miércoles, septiembre 18, 2024
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Brasilia es una isla

El estreno del documental El proceso – Historia de un golpe, de Maria Augusta Ramos, es una ventana al proceso de impeachment de la presidenta brasileña Dilma Rousseff a mediados de 2016.

Por Fernando Chiappussi/El Furgón

Un lento travelling aéreo nos acerca a las torres gemelas del Congreso brasileño en Brasilia, esa ciudad administrativa emplazada en el medio de la nada. Una ancha avenida separa a dos bandos: de un lado, más numerosos, los partidarios del PT, vestidos del color rojo del partido de Lula; del otro, los protagonistas de las recientes manifestaciones en contra de Dilma Rousseff, con casacas verdeamarelas y el cartel de “Tchau querida” que remeda aquella despedida telefónica de Lula grabada por el juez Moro, para ahora dirigirla contra la presidenta. Estamos en abril de 2016 y dentro del recinto de la Cámara de Diputados, legisladores embanderados votan el juicio político de Dilma (al que todos llaman impeachment) en medio de una barahúnda infernal. Ahí está el ahora candidato Jair Bolsonaro, dedicando su voto al coronel que torturó a Dilma en 1970; allá, presidiendo la sesión, el diputado Eduardo Cunha, que entregó su voto para evitar ser juzgado por corrupción (igual terminaría en la cárcel meses más tarde); por todos lados, gente y gritos festejando el comienzo de lo que será el proceso de destitución de Rousseff, a culminar en el Senado el siguiente mes de agosto.

Dos bandos en Brasilia

Así comienza El proceso – Historia de un golpe (2018), el documental “observacional” de Maria Augusta Ramos que se centra en esos cuatro meses de incertidumbre. La mayor parte de las escenas tienen lugar en los edificios que albergan a los legisladores, y el resto en las calles siempre semidesiertas de Brasilia, entre los grandes volúmenes esculpidos en la mente del arquitecto Oscar Niemeyer. Suele decirse que la capital brasileña es una ciudad hostil a los peatones, a quienes somete a un sol atronador sin árboles ni techos que los protejan, como si los políticos que en ella se reúnen y negocian no quisieran tener testigos a su alrededor. Allá por los ’90, cuando todavía era el eterno candidato de la izquierda, Lula describió a los legisladores como “300 pícaros con anillo de doctor”, célebre frase que Os Paralamas utilizaron para el polémico hit “Luiz Inácio”, de su álbum Vamo baté lata. Ahora, la cámara de Ramos se dedica a observar los cabildeos y reuniones de los senadores que deben decidir el destino de Dilma, y es evidente que todos saben ya cuál será la definición y hasta qué punto los dados están cargados.

Ramos tiene una posición tomada y buena parte del material se centra en el equipo del PT encargado de defender a la presidenta; sin embargo, los permisos para filmar fueron tramitados también ante las otras bancadas, que se negaron a abrir sus despachos. De todos modos, con lo obtenido en los interminables pasillos del Senado se sumaron 450 horas de material, editadas a lo largo de seis meses para llegar a esta versión final de 140 minutos de duración. Ramos, con experiencia en filmar procesos judiciales (en Juízo, por ejemplo, mostraba los procedimientos de un juzgado de menores) suele guiarse por restricciones autoimpuestas que hacen a su estilo impersonal: nada de entrevistas ni voces en off, sólo lo que ocurre en el momento y, a lo sumo, unos pocos carteles explicativos para seguir los sucesos.

Así, en El proceso ninguno de los personajes que vemos cuenta con un rótulo que especifique nombre y función; deberemos deducirlo de las conversaciones y el contexto. Esto no supuso un problema en Brasil, donde el juicio fue seguido por los medios diariamente; para nosotros, en cambio, es la ocasión de conocer a la segunda fila de los cuadros más implicados en ambos bandos. Por el lado del PT están su abogado José Eduardo Cardozo y los senadores Gleisi Hoffmann (una rubia de nariz artificialmente respingada y expresión bondadosa) y Lindbergh Farias (un joven cuyo ímpetu al exponer suele generar altercados en el recinto). Entre los enemigos, destaca rápidamente la abogada denunciante Janaina Paschoal, con un discurso místico e histrionismo que recuerdan un poco a nuestra Carrió, aunque su argumentación es más limitada y parece ejemplificar lo más pedestre y melodramático en la política del país vecino (hoy es candidata a diputada por el Partido Social Liberal, que encabeza Bolsonaro).

El abogado José Eduardo Cardozo y Dilma Rousseff

Otra de las ausencias ex profeso en el documental es la de imágenes televisivas y noticieros, lo cual resulta lógico si pensamos que parte de la responsabilidad del complot denunciado por el PT para destituir a Rousseff recae sobre los grandes medios (en ese sentido, los paralelos con la escena política argentina son imposibles de ignorar). El resultado es un film que transmite la sensación de estar viendo la política real, aunque sepamos que Ramos ha elegido qué mostrarnos y que sus elecciones estéticas, como ella misma ha dicho en entrevistas, implican una manipulación del contenido y una posición ética. Esto es notorio en el retrato de Paschoal, aunque es cierto que la abogada hace méritos para robar la atención. El lento devenir de los acontecimientos se vuelve poco a poco fascinante, y la comprobación de que Dilma está siendo juzgada por tecnicismos (por ejemplo, su capacidad para emitir decretos reasignando partidas en un ámbito específico) proyecta su sombra sobre los acontecimientos de la realidad argentina. En ese sentido, El proceso es un film absorbente y quizá profético.

La propia Dilma aparece recién en la segunda mitad del metraje y es casi un personaje secundario, así como el propio Lula (el vicepresidente en ejercicio, Michel Temer, es directamente ignorado). El tema del film no son en realidad las personas, sino los procedimientos. La tesis: hubo una conspiración, y la jerga manejada por los legisladores parece tan aislada del ciudadano común como los gigantescos edificios de Brasilia, a la vez majestuosos y mezquinos, que ni sombra parecen dar.