Agnès Varda, una niña de noventa
Por Fernando Chiappussi/El Furgón – Llegó a los cines argentinos Visages villages, un documental hecho a cuatro manos por Agnès Varda, leyenda viviente del cine francés, y el artista multimedia JR, que podría ser su nieto.
Nuestra imagen nos representa, así que mejor elegir la imagen que queremos tener. Agnès Varda juega con la suya propia todo el tiempo, y nos invita a ser conscientes de la nuestra: por algo se declaró admiradora de la serie Girls, donde la veinteañera Lena Dunham impone su cuerpo rubicundo en primer plano. El cine y la TV suelen reservarse, en lo que a la realidad respecta, el derecho de admisión: basta presenciar un casting para darse cuenta.
En Visages villages, hecha a sus casi ¡noventa! años, Varda acompaña al joven artista visual JR en un proyecto muy afín a estas ideas: recorrer pueblos diminutos y retratar a sus habitantes, para luego estampar esas imágenes, hechas gigantografías, en las paredes de cada lugar. Es decir, dar imagen, presencia, a los que ignorados por los medios por ser del común: por no llamar la atención. Detrás de cada cara hay una historia, y la irrupción de estas imágenes en el paisaje es como una autoafirmación en un terreno -el interior del país- donde el número de pobladores decrece día a día. No es un proceso fácil ni barato, pero Varda y JR -que recurrieron a donaciones en la web para terminar su película- lo muestran de una manera tan elegante que parece un juego de niños.

A pesar de su edad, la estampa diminuta y los achaques, como artista Varda es una contemporánea de JR: ambos parecen jugar con las imágenes con la destreza de un mago y, a la vez, con el desparpajo de un chico que dibuja algo en el margen de su cuaderno. Fotógrafa ella misma, y cineasta desde hace seis décadas, Varda fue amiga de todos los protagonistas de la nouvelle vague francesa, aun sin ser propiamente parte de ella: como Alain Resnais o Chris Marker, ella pertenecía al grupo llamado de la rive gauche, más de izquierda que el formado en la algo católica revista Cahiers du Cinéma. Abiertamente politizados, no por eso dejaban de lado las posibilidades formales del cine, como ilustran películas como Hiroshima mon amour o La jetée, tan originales como las primeras de Truffaut o Godard. Además, Agnès estaba casada con Jacques Demy, un director habituado a la industria y los grandes presupuestos (de él es la entrañable Los paraguas de Cherburgo). A la sombra de semejantes contemporáneos, Varda se destacó siempre por un estilo juguetón, de aparente ingenuidad pero capaz de deformar el lenguaje cinematográfico a su antojo, un poco como por esos años, y a pocas calles de distancia, nuestro Julio Cortázar hacía lo propio en la literatura. De esta época datan largometrajes como Cléo de 5 a 7 (1962), donde la acción transcurría en dos horas de tiempo “real”… cuya construcción, por supuesto, era puro artificio. No obstante, su mejor película de ficción, Sin techo ni ley (1985), muestra sin concesiones la vida ambulante de una vagabunda.

Varda siempre quiso darle voz a los que no tienen voz, y lo hizo especialmente en sus documentales, por los que hoy es más conocida. Van de lo periodístico, como su mediometraje sobre los Panteras Negras (Black Panthers, 1968), hasta lo personal, como en Daguerréotypes (1975), sobre la cuadra en la que todavía tiene su oficina, o Las playas de Agnès (2008), donde recorre vida y trayectoria. Incluso incursionó en el panfleto, apoyando abiertamente la causa feminista: en YouTube puede verse un cortometraje de 1975 (Respuesta de mujeres: Nuestro cuerpo, nuestro sexo) donde se hace evidente que muy poco ha cambiado desde las luchas de entonces.
Su documental más celebrado, Les glaneurs et le glaneuse (2000), hace un sagaz paralelismo entre las sobras de las cosechas y el cirujeo urbano: así como hay fruta que queda en el piso por no cumplir los estándares para su comercialización, existe gente que el sistema deja de lado por privilegiar a los más jóvenes, sanos y presentables. El reciclaje pasa a ser una noción aplicable a áreas muy diversas, y Varda las recorre una por una, logrando un acto de inclusión que conmueve.

Vale la pena buscar estas y otras películas en cinematecas y redes. Varda es una creadora de cine, es una fábrica de cine; basta ver cinco minutos de una película suya para descubrir a una estilista que es también una humanista. Pocos cineastas de hoy son tan merecedores como ella de ese calificativo: cineasta, filmmaker como dicen los anglosajones. En estos años en que la exhibición en salas se ve casi reducida al monopolio de los tanques de acción norteamericanos, la posibilidad de ver Visages villages en el cine es un acontecimiento para celebrar.