La poesía según Gabriela Yocco
Por Patricia Verón, especial para El Furgón –
Gabriela Yocco fue becaria del Centro Cultural de la Cooperación en el departamento de Literatura y Sociedad. También docente de FLACSO en Literatura Argentina para estudiantes extranjeros. Publicó tres poemarios y tiene una novela inédita, El Biombo de madera de la India. Fue premiada en varios concursos como el Certamen de Literatura Social “José María Valverde”, de la Universidad Nacional de Barcelona por su libro El llanto infinito (2006). Coordina hace varios años el ciclo de poesía Al filo de la palabra y una editorial del mismo nombre.
El Furgón: -Poesía asociada al concepto de ¿Superficie? ¿Profundidad? ¿Verdad? ¿Ficción?
Gabriela Yocco: -No creo que exista ninguna forma de verdad, seguro que sí es ficción y también profundidad, un buceo dentro de uno o de lo que nos rodea; como verdad será una construcción que cada une puede hacer con lo que recibe de cualquier artista no solamente de lxs poetas, no creo que “la verdad” sea algo que busque necesariamente quien escribe poesía; también creo que es una ficción por más que una esté hablando de lo que le pasa incluso de cuestiones sociales. Sin dudas, es un primer y sano desdoblamiento en otro que procesa las cosas de otra manera.
E.F.: -¿Qué es lo primero que haces al ser hablada por “la musa”?
G.Y.: -No creo en esto de la musa… lo primero que hago es anotarlo en una libretita que llevo siempre conmigo, aunque escribo también directamente en la computadora y después laburo mucho sobre lo escrito. Creo mucho en lo que dice Rilke en el casi libro de autoayuda “Cartas a un joven poeta” cuando afirma que todo aquello que uno pueda escribir está en uno mismo y que no tiene que suceder algo extraordinario para que una persona se sienta invitada o compelida a escribir poesía, creo que si se busca en sí mismo y en lo que nos rodea ya está. Y creo también en la frase de Arlt: “diez porciento de inspiración, noventa de transpiración”. Es importante no aprender a forzar; las musas, como dice Serrat, a veces se van de vacaciones y vuelven cuando ellas quieren y bancarse los momentos en que no vienen también fue un aprendizaje para alejar a ese fantasma que dice “ay pobre, no voy a volver a escribir nunca más ¡qué será de mí!”
E.F.: -¿Qué opinas de la frase “ninguna idea salvo en las cosas”?
G.Y.: -Es super filosófica… menos mal que estoy leyendo a Darío Sztajnszrajber, él no sabría muy bien que decirte; se abre muy polisémica la frase, habría que pensar en qué cosa es una idea y qué cosa son las cosas; creo que las ideas y las cosas no siempre son lo mismo y que no siempre interpelan; si pienso en “cosa” me reduce demasiado, si pienso en ideas para escribir no son siempre cosas, a veces son sonidos, olores que vienen del recuerdo, algún suceso político, me parece un poco restrictiva la frase.
E.F.: -¿Cuál es el primer recuerdo o motivo asociado a la palabra mapa?
G.Y.: -El primer recuerdo asociado a la palabra “mapa” es la infancia, una infancia corta porque yo considero mi infancia hasta los cinco años (por varias razones). Y el primer recuerdo es comer tomate en calzones sentada en una vereda en Alta Gracia, un recuerdo que afortunadamente está fotografiado; ese sería “mi mapa” y también un recuerdo olfativo, un recuerdo del berro, que a veces me viene y estoy en capital y acá obviamente berro no hay hasta donde sé, y allá crecía en el arroyo que es otro olor.
E.F.: -¿Cuál es tu experiencia con los talleres literarios?
G.Y.: -Hice talleres literarios durante muchos años, comencé a finales de los noventa y de ahí salieron una poeta uruguayo que ahora es reconocida, Lía Colombino, y dos dramaturgos. Uno es Alejandro Acobino, fallecido lamentablemente y otro es Andrés Binetti; pero la formación de la palabra más allá de lo que en la vida estén haciendo, la experiencia del taller es una experiencia de poesía viva, ahí, surgiendo, conmoviendo y lo más lindo, que todavía me pasa -ya que volví a armar el taller-, es que son voces completamente distintas de la mía y eso me hace sentir que soy una buena coordinadora.
Con respecto a la editorial “Al Filo”, un proyecto que llevamos adelante junto a mi amigo Daniel Castelao y mi compañero de vida Facundo Floria, pude descubrirme como catalogadora, y esto me pone en un lugar de lectura muy interesante. Lo más lindo que me pasó fue descubrir a un poeta de Magdalena, Pablo Albornoz, gracias a las redes. Creo que las redes son un gran escaparate y una vidriera de egos, pero también un lugar de encuentro feliz, como lo fue el conocer a Hugo Luna, otro gran poeta entrerriano. Pablo es el último publicado en la editorial, un pibe joven que vive en un pueblo y que no tiene muchas posibilidades de publicar y la repercusión de su libro fue enorme y la felicidad de leerlo también ya que su poética es impecable. Cuando daba talleres antes y también tenía mi ciclo no existían las redes y ahora me cuesta imaginar cómo hacia antes, ahora nos es mucho más fácil leernos y conocernos y entablar o desentablar vínculos desde lo afectivo y desde lo poético. Nos leemos más, hay grandes difusores de la palabra que están haciendo un trabajo enorme y me gusta sumar un poco haciendo una editorial que no le cobra a los autores y que trata de ser lo más artesanal que se pueda para escapar en el contexto de capitalismo salvaje en el que vivimos, a que el libro sea solamente una cuestión de mercancía.
E.F.: -Un/a poeta argentinx del 60 al 90 incluido; unx actual.
G.Y.: -Ahora vamos a publicar a un poeta que se llama Edgardo Pigoli que fue compañero mío de la facultad. Decíamos el otro día “nosotros somos poetas de la generación del noventa”. Él era parte de ediciones del Dock, amigo de Fabián Casas, y bueno, por ahí se considera más de esa generación; yo no, no publiqué -si por generación entendemos el momento en que publicas tu primer libro- en la década del noventa, así que no me considero parte de esa generación. Me resulta particularmente alejada. Algunas cosas de Fabián Casas, sí, pero es casi un lugar común; me siento más amiga de las generaciones anteriores. Olga Orozco desde ya para mí es una brújula a la que vuelvo; Viel Temperley, Juan Gelman aunque sea más del ’50 pero atraviesa todos estos años que decís, cuando era adolescente Alejandra Pizarnik, y sin dudas Juan Carlos Mestre fue mi último gran descubrimiento, hasta he podido chatear con él y es un animal de la palabra. Y sí, me quedo con él.
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La poesía de Gabriela Yocco
Presente continuum
de mis manos sólo la estructura espesa del tiempo
o un recuerdo tan lejano que ya no es mío
ese cielo con globos azules absurdos como cuento y espuma
el incierto recuerdo de acunar
la dolorosa infancia de mi hermano
el cuenco de las palmas sobre pájaros muertos para siempre
acariciar el largo pelo mío/ sola/ para dormir
de mis manos el olor de los libros
el olor del otoño
el olor de cosas de las que carezco nombre
no
no es cierto
hay cosas que nunca terminan/ que nunca pasan
en este perpetuo presente
alguien que no soy/ se busca
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a Santiago Maldonado
debería llover toda la lluvia ahora
llover sobre el campo / sobre las montañas
llover y llover
que el cielo se cubra de un negro mortuorio
que parezca un sudario el cielo
que su azul mentira se olvide por días y por días
que se lave el mar
que la tierra desbarate sus terrones
debería llover hasta gastarse la lluvia
hasta que nos queden pálidos los huesos
hasta que se camufle el llanto para siempre
debería llover y llover
que los pájaros aprendan la urgencia del nado
que los peces no distingan océano de nube
que la lluvia en su lloverse pierda el sentido de caer
que flote la lluvia
que confunda los ríos
que atragante alcantarillas
que hunda todo/ todo lo devore
y después
cuando el mundo esté limpio de ceniza/ polvo/ asesinos
y otras miserias geográficas
después
que vuelva él
y diga madre no te apenes/ encontré refugio del agua y otras bestias
ni la lluvia ni ellos
me han tocado