Un movimiento sin nombre, sin valores y sin movimiento
Por Jorge Ezequiel Rodríguez/El Furgón – En la historia todos los movimientos han nacido para cambiar realidades, transformarlas, generar avances culturales, sociales, políticos, incluso históricos. Sus nombres se han perpetuado en pos de luchas, ideales, convicciones, conceptos claros y plurales. Los destinos individuales fueron apartados para hacer realidad la coherencia de la palabra y la acción, y para que los sueños de esas causas enamoren, enseñen y se multipliquen sin ordenamiento, ni obligación.
Este movimiento que no nace hoy, ni tampoco en un momento puntual, se diferencia del resto. No tiene conceptos claros, pues las ideas mutan al compás de los tiempos y las circunstancias. No es movilizado ni por el amor, ni por una causa, ni por utopías. Se alimenta de extrañas maneras y de un sentimiento complejo, duro, y contradictorio: la indignación.
Se desprende de todo compromiso, y suele bañarse en la hipócrita realidad de la transparencia, de lo impoluto, de una conciencia fría e individual
Este movimiento no busca transformar la realidad, sino conservarla para de esa manera proteger lo que tienen, lo que disfrutan, lo que nunca pero nunca querrán perder: su comodidad. No tiene nombre, sin embargo según los contextos históricos asume su posición política y sabe bien que al momento de problemáticas se abre, se corre, incluso cambia de vereda. Sabe contradecirse, adoptar banderas para luego olvidarlas, ningunear sin argumentos, señalar sin pruebas ni causas. Repite, consume, respira.
Este movimiento hoy pisa fuerte a nuestro país y se hace escuchar. Parece invisible pero no lo es. Se muestra, se desnuda, pero siempre intenta estar al margen de las cosas, no se apega ni a los sentimientos ni a las ideas, ni a los gobiernos ni a los partidos. Se desprende de todo compromiso, y suele bañarse en la hipócrita realidad de la transparencia, de lo impoluto, de una conciencia fría e individual. Se definen apolíticos, como bandera ceremoniosa de una propia complejidad, como dijo Víctor Jara, no son ni chicha ni limonada. Son los moralistas de la oportunidad, los espantados de la política, los sugerentes del progreso, los castos del mal. Y se pasan de un lugar a otro sin problema. Se ríen de un Santiago asesinado o festejan que la causa fue ahogamiento. Se enervan con la falta de protección a los perros callejeros pero los pies descalzos que se escapan de la frazada de cordón les es parte del paisaje urbano. Son moralistas, cristianos, y defensores de la vida para fundamentar su posición en contra del aborto legal pero sonríen cuando un pibe muere en manos de la policía, lo celebran con la frase uno menos. Reclaman unidad de los argentinos, pero bajo sus normas y pautas, y cuando el pobre puede llegar a igualarlos dicen que no hay progreso para su clase, para calcar la frase de yo me rompí el culo trabajando y cerrar toda idea al respecto.
No le importa la repartición de la riqueza, no lo moviliza el enriquecimiento desmedido, pero sí lo indignan los planes, la repartición, o el “subsidio a montoneros”
Este movimiento sabe y se alimenta de la discriminación, de piel, de género, de clase social, lugar de pertenencia, nacionalidad, o parecer ideológico. Llora ante películas del holocausto, pero discute la cantidad de desaparecidos en nuestro país. No entiende de genocidios pero sabe bien diferenciales el olor. No le importa el reparto de la riqueza, no lo moviliza el enriquecimiento desmedido, pero sí lo indignan los planes, la repartición o el “subsidio a montoneros”. Se aliena cuando un piquete le impide el tránsito y mezcla con brutalidad los derechos humanos que jamás leyó ni sintió su beneficio. No sabe ni entiende de luchas, pues su “calle” es el sillón y la tele. Salvo excepciones en las que una cacerola repudia la inseguridad, la corrupción y no poder comprar dólares. Los cambios los paralizan sin embargo votan al cambio, y los perturban las feministas, lxs homosexuales, y toda persona que reclama derechos. Las minorías les joden la vida pero cuando los medios impulsan un caso que retumba en televisores, diarios y radios, lloran y destinan bronca a la pantalla. Viven de la pantalla, y cada opinión la sujetan a ella. Suelen nombrar héroes que los libros marcan como tales, y no profundizan porque la contradicción los ahogaría. No conocen a mártires, ni les importan.
Este movimiento, que no tiene movimiento, no nace hoy, ni pretende imponerse en una realidad diferente, y mucho menos transformarla. Se aplana en estructuras, en compases repetidos y agotados. Se nutre de tradiciones, de doctrinas invisibles, de causas que ya se superaron, disfruta de los derechos que otros pelearon, y se indigna de los que dan la vida por los suyos, pero ante cualquier discusión, ellos, los que están sin decir que están, los que son sin saber que son, se escudan con la apolítica extensión de manos sanas y limpias.
¿Quiénes son? Sería la pregunta con el silencio como respuesta más clara.
- Fotografías de interior y portada: https://commons.wikimedia.org