Y se va el 2018
Por Jorge Ezequiel Rodríguez/El Furgón –
Y se va, con peras que tiemblan, bolsillos desplomados, sonrisas siempre ajenas, el dolor de los que asumen la realidad, y el pecho frente a todo, de unos y de otros, de quien siempre queda de pie, de quien sigue tropezando sin caerse, del que se cayó hace rato, del que ve el agujero, y de quienes a pesar de todo continúan sobreviviendo a la realidad de saqueos constantes por parte del estado empobreciendo al pueblo mientras los que se enriquecen son siempre los mismos; los bastones con licencia para matar, ya no importa a quien, dos pibes en bicicleta con cara sospechosa, un ladrón de celulares, tres que desprenden broncas en una esquina, el del fierro, el morocho, la piba que no frena su paso, y la delincuencia señalada para un lado, siempre del mismo lado; y a la devaluación la celebran los multimillonarios a los que no les da a basto la calculadora para contar lo que ganaron, lo que nos robaron. Y mucha bala para el pueblo, mucho hambre para el pueblo, mucha sed para la verdad y las operaciones que nunca abandonan las pantallas, y la televisión más especuladora que nunca, mientras los trolls batallan a las redes sociales, cien destilan mierda, tres dicen verdades, a dos los censuran, y caen presos los que no tienen causas, de diferentes esferas, por sorteo político o por cacería ideológica.
El fascismo crece, se agranda a la par del “terrorismo” que en Argentina atraviesa todos los ámbitos, ya sea mapuche, estudiantes, docentes, zurdos, anarquistas, feministas, o defensores de los derechos humanos. Sin embargo en el G20 las puertas se abren para los asesinos del mundo, nada pasa pero en un partido dos piedras escandalizan a la ciudadanía, y ya importa más que nos roben la Libertadores a que maten a Facundo los azules impunes, o que vuele una garrafa en Moreno matando a dos docentes, y el costo también muere porque la opereta es constante y la gente muy poco coherente, los valores se caen, la sensibilidad roza lo absurdo, y los jubilados siguen muriendo de hambre, y que a la luz y a el gas los pagué dios, y que la corrupción siga con sello instalado, y con uno de los mayores ladrones de la historia argentina hablando de transparencia, siempre en su vagancia de niño rico caprichoso y nefasto, y siempre pero siempre leyendo el guión.
Sin embargo las mujeres se pararon frente a todo y los pañuelos verdes inundaros las calles, las mochilas, las muñecas transpiradas, los colegios, las universidades, los jardines, los pasillos de cualquier sitio, y el grito de las pibas se escucha bien fuerte, y de repente, o después de tanto… la revolución más grande de nuestro tiempo se hace presente, la historia se escribe, ellas la escriben, y ya nada puede ser igual, por más que un pañuelo celeste defienda la vida de un feto pero no la del niño que muere de frío en ese cordón, o que es mutilado por las fuerzas de seguridad, o de las propias mujeres que dejan la vida en una cocina clandestina de una salita de emergencias. La vida para ellos vale según quien la señale, y como a todas las revoluciones le aparecen los verdugos sin fundamentos de la propia cotidianeidad, los que defienden a los femicidas, los cómplices, los machirulos de micrófono y cuadernos, y mientras dicen en tono de gracia o de malicia pura, “feminazis”, el movimiento crece y les pega un cachetazo fuerte, y a los abusadores y violadores se los escracha, uno a uno, y a los otros les tiemblan las manos porque saben que se está cayendo, se cae, se cae, lo tiramos a la mierda. Y molesta más, para este sector siempre indignado pero nunca comprometido, el lenguaje inclusivo que los femicidios, la violencia, y los abusos.
Y pasa un Mundial, donde la pelota festejó muy lejos, y pese a todo, y sobre todo lo que va sucediendo Milagro Sala y Facundo Jones Huala siguen presos, los chocobares matan y son aplaudidos, a los docentes, estudiantes, científicos, médicos, laburantes y militantes, se los caga a palos en cualquier esquina o plaza; el Hospital Posadas resiste como puede como las centenares de cooperativas y pymes; el FMI nos mete bien adentro el dedo, y toma los piolines de estos títeres de sonrisa falsa y maquillaje eterno. El dólar vuelve a volar, y de Santiago nos quieren hacer creer que se ahogó solito, y con el combo perfecto de no tener costo ni aún asesinando, la ministra, vocera del terrorismo de estado, persigue a quien la critica, a quien se atreve a decir la verdad, y pregona que el que quiera tener armas que las tenga, y así continuamos sobreviviendo, con la suerte de que en las espaldas ningún policía, gendarme, prefecto, o milico, dude de nuestro paso, o decida venirnos a buscar.
Más balas, muchas más balas, más palos, más torturas, más encubrimientos, más saqueos “blancos”, más reformas empobrecedoras, y más cierres de espacios públicos, de centros culturales, de revistas y diarios independientes, más comedores que se abren y no cubren las necesidades, más despedidos, más pibes y pibas durmiendo en estaciones, más parrillitas de veredas cualquieras, más persianas sin abrir, más changas, más lucha, y el genocidio por goteo aumenta, pero las órdenes las siguen dando los mismos asesinos que invaden a mansalva ejecutando con bombas que no se escuchan desde acá pero se sienten.
Se nos va Bayer, y el dolor se hace más fuerte porque perdimos a uno de los nuestros, pero sus ideas no retroceden un solo paso, y las Madres y Abuelas siguen firmes a toda causa, y a los pañuelos que se borran se los pinta de nuevo; Norita nos demuestra día a día que el ejemplo se construye y se multiplica, y a los nietos los seguimos buscando. Y no olvidamos que hace menos de un año a Etchecolatz le brindaban la domiciliaria para que se nos cague de risa en la cara, pero no pudo, porque la memoria está de pie, y ningún genocida saldrá en libertad ni tendrá libertad para caminar nuestras calles.
Y los mapuches siguen resistiendo a pesar de la sangre y de la muerte que crece desde de la Casa Rosada, y los pueblos originarios, todos, sufren por la indiferencia y el golpe mortal, pero el campo abraza a sus protectores de traje y corbata, de ojos claros y manos sucias; la discriminación aumenta, y un tal Morales legaliza el trabajo infantil, y las balas siguen, la sangre corre, y las condenas se cajonean según nombre y apellido. Y así se va este 2018, con poco para celebrar, con mucho para replantear, con bastante que no entra en esta nota, y con demasiado para salir a las calles para que no nos sigan matando, de una u otra forma.
Se va un año para que llegue otro, en un segundo, y un 2019 aparece con incertidumbres, y con el deseo de que termine sin este gobierno, porque de no ser así la columna del próximo diciembre llorará por sí sola y costará encontrar palabras para levantar la esperanza, que es lo único que a estos empresarios multimillonarios asesinos les falta liquidar. Y este 31 brindaremos con los nuestros, alguna copa que se levanta, abrazos genuinos, ojos que seguro sacarán lo que hay dentro, y con el deseo de que la conciencia un día llegue por estos pagos, y el pueblo responda de una puta vez.
—
NOTAS RELACIONADAS
Un movimiento sin nombre, sin valores y sin movimiento
Entre el periodismo libre y la farsa
Cuando vaciar es la consigna
Los pañuelos no retroceden
Un 2017 que se va