Las vidas imaginadas por Marcel Schwob
Por Flavio Zalazar, desde Rosario/El Furgón
Una de las obras más citadas desde que fue escrita en 1896, Vidas imaginarias, encierra en pocas páginas la sensibilidad exquisita del autor y la inauguración de un nuevo género literario -híbrido de historia y ficción- que marcará el hacer, entre otros, de Jorge Luis Borges.
Ya el prefacio escrito por el francés sugiere lectura. Dice: “El arte es todo lo opuesto a las ideas generales: solo describe lo individual y no desea más que lo único. No clasifica; desclasifica”. Tesis y estilo glacial que mantendrá a lo largo de veintidós biografías de personas históricas que apenas se sabe de ellas, montadas en una portentosa imaginación. Lucrecio, Petronio, Pocahontas, El Capitán Kid, y tantos más acuden al texto de una manera activa, contradictoriamente viva. Tal influencia, resulta obvio expresarlo, puede encontrarse en Borges. Mérito del Filólogo.
Sus biógrafos cuentan que en el armado del libro, Schwob consultó fuentes que van desde Diógenes Laercio hasta De Quincey y los archivos de la policía londinense, pasando por los historiadores griegos y latinos, los tratadistas de la Cábala, los cronistas de la Edad Media y los anales de piratería; recorriendo con eficiencia tanto geografías como ciclos históricos disímiles. Nacido en 1867, casado un año antes de la publicación con la actriz Margarita Moreno, el escritor enferma y queda postrado hasta su muerte, en 1905.
Un extracto de Petronio. Novelista.
“Nació en aquellos días en que danzarines ambulantes, vestidos de verde, hacían pasar pequeños puercos amaestrados a través del círculo de fuego; en que barbudos porteros, con túnicas cereza, desgranaban guisantes en una fuente de plata ante los galantes mosaicos, en la entrada de las villas; en que los libertos, atiborrados de sestercios, pretendían en las ciudades de provincia funciones municipales; en que recitadores cantaban a los postres poemas épicos; en que el lenguaje se veía ahíto de palabras de ergástulo y de engreídas redundancias provenientes de Asia”.
Los que lo trataron señalaron que Marcel Schwob, luego de la parálisis que lo inmovilizó, no hizo más que afirmar un sello traído de la cuna: habitar en sus mundos imaginarios.
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Foto: Marce Rozas