Argentina y las elecciones. Echarse cal viva en los ojos
“Hace falta estar ciego,
tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio,
cal viva,
arena hirviendo,
para no ver la luz que salta en nuestros actos (…)
Hace falta querer ya en vida ser pasado (…)”
Rafael Alberti
Por Jorge Montero/El Furgón –
En el paro y los actos realizados el 30 de abril sólo se vio afán electoral. Es lo esperable del conjunto de sindicatos encabezados por el de Camioneros, que insisten en denostar al gobierno de Mauricio Macri mientras se lanzan a conseguir lugares en las listas de candidatos para octubre, digitadas por gobernadores y otras facciones del capital encumbradas en el Partido Justicialista. Alcanza con escuchar el mensaje con el que se dirigieron a la audiencia en Plaza de Mayo oportunistas como Pablo Micheli -de uno de los múltiples fragmentos de la autodenominada Central de Trabajadores Argentinos (CTA)-,“queremos que vuelva el peronismo, con un gobierno nacional y popular”; o Hugo Yasky -diputado por Unidad Ciudadana y secretario de otra fracción de la CTA-, “un país digno para todos los que queremos laburar se puede hacer con la unidad del pueblo y llegar peleando a octubre”.

En este clima político, donde lo electoral parece dominarlo todo, es extremadamente difícil imponer una lógica diferente en la coyuntura. Pero se hace imprescindible, y tal vez con mejores posibilidades que en los últimos años, la búsqueda de un debate fecundo y fraternal con el activo militante en el movimiento obrero, las organizaciones sociales y el estudiantado universitario y secundario: explicando sin desmayo la naturaleza de la crisis que azota al país, atribuida por unos y otros a la perversión de Mauricio Macri antes que a la lógica intrínseca del sistema.
Pero algo análogo ocurre con las organizaciones políticas ubicadas en el amplio espectro de las izquierdas. En acto separado, reiteraron no obstante su completo involucramiento en el electoralismo y la búsqueda excluyente de bancas legislativas para los próximos comicios, diferenciadas de los aparatos sindicales, eso sí, por un lenguaje batallador pero destinado al mismo objetivo. Parece que romper con el FMI, no pagar la deuda externa y obtener mejores salarios con mayor ocupación fueran objetivos alcanzables con un diputado o un concejal más en las instituciones putrefactas del capital. Una vez logrados los cargos legislativos es obligatorio entonces, acudir como elenco estable a bochornosos programas televisivos, convencidos de que a fuerza de gritos y denuncias se ganará la inteligencia y el corazón de las masas. Ni por excepción aluden a la crisis capitalista que corroe los cimientos del sistema. La anomia se impone. Transformándose de hecho en agentes de la confusión, el desánimo y el desarme político para la militancia. Así se afirma el giro hacia una reedición histórica de un reformismo que a comienzos del siglo XX devoró a los partidos Socialista y Comunista.

En este clima político, donde lo electoral parece dominarlo todo, es extremadamente difícil imponer una lógica diferente en la coyuntura. Pero se hace imprescindible, y tal vez con mejores posibilidades que en los últimos años, la búsqueda de un debate fecundo y fraternal con el activo militante en el movimiento obrero, las organizaciones sociales y el estudiantado universitario y secundario: explicando sin desmayo la naturaleza de la crisis que azota al país, atribuida por unos y otros a la perversión de Mauricio Macri antes que a la lógica intrínseca del sistema; insistiendo en la imprescindible búsqueda de la unidad social y política de las grandes mayorías; defendiendo contra viento y marea la necesidad de un frente antimperialista continental con eje en Cuba, la Revolución Bolivariana y el Alba. Exponiendo, una y otra vez, el papel que el imperialismo estadounidense le ha atribuido al gobierno argentino en su plan contrarrevolucionario continental.
La clase explotada, los oprimidos, su activo más dispuesto, carece de una propuesta superadora de la dispersión, el desconcierto y la parálisis frente a la sistemática ofensiva del capital en crisis, mejor representado que nunca en décadas por el gobierno de la lumpenburguesía, en manos de Mauricio Macri.

¿En cuál de los actos se denunció lo que justamente en vísperas del día internacional de los trabajadores estaba ocurriendo en Venezuela? ¿Qué dirigentes condenaron al imperialismo y plantearon una alternativa de cara al movimiento obrero? ¿Dónde se reprobó el silencio cómplice de la progresía peronista? ¿Desde qué palco partió la autocrítica izquierdista, igualadora de la agresión imperialista y la “dictadura” de Nicolás Maduro? ¿Quién celebró la derrota de la asonada -una más- encabezada por la Casa Blanca y los fascistas Juan Guaidó y Leopoldo López, consecuencia directa del accionar de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb) y la movilización del pueblo chavista?

Los detalles de la operación, una burda puesta en escena destinada ante todo a la prensa comercial del mundo, que por supuesto respondió como se esperaba, magnificando hasta el absurdo los hechos durante toda la mañana del 30 de abril, quedaron claros en pocas horas. Mientras comenzaba a menguar el entusiasmo de los propaladores del golpe, apenas la información alternativa logró rasgar el manto de mentiras y exponer el nuevo fiasco de los lacayos del Departamento de Estado, el presidente Mauricio Macri tuiteaba que “apoyamos más que nunca la democracia en Venezuela. Celebramos la liberación de Leopoldo López y acompañamos la lucha del pueblo venezolano para recuperar su libertad. Reconocemos al Presidente Encargado Guaidó, a la Asamblea Nacional y desconocemos la autoridad del dictador Maduro”.
No hay racionalidad alguna en aceptar el rumbo que le ofrece el capitalismo a nuestro país. La lucha entre fracciones de las clases dominantes a punto de salirse de control -que como detalle tiene a decenas de grandes empresarios procesados por corrupción, algunos de ellos ya en la cárcel- y la pasmosa debilidad de Cambiemos y su presidente, demuestra que ni siquiera hegemonizando sin disputa el escenario político.
Los mandatarios de Chile, Colombia y Perú, se apresuraron en acompañar el fracaso de la ignominiosa intentona. Todos juntos alientan ahora, derrotado el putsch, la intervención mercenaria financiada por Washington y asentada en suelo colombiano, para irrumpir en Venezuela y mostrarle al mundo una supuesta guerra civil. Ficción que no por serlo significaría un costo menor en vidas para el hermano país, donde se sostiene con innumerables problemas la Revolución Bolivariana, y un desastre generalizado para el hemisferio.

Por supuesto, los oradores de los actos, omitieron afirmar que Argentina no puede ser cómplice de este crimen contra la humanidad. Aun así, nadie debería desestimar el enorme potencial revelado en la presencia de entusiastas y legítimos militantes empeñados en enfrentar al sistema o, como mínimo, al gobierno que lo sostiene. Los discursos de sus dirigentes, sin embargo, debilitan cualquier expectativa inmediata. La clase explotada, los oprimidos, su activo más dispuesto, carece de una propuesta superadora de la dispersión, el desconcierto y la parálisis frente a la sistemática ofensiva del capital en crisis, mejor representado que nunca en décadas por el gobierno de la lumpenburguesía, en manos de Mauricio Macri.

No hay racionalidad alguna en aceptar el rumbo que le ofrece el capitalismo a nuestro país. La lucha entre fracciones de las clases dominantes a punto de salirse de control -que como detalle tiene a decenas de grandes empresarios procesados por corrupción, algunos de ellos ya en la cárcel- y la pasmosa debilidad de Cambiemos y su presidente, demuestra que ni siquiera hegemonizando sin disputa el escenario político, con una catarata de comicios extendida a lo largo de nueve meses, el capital logra sostener inmutable su dominación.
Si realmente queremos otro país, si rechazamos la subordinación a Estados Unidos y el FMI, si condenamos las políticas de saneamiento/ajuste que promueven los diferentes candidatos burgueses, si aspiramos a la elaboración democrática de un programa de acción basado en las necesidades de los trabajadores, las juventudes y las grandes mayorías; es posible hoy dar un nuevo impulso, acaso decisivo, a la edificación de una estructura política de masas, que no puede ser sino un partido, con definición antimperialista y anticapitalista, democrático,con especial énfasis en la educación política de las grandes mayorías y en la acción colectiva consciente y organizada.
Como alertaba el educador, filósofo y militante cubano Fernando Martínez Heredia: “Nuestra política no puede ser moderada, porque ya aprendimos que ninguna evolución progresiva llevará a la humanidad a una liberación decretada y ninguna crisis –por extensa y profunda que sea- será suficiente para acabar con el imperialismo”.