jueves, febrero 13, 2025
Nacionales

Un 2017 que se va

Jorge Ezequiel Rodríguez/El Furgón – Se va el 2017. Tal vez uno de los años más duros de los último tiempos, porque… el olor a sangre, la desaparición, las botas en la calle, la pérdida de derechos, las estigmatizaciones, los enemigos inventados y creados con maquillaje y disfraz, la carpa blanca golpeada, una elección en medio de Santiago asesinado, los festejos impunes, los discursos vacíos, el maquillaje de barba continuo, un tal Bullrich silencioso y ganador, chirolita de una gobernadora que sólo habla en campaña, los viejos entre lágrimas e incertidumbres, los trabajadores entre bastones y gases, las mujeres organizadas y un estado ausente,  los femicidios que aumentan, los titulares miran a otro lado, y las mujeres continúan enseñando lo que es la lucha.

El Conicet y la resistencia, y de la Trata los medios hegemónicos no dicen nada, los datos se carpetean, y la CORREPI grita que la maldita policía mata a un pibe todos los días, pero las fuerzas de inseguridad se multiplican, como los armamentos y los tanques estrafalarios. Los nietos que aparecen entre pañuelos señalados como curros por los cómplices de siempre, y un país gritó bien fuerte: La memoria no se toca, los milicos a la cárcel, 2 x 1 las pelotas, para que la devolución de favores no la puedan hacer y retrocedan sin asumir la decisión. Los trolls de Marcos Peña y la opereta constante, una justicia independiente que carpetea causas y se olvida de las leyes. Las huelgas en los colegios por parte de “terroristas”, en realidad, la multiplicación del terrorismo en Argentina, porque para donde se mire, si es que se mira bien, hay un terrorista. Los presos políticos que se tachan de una lista negra que crece día a día, el ajuste para abrirse al mundo, la pelota que no entraba hasta que en Ecuador se salvaron las papas, dos billetes nuevos y las mineras, el campo y el juego, brindando sus ahorros y el agradecimiento empresarial. La cacería de gendarmería, prefectura, la federal, la metropolitana, la bonaerense, y cada uno investigando al otro, y actuando por el otro, y una tal Patricia Bullrich con la impunidad del silencio, o lastimando entre frases que desnudan su acción, pero la renuncia le queda lejos, como los escrúpulos.

El submarino desaparece, a Michetti se le mezclan los ministerios, todo se vuelve humo,  y la misma gendarmería que asesina, desaparece y reprime, le dice a la justicia que a Nisman lo mataron. Aparecen las pruebas, pero en el sur el río las borra. Y Milagro sigue presa, mientras Morales camina detrás de un patrullero. Y sale a brote nuevamente lo nefasto de una parte del pueblo, que desgarra entre teclados, una pantalla, y el sillón cómodo de la hipocresía y la discriminación, del fascismo naturalizado por los “negros”, los “zurdos”, los “hippies”, los “vagos”, y los indios chilenos que son subsidiados por el ISIS y la ETA. Y un RAM que se escribe con aerosol para darle crédito al manual de los incapaces. Lágrimas por Santiago, y la defensa a los asesinos, el ahogo de Santiago y la celebración de la mierda que no larga olor. La despedida de Santiago, y al mismo momento Rafita asesinado, esta vez por la espalda, y la impunidad se nos caga de risa. Una tal Lilita festejando los votos de colores pero sin poder entrar en una universidad pública sin sentir el repudio. Dos Lanatas, tres, cuatro, veinte, entre pancartas de libertad de expresión por las conferencias de prensa del títere mayor, mientras a periodistas, periodistas en serio, se los expulsa por no corresponder al guión, o se los reprime en movilizaciones. El ajuste y la ceguera. Un pibe de 10 años de caño en la mejor actuación de su vida, y la desmentida que no sale. Otro Lanata, de banqueta, con un pasamontaña para avisar que está en la pantalla. Tres ojos quedaron en Plaza Congreso y mil casquillos, cacería a mansalva, balas y balas contra civiles, pero al hombre-mortero lo disfrazan de diablo, mientras al verdadero infierno azul y verde (y violeta) lo defiende el dueño de la agenda y los ministros. Los traidores levantan la mano, algunos votan a punta de extorsión, otros por obediencia debida, y otros…

Una flor y las motos que atropellan. Un reclamo y las balas que apuntan. Las cacerolas y un edificio en la oscuridad del futuro. El miedo y la respuesta de las plazas llenas. Y como siempre, la lucha está en las calles.

Y al 2017 le duele el pecho pero quiere irse porque cuando se empieza a despedir Etchecolatz se nos ríe en la cara y los novatos defensores de la aparición de Julio López, hacen silencio. Pero a Nisman lo mataron, y sigue que sigue el “copia y pega”. Y cuando el genocida pisa la vereda se recupera otra nieta, y son seis en el año, y 127 abrazos encontrados. Y el 2017 vuelve a sentir una brisa que lo contiene, pero igual quiere irse. Se va, se fue, pero la cosa no se apaga, todo queda, todo nos queda. Y el 2018 nace en el eco de lo que quedó, de lo que sucede, porque mientras el miedo intentaba apoderarse del asfalto la valentía y el compromiso lo cagaron a trompadas para demostrarle que no hay temor posible, ni silencio ante la injusticia. El pueblo levanta el puño sin importar qué bandera lo abraza. Y no hay unión posible porque no hay igualdad, y porque la contradicción muta en el compás de los caprichos del niño rico que dice gobernar contra la corrupción, cuando gracias a ella llegó a donde está.

Y el 2017 se va, entre lágrimas y camino, entre puños y debates, entre botas largas y capuchas buenas y malas, terroristas o defensores de la patria. Se va, entre colores de alegría y ajuste de pobreza, entre niños que se tapas con una frazada y las reservas a Punta del Este. Se va uniendo al sur con el norte en la causa que se abraza, se va con la cara de Santiago y la de Rafita, pero también se va con miles y miles en una plaza gritando bien fuerte:

¡El pueblo está de pie!