idea central para desarrollarla después. Y el resto del tiempo lo mejor es laburar, estudiar, investigar.
E.F: – ¿Qué opinas de la frase “ninguna idea salvo en las cosas”?
L.A: – Estoy bastante de acuerdo con la frase de Don Williams, en parte por lo que respondí al principio. Eso de no buscar la profundidad en los grandes temas filosóficos humanos (la vida, el amor, la muerte, la libertad), sino a través de pequeñas anécdotas personales, muchas veces minucias de nuestro pasado que sirven para edificar una complejidad más vasta. Yo puedo empezar escribiendo un poema sobre la primera bicicleta que me regaló mi padre y terminar sugiriendo algo acerca de su muerte y su ausencia, o de mi niñez y el inexorable paso del tiempo. Pero no hay que olvidar que todo nació de una bicicletita, que todo empezó despacito, sin mucha pompa.
E.F: – ¿Cuál es el primer recuerdo o idea asociado a la palabra “pájaro”?
L.A: – Esta pregunta me gusta mucho, confieso que las anteriores me hicieron sudar un poco. Hay gente que se ha dado cuenta que siempre hay un pájaro o una pájara colado entre mis textos. Y eso me lleva nuevamente a la infancia. Nací y crecí en un barrio lleno de potreros y baldíos, con muchos árboles superpoblados, y uno de mis abuelos tenía un jaulón lleno de pajaritos. Él me enseñó a diferenciar los cantos y después me regaló su jaulón pero un día, durante mi adolescencia, los solté a todos porque no merecían esa vida. Además, si están en libertad, también puedo escucharlos y disfrutarlos.
Durante la infancia viajé un par de veces a Entre Ríos, que es algo así como la tierra de las aves (mi tierra es cuna de aves porque es cuna de libertad, decía una canción), y me acuerdo que estaba maravillado con las bandadas de cardenales que había por allá.
Y bueno, después pasó el tiempo y mi barrio se quedó sin descampados, y ya no se escuchan tantos trinos, pero yo nunca dejo de parar la oreja ni de escribir acerca de los pájaros.
E.F: – ¿Cómo fue tu experiencia en Praga?
L.A: – A Praga la considero mi segunda casa. Hace tiempo que no voy pero mientras trabajé en una línea aérea y pude viajar gratis, la visité más de diez veces. Y tuve la suerte de conseguir una beca de estudios en la Universidad Carolina y pasar una temporada allá.
Kafka y Rilke son dos de los autores que más he leído en mi vida y un poco por eso me mandé la primera vez, sin saber una palabra de checo. Viajé solo, llegué pasada la medianoche sin siquiera tener un mapita y mucho menos una reserva de hotel. Fue bastante loco. Después me sentí embrujado por la belleza de la ciudad, y siempre me acuerdo de sus calles. No es tan grande como Buenos Aires, ni tan esquizo. Y muchos detalles los tengo clarísimos en la memoria. A veces veo algún programa de turismo en la tele y reconozco lugares al instante, hasta me acuerdo de los nombres de las calles. Praga es lo más hermoso que han visto mis ojos y espero volver algún día. Es el hecho estético más importante que atestigüé.
Además, tengo un libro inédito con poemas sobre Praga. Ojalá lo pueda editar pronto.
E.F: – ¿Un/a poetx argentinx desde el ‘60 al ’90? ¿Unx actual?
L.A: – Creo que el poeta más influyente de esa generación fue Joaquín Giannuzzi. Gran parte de toda la poesía que se escribió después está parada sobre su obra. Me parece que es un grande con todas las letras, un ineludible.
En lo que respecta a la actualidad, hay una gran cantidad de poetas que me interesan mucho pero el que más leí, el que más admiro, el que más me enseñó y el que más quiero, por circunstancias muy diversas, es Gustavo Caso Rosendi.
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LOS HIJOS DEL LEÑADOR
¿Marcar las huellas con miga de pan?
Ya vendrán las cornejas a comerse tus pasos,
a decirte la verdad.
El sendero no existe
somos nosotros
muriendo.
TYTO ALBA
En la mitad del monte, nos quedamos sin nombre. El vuelo de la lechuza no permite articular esas pocas sílabas que arrastramos desde el parto. Ni siquiera hay coraje para decir esta boca es mía. Todo el mundo cierra el pico.
La Real Academia tan española se ahoga en un puchero de prejuicio antropocéntrico y apetito forestal, mestizaje donde las garras ululan sus nidos de silencio, sus pichones que gritan retruco, sus ojos como puños.
RAPIÑA
Arriba
el jote relojea
lo que puede ser su cena
vuela cerca, en espiral
que va de la hoz a la menta.
Abajo
el aguará guazú
olfatea la noche
índiga del yerbatal
pentagramas de maleza
guaraní puente gurí
vaticinio de otra siesta.
TRÍO
I
El sol apenas
a la sombra del sauce
tu sola pena.
II
Casi despierto
entre dos limoneros
un colibrí.
III
Hundiéndose ya
enaguas de la noche
la luna junco.
INSTRUCCIONES PARA REGRESAR
-Construir una grulla con la página de los obituarios
-Confundirla deliberadamente con un buque
-Bautizarla con un nombre de mujer
-Llegar hasta el arroyo más cercano
-Besar un renacuajo y devolverlo al agua
-Posar la grulla sobre la corriente
-Seguir su deriva durante un rato
-No evitar el naufragio. Nunca.
-Volver a casa en bici con la ropa sucia de barro y sangre
como si todo fuera cierto.
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Los poemas pertenecen a Selvas del aire, el último libro de Leandro Alva, un recorrido por la ciudad de Apóstoles, Misiones.