Un poema de Poe
El joven huérfano, víctima de una relación tortuosa con su padre adoptivo, se deslumbra en la Richmond señorial y esclavista ante el primer amor. Les presentamos uno de los textos iniciáticos del genial norteamericano.
Nacido en el seno de una familia de actores trashumantes, Edgar Poe conoció desde muy niño el abandono de su padre y la muerte de su querida madre, que a la postre la buscaría en todas sus formas. Durante la primera infancia es tutelado por un comerciante rico de origen escocés, John Allan, residente de la ciudad de Richmond, estado de Virginia y la puerta al sur conservador y mercantilista.
Las desavenencias con su padrastro -marco jurídico inexacto, puesto que nunca lo inscribió con su apellido- marcaron los primeros veinte años de vida que ya se avecinaba distinta a la de cualquier puritano o cuáquero de mediados del siglo XIX en la costa este del reciente país.
Hacia la primavera del año 1824 traba amistad con Robert Stanard, algo más joven que él y cuya madre, Jane Craig Stanard, extraordinariamente bella, produjo una impresión inextinguible en el joven Poe. Resulta difícil saber si esta tímida y callada adoración que él profesaba debe ser llamada amor, o si la Helen de su primera poesía fue también su primer amor, como afirman algunos estudios biográficos. Es cierto, sin embargo, que el primer poema que presentamos a continuación, es uno de los más bellos del superlativo escritor.
A Helen
Helen, tu belleza es para mí
como aquellos antiguos barcos de Nicea
Que, suavemente, sobre el mar perfumado,
cansados de navegar sin rumbo,
volvían a las costas de su patria.
Acostumbrado a vagar por mares procelosos,
tu pelo de Jacinto, tu rostro clásico,
tu apariencia de náyade, me hicieron comprender
la gloria de los griegos
el esplendor de Roma.
¡Mira! ¡En tu brillante nicho de cristal
vi que estabas de pie como una estatua
con la antorcha de ágata en la mano!
¡Ah Psyche[1], de las regiones
que son la Tierra Santa!
Pero Edgar sólo pudo disfrutar por poco tiempo de la agradable protección de su Helen. Pronto aparecieron en Jean Craig Stanard los signos de una enfermedad mental y murió completamente enajenada. Adiós a la primera musa
[1] Diosa del alma en la antigua Grecia