viernes, diciembre 13, 2024
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Discurso PRO: un látigo para domesticar al bárbaro

Por Franco Vanni/El Furgón – ¿Cómo abordar la construcción del discurso? En términos políticos es necesario para desentrañar los procesos que vivimos en el día a día. Analizar el discurso es siempre ir de arriba hacia abajo. Con respecto al Gobierno argentino la primera pregunta que surge es ¿ya lo dijo? No respecto a una manera explícita de señalar sus ideas sobre el proyecto, sino ¿lo dijo de manera velada? Por lo tanto ¿hasta qué punto el ciudadano promedio no vio venir la embestida?

Un ejemplo es el mail que publicó el diario Página 12 donde el equipo de comunicación de Cambiemos indicaba a sus legisladores, voceros y ministros, de cara a las PASO de 2015, las respuestas que debían dar a los medios ante ciertas preguntas de interés general. En el decálogo, la número diez, planteaba qué responder a la cuestión de si seguiría o no la emisión de Futbol Para Todos. La respuesta era la siguiente: “El fútbol debería ser gratis. No creo que vuelva el fútbol codificado, no creo que nada vuelva al pasado, la Argentina cambió”. Luego mandaron otro correo en que se recomendaba “desestimar la respuesta de Fútbol Para Todos”. En cierta forma, y de manera siempre velada, lo dijeron.

Al kirchnerismo se lo lapidó desde los medios hegemónicos por la construcción del “relato”, los culpabilizaban por narrar la historia a conveniencia, remarcando ciertas cuestiones, generando emoción en otras, relegando algunas. Sin embargo, todo gobierno tiene una narrativa, una forma de leer la historia, la tuvo la última dictadura militar con su necesidad urgente de “reorganizar” un panorama nacional supuestamente sumido en un caos irracional. La tuvo el alfonsinismo con la recuperación de la democracia y la tensión con las corporaciones. También el menemismo con la modernización de la política y un Bernardo Neustadt amparado por el tristemente célebre “fin de la historia” que predicaba Francis Fukuyama. Así podríamos enumerar casos nacionales y extranjeros.

El macrismo niega a su antítesis política, incurre en la negación del otro, ya que de él solo puede venir un retroceso, una vuelta al pasado cavernícola, a la construcción de otra “pesada herencia.

Todo discurso tiene un eje central, un último bastión al que aferrarse en caso de que todo falle, ya que ahí radica la Verdad. Una Verdad con mayúscula, ya que no tiene contrapartida. Ahora bien, ¿Cuál es la del macrismo? ¿El “crecimiento invisible”? ¿La “pesada herencia”? ¿La estigmatización de la protesta social? ¿Cuál es su eje fundamental? Para pensar esta cuestión es necesario retomar un titulo central en el canon argentino: “Civilización o Barbarie”.

Macri: “Menos relato, más verdad”

Esta treta discursiva es tan vieja como el discurso mismo, ya la usaban los romanos y los antiguos griegos. El otro, ajeno a mi hábitat en donde sólo existe la calma y el progreso que conlleva la dura tarea de civilizarse, no comprende las virtudes de mi vida civilizada, por ende, el otro es un bárbaro que sólo dirá falacias carentes de sentido, incluso viciadas por la mentira, las cuales ni siquiera debo escuchar. El macrismo niega a su antítesis política, incurre en la negación del otro, ya que de él solo puede venir un retroceso, una vuelta al pasado cavernícola, a la construcción de otra “pesada herencia”. Necesita no oírlo, y en política, no oír, es invisibilizar, ya que de hacerlo envilecerían sus mentes privilegiadas y afectaría su calidad de vida. La necesidad urgente del Gobierno por alinearse con los mandatos de las potencias económicas occidentales, en un mundo cada vez más polarizado y con mejores ofertas de mercado en diferentes partes del globo, esta terquedad en la forma de negociar, es propia de un Mauricio Macri que lo expresó en frases como “Hemos regresado a un mundo que nos recibe con los brazos abiertos”, o “Volvimos al mundo”. Claro que a sus ojos, “el mundo” se resume sólo al occidente financiero y especulador. La “reconexión” que tiene tan feliz al presidente es parte de su misma narrativa de la historia, de un occidente civilizado que deberíamos integrar si queremos pensarnos como sujetos históricos. Todo lo que este afuera de ese proyecto global es atraso, terquedad, ignorancia.

Para el macrismo, la política es abierto separatismo, una enorme grieta que ellos vienen a cerrar en su rol civilizador.

El debate político como mala palabra es otro concepto fundamental que se desprende de la concepción binaria “civilización-barbarie”. Su discurso es apolítico, pero el impacto es terriblemente político. Podría traducirse de la siguiente manera: el otro, bárbaro como es, no comprende de valores como la unión, la comprensión y el dialogo, su objetivo es algo tan primitivo como el hecho de vencer sin oír a los demás, embebido en el fanatismo hacia los falsos ídolos. Para el macrismo, la política es abierto separatismo, una enorme grieta que ellos vienen a cerrar en su rol civilizador.

Por si queda alguna duda sobre el relato de “Cambiemos” está la caracterización que hace del militante promedio, que tiene un puesto laboral y lucha bajo el amparo de la ley por sus derechos. Según ellos, ese militante no existe, lo que si existe, en un fanático adulón, obeso, parecido a un animal, violento e ignorante, que jamás en su vida trabajó, que siempre se mantuvo vivo de forma rudimentaria, al amparo del paternalismo de quienes querían dominarlo, cumpliendo el rol de una herramienta, es decir, de un ente sin vida ni sustancia, que solo sirve para cumplir determinada función: sembrar el caos y el desorden, según lo solicite su perverso ídolo. En fin, le quitan humanidad a su “otro” político, lo reducen a una mera mascota. Una vez completada la formación de aquella idea, el avance de la “mano dura” de las fuerzas de seguridad que se ocupan de reinstaurar el orden, en una consecuencia lógica.

De hecho, el acto de reprimir es silencioso, es un elemento ausente en el discurso pero siempre presente en la práctica. Ellos han construido un mundo ideológico dentro de su narrativa, pero la complicidad de la acción en silencio, esa que es comprendida por quienes están “adentro”, es un sello distintivo que genera cohesión, un silencio que tortura al bárbaro en la práctica

El filósofo esloveno, Slavoj Zizek, dijo en una entrevista: “En el discurso políticamente correcto se esconde una extrema violencia… Este hecho se relaciona con la tolerancia, que actualmente significa su contrario. En los países occidentales desarrollados la tolerancia quiere decir no acoso, no agresión. Lo cual significa: ‘no tolero tu excesiva proximidad, quiero que mantengas la distancia adecuada’”. Hay una violencia que genera el hecho de predicar constantemente el “no acoso”, la “no agresión”. Para ser más claros ¿Qué legitima ese discurso? Ni más ni menos que la instauración del orden mediante el uso sistemático de la violencia estatal. No se debe agredir ni acosar a los civilizados, ellos, en su llevar la vida de forma completamente individual, no conocen la manifestación. Toda manifestación que los extraiga de su universo solitario, devolviéndolos al mundo real, aquel en donde la gente sufre hambre, frío, enojo y alineación, es a sus ojos, un acto de abierta violencia, que debe tener una respuesta con un grado de violencia mayor al que han sentido. La represión repetitiva e incansable por parte de las autoridades nacionales, es el elemento discursivo que utilizan para comunicarse con “los suyos”. Reprimir, es ordenar, y eso le agrada a sus votantes y a los especuladores financieros, a los empresarios temerosos de los trabajadores,  a las entidades de crédito extranjeras y demás. De hecho, el acto de reprimir es silencioso, es un elemento ausente en el discurso pero siempre presente en la práctica. Ellos han construido un mundo ideológico dentro de su narrativa, pero la complicidad de la acción en silencio, esa que es comprendida por quienes están “adentro”, es un sello distintivo que genera cohesión, un silencio que tortura al bárbaro en la práctica

El objetivo final de toda cosmovisión fundada en la dicotomía civilizado-bárbaro, es amansar al segundo, quitarle su fuerza porque se le teme, dejarlo lastimado y dócil, asustado, justamente como a los animales feroces en el circo. Para decirlo con sencillez: ellos son el latigazo que domestica y nosotros (sus otros) el lomo del león al que quieren dejar sumiso.

Foto de portada: Presidencia de la Nación (descripción: “El presidente Mauricio Macri recibió en la Casa de Gobierno al policía del municipio bonaerense de Avellaneda Luis Chocobar, quien protegió de un violento asalto a un turista estadounidense, en un hecho ocurrido en el barrio porteño de La Boca el 8 de diciembre pasado”.)