El capitalismo en crisis y el narcotráfico ponen al fascismo como gendarme de la ganancia
“Yo no les voy a andar preguntando a miles de empresarios
que vienen a Argentina a invertir, de dónde sacan los dólares”
Carlos Menem
Por Jorge Montero/El Furgón
Tiempos de corrupción desenfrenada. Asombro, repugnancia, desconcierto en la población expectante, que no termina de creer lo que ve mientras siente que su salario se disuelve en una descontrolada carrera inflacionaria.
Catarata de denuncias, con pruebas sobradas y visibles, en que están mezcladas todas las facciones políticas y los más grandes empresarios tradicionales del país; no deja al margen a las iglesias y, desde luego, apunta el filoso estilete contra 9 de cada 10 jueces y fiscales. Más aún: es impensable el volumen de dinero en cuestión sin la participación del narcotráfico, la trata de personas, el juego legal e ilegal… A crisis capitalista extrema, podredumbre social de parejo nivel.
Hay muchos millones de argentinos impactados por los efectos demoledores de la crisis, personificados en Macri o Cristina Fernández, alentados por todos quienes acusan al individuo para ocultar el sistema. Es la lógica interna del capital la que se impone sobre cualquiera de ellos y somete a la política a sus designios.
Los gobiernos capitalistas y las corporaciones privadas se encargan, a través de “expertos” académicos y juristas, de difundir una visión sesgada del fenómeno, que la prensa venal multiplica hasta la náusea. Así definen qué prácticas van a ser condenadas como corruptas y cuáles no. Por ejemplo, tienden a dejar fuera del análisis las maniobras ligadas a los negocios financieros, como el gigantesco endeudamiento del Estado. Ejemplos sobran: la estatización de la deuda privada bajo la dictadura, el “megacanje” bajo el gobierno de la Alianza, el pago irrestricto al Fondo Monetario Internacional durante el período kirchnerista, la deuda desenfrenadaen que recae la administración de Cambiemos.
Por no hablar de los cerca de 400.000 millones de dólares que las clases dominantes de este país han fugado al exterior mediante todo tipo de maniobras de evasión y elusión impositiva, con la complicidad de la banca estatal y privada. Sólo el “blanqueo de capitales” realizado bajo el gobierno de Mauricio Macri implicó la friolera de 117.000 millones de dólares –en su mayoría declarados fuera del país–, que algunos de los burgueses argentinos han reconocido fugar. Todo lo cual pone de manifiesto tanto lo que el sistema está dispuesto a mostrar, como todo lo que pretende ocultar.
Sin embargo, uno a uno caen los velos, para quien quiera mirar. No. Está claro que el problema no son los individuos ni los partidos a los que pertenecen. Hay muchos millones de argentinos impactados por los efectos demoledores de la crisis, personificados en Macri o Cristina Fernández, alentados por todos quienes acusan al individuo para ocultar el sistema. Es la lógica interna del capital la que se impone sobre cualquiera de ellos y somete a la política a sus designios.
Ante el reclamo de la población contra la comercialización de estupefacientes –bajo demanda de seguridad– Macri aprovecha la ocasión y propone sumar a las Fuerzas Armadas al combate contra este enemigo a la vez palpable, difuso, omnipresente.
El trasfondo económico, la catastrófica realidad social y la propia incapacidad de las clases dominantes, aseguran que más allá de fintas y maniobras, a Cambiemos le resulte imposible llevar adelante la propuesta demagógica con que ganó las elecciones y pretendió sanear el país: “pobreza cero y combate contra la inseguridad y el narcotráfico”. Por el contrario, el aumento vertiginoso de la población bajo la línea de pobreza, el descontrol y los crecientes negociados de las fuerzas represivas, y la fuga de capitales hacia la venta de drogas en busca de tasas de ganancia que la producción no ofrece; garantizaron su rotundo fracaso en el corto plazo.
El narcotráfico comenzó siendo un negocio paraestatal de la dictadura argentina a partir de las relaciones tejidas desde el Segundo Cuerpo de Ejército, con asiento en Rosario –eran los tiempos de Galtieri, Videla y Massera–, por un lado, y los altos oficiales del ejército boliviano, García Meza y Arce Gómez, que el 17 de julio de 1980 desatarían la narco-dictadura en el país del altiplano. Cualquiera sabe el papel del PJ y todas sus fracciones en el incremento del narcotráfico en la sociedad argentina, sobre la estructura montada durante el período de Carlos Menem. Fenómeno que creció vertiginosamente después de 2001. Ahora se descubren altos funcionarios de todos los partidos envueltos en el mismo crimen.
También es conocida la responsabilidad de jefes policiales, jueces de todo nivel, titulares de sindicatos y legisladores de todas las facciones incrustadas en el Congreso a fuerza de narcodólares para inverosímiles campañas electorales. Destacan en este submundo mafioso altas dirigencias del negocio del fútbol, del juego, así como de los aparatos de espionaje. Ante el reclamo de la población contra la comercialización de estupefacientes –bajo demanda de seguridad– Macri aprovecha la ocasión y propone sumar a las Fuerzas Armadas al combate contra este enemigo a la vez palpable, difuso, omnipresente.
Combinados, adicción y prohibición hacen de las drogas un objeto de intercambio que produce altísimas tasas de ganancia. Paralelamente, desde hace décadas, volvió a dominar la realidad mundial el ciclo que la lógica propia del sistema capitalista empuja hacia abajo la tasa de ganancia en la producción y comercialización de las demás mercancías.
Cada día es más cuantioso el negocio, más violento y abarcador, más destructivo de las instituciones y la vida social. El narcotráfico corrompe lo que toca. Partidos políticos, sindicatos, organizaciones sociales, fuerzas armadas y de seguridad, el sistema financiero, parlamentos, jueces, gobernantes a todo nivel. También, acaso en primer lugar, servicios de espionaje, comenzando por la Drug Enforcement Administration (DEA), creada por Nixon en 1973, organismo mediante el cual el gobierno estadounidense regula el negocio en todo el continente.
Hoy está a la vista, entonces, porque en la “guerra contra las drogas” hasta ahora vencen los narcos, con apenas algunas excepciones, no importa de qué país o región del planeta se trate. Basta con recorrer este mundo patas para arriba, para comprobar la magnitud del desafío a las condiciones de vida humana planteado por la producción y distribución de narcóticos.
Cualquiera de las sustancias estupefacientes que envenenan a millones de seres humanos es, ante todo, una mercancía. Como la soja, los teléfonos celulares, las aspirinas o los colchones; mercancías todas. La diferencia entre estas y aquellas no reside en la condición intrínseca de cada una –útil, beneficiosa, inocua o destructiva– sino en algo completamente ajeno a ellas mismas: la ganancia que ofrecen al dueño del capital-dinero.
No es el poder corruptor de este negocio clandestino lo que lleva a la putrefacción de instituciones, corrompe el funcionamiento político y degrada la vida social. A la inversa, es la lógica intrínseca de la producción capitalista la que lleva al narcotráfico. La necesidad de conseguir ganancias rápidas de donde sea.
Combinados, adicción y prohibición hacen de las drogas un objeto de intercambio que produce altísimas tasas de ganancia. Paralelamente, desde hace décadas, volvió a dominar la realidad mundial el ciclo que la lógica propia del sistema capitalista empuja hacia abajo la tasa de ganancia en la producción y comercialización de las demás mercancías. En ese cruce de caminos está el punto de partida.
Aunque las estadísticas están lejos de ser comprobables, se estima que el negocio narco mueve en el mundo entre 500 mil y un millón de millones de dólares anuales. Sumas siderales de dinero volcadas al mercado, tras ser blanqueadas por bancos transnacionales (HSBC, Bank of America, Citibank, Western Union, Banco Santander, American Express Bank, Wachovia Bank, etc., etc.) y otros instrumentos financieros, que hacen honor a la cita de Berthold Brecht: “¿Qué delito es el robo de un banco comparado con el hecho de fundar uno?”
En el crecimiento y la penetración social del narcotráfico está prefigurado el desarrollo de otro flagelo: el fascismo.
Sólo un puñado de países tiene un producto interno superior a estas cifras. Tales magnitudes aplicadas al delito y la corrupción implican un salto de cantidad en calidad: no se trata ya de la vida de un joven degradada por un vicio inducido; es el orden político y social contemporáneo el que está amenazado.
Aun así, no es el poder corruptor de este negocio clandestino lo que lleva a la putrefacción de instituciones, corrompe el funcionamiento político y degrada la vida social. A la inversa, es la lógica intrínseca de la producción capitalista la que lleva al narcotráfico. La necesidad de conseguir ganancias rápidas de donde sea.
Biempensantes de la pequeña y mediana burguesía, pero también amplias franjas de trabajadores, convencidas de que por tener trabajo son “clase media”, no toman conciencia de este binomio fatal: narcotráfico y crisis capitalista. Y al votar encargan al zorro el cuidado del gallinero.
Marx lo decía y nunca será suficiente repetirlo: es la caída tendencial de la tasa de ganancia, la sobreproducción, la pugna feroz por los mercados y la necesidad inexorable de sanear el mecanismo expulsando a miles de millones de personas y destruyendo la mercancía sobrante –incluyendo los seres humanos–. El único recurso del gran capital frente a los riesgos que esta inestabilidad implica es la violencia a gran escala y ésta es inseparable de la transformación de los actuales regímenes democrático-burgueses en formas neofascistas para mantener el control social.
Lo cual confirma otra afirmación de antigua data: así como el socialismo es imposible sin democracia, el capitalismo inexorablemente tiende a aniquilar los derechos democráticos y las garantías civiles de la población.
En el crecimiento y la penetración social del narcotráfico está prefigurado el desarrollo de otro flagelo: el fascismo. Se ha utilizado este concepto para identificarlo con la violencia extrema y la violación de derechos civiles y garantías constitucionales. Pero es mucho más que eso. El narcotráfico crea ejércitos de individuos privados de toda racionalidad y libertad, a la vez que articula aparatos militares capaces de obrar con la misma inhumanidad que los actuantes durante la dictadura de 1976.
Si en la Italia y la Alemania de los 1930 el fascismo se cimentó en capas sociales lumpen, resultantes de guerras, crisis económicas y desocupación masiva; en Argentina –como en México, Colombia, Perú o Brasil– la argamasa social para edificar un fenómeno análogo está en los residuos de la crisis capitalista local: bandas narcotraficantes y decenas de miles de adictos arrojados a la más abyecta marginalidad, lanzados contra cualquier sector social que pretenda defender las formas democráticas de relacionamiento social.
Biempensantes de la pequeña y mediana burguesía, pero también amplias franjas de trabajadores, convencidas de que por tener trabajo son “clase media”, no toman conciencia de este binomio fatal: narcotráfico y crisis capitalista. Y al votar encargan al zorro el cuidado del gallinero.
Por lo mismo, no es posible luchar exitosamente contra este negocio infame sin combatir y vencer al sistema que lo engendra. Drogadicción masiva y negocio criminal de extraordinarias dimensiones no son excrecencia en el orden liberal burgués, sino una condición de sobrevivencia de éste, por mucho que tal afirmación espante a honestos individuos, convencidos de que el sistema dominante es el único imaginable y posible.
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Fotos: Ministero de Seguridad de la Nación