viernes, diciembre 13, 2024
Cultura

John Reed, la mirada de la Revolución

Raúl Cazal*/El Furgón – Literatura y periodismo o “Nuevo periodismo”, como prefieren llamarlo algunos, tiene su precedente en dos obras de John Reed: México insurgente y Diez días que estremecieron al mundo. Lo singular es que ambas tratan sobre dos revoluciones que marcaron la historia latinoamericana y universal.

John Reed fue poeta, dramaturgo, escritor, periodista, pero ante todo fue un revolucionario. Esa distinción hizo que hiciera visible lo invisible y no dudó en estar presente donde ocurría una huelga de obreros para reportar lo que la prensa censuraba o mezclarse y convivir con insurgentes en México o Rusia.

Su corta pero apasionante vida se ha convertido en una leyenda, al punto de que algunos lo declaran un ferviente revolucionario desde temprana edad y otros un aventurero o un romántico idealista. Dos obras quedaron para la historia del periodismo o la historia a secas: México insurgente, en la que retrata la Revolución mexicana y a uno de sus líderes, José Doroteo Arango, mejor conocido como Pancho Villa, y Diez días que estremecieron al mundo, libro que Lenin recomendó “con toda el alma a los obreros de todos los países” porque ofrece con “extraordinaria viveza acontecimientos de gran importancia para comprender lo que es la revolución proletaria, lo que es la dictadura del proletariado”.

Nació en Portland, Estados Unidos, el 22 de octubre de 1887, dentro de una familia que hizo todo lo posible para que sus hijos cursaran estudios en la Universidad de Harvard. Mientras recibía instrucción en esta universidad participó en clubes de literatura y en la creación de un club socialista, aunque el biógrafo Robert A. Rosenstone sostiene que Reed solo asistió esporádicamente a sus funciones.

Escritor en ciernes

Escribió profusamente para el Harvard Monthly y Lampoon, en los que con recurrencia criticaba indirectamente la institución harvariana, sin descuidar las colaboraciones con otras publicaciones como Pacific Monthly, Illustrated y el Harvard Advocate. Sus poemas y comedias eran bien recibidos. El último año en la universidad escribió una comedia para la iniciación para el Club Cosmopolita –al que pertenecía– en donde los trabajadores de la Torre de Babel organizaban un sindicato y se declaraban en huelga. También escribió otra para Lampoon. Humor no le faltaba.

Como era costumbre de un egresado de Harvard, en 1910 viajó a Europa, aunque en su caso fue sin comodidades: se trasladó a Inglaterra en un carguero con 648 novillos a bordo. Lo acompañaba Waldo Pierce, a quien logró convencer de hacer esa travesía, y después de haber recibido una sopa con gusanos, este dejó sus pertenencias en el camarote de Reed, se lanzó por la borda y nadó 15 kilómetros hasta la costa. La ausencia de Pierce fue considerada como un asesinato y acusaron a Reed del crimen, que compareció ante la justicia inglesa al desembarcar.

Una vez absuelto del cargo de asesinato con la repentina aparición de Pierce en la audiencia, mantuvo su estadía en ese país, que recorrió buena parte a pie, y luego partió a París y Madrid. Sus profesores esperaban que de este viaje surgieran crónicas de un viajero, pero el periplo solo sirvió para el gozo. Una vez que regresa a Estados Unidos se estabiliza en Manhattan y comienza a colaborar con poesía y cuentos para publicaciones nacionales. Poesía era lo que más escribía y publicaba, de la que siempre recibía elogios, hasta llegar a ser solicitado para colaborar en aquellas revistas que buscaban no ser comerciales.

En Poetry plasmó un cambio de la visión que tenía sobre el arte, que sólo estaba dirigida para las élites: “Nuestro enemigo es la patética clase media, sensiblemente religiosa. Un líder obrero (…) me leyó la ‘Canción del hombre’ de Neihardt, con tanta naturalidad y belleza como jamás he oído leer una poesía (…) El arte, pienso, debe dejar de existir para el disfrute estético de unas cuantas mentes sensibles en alto grado. Debe volver a las fuentes originales”.

La bohemia y el compromiso

Perteneció a la “bohemia roja neoyorkina” cuando se estableció en Greenwich Village, en donde en cada reunión se discutía sobre arte, política y filosofía, lo que fue una manera de formarse como escritor y se acercó a la organización Trabajadores Industriales del Mundo (IWW), mientras se percataba de las injusticias sociales y económicas ante la realidad avasallante de la superexplotación de las obreras y los obreros.

Trabajaba para American Magazine por un mísero salario que alternaba como editor de The Masses, con el que se colocó en el centro de la discusión política, como lo expresa el manifiesto de la revista: “El propósito de The Masses es social: atacar viejos sistemas, viejas morales, viejos prejuicios (…) e instaurar muchos nuevos a cambio. (…) En vez de atarnos a cualquier credo o teoría de reforma social, daremos expresión a todos, siempre y cuando sean radicales. (…) Los poemas, relatos y dibujos que la prensa capitalista rechaza por su excelencia, hallarán la bienvenida en esta revista”.

En las páginas de The Masses se discutía sobre marxismo, anarquismo, sindicalismo, cubismo, feminismo, jazz y la nueva poesía, que reunió en sus páginas a los estadounidenses Amy Lowell, Carl Sanburg, Sherwood Anderson, Susan Glaspel, William Carlos William, Stuart Davis, Harry Kemp, Randolph Bourne, Arthur B. Davies, Robert Minor, Upton Sinclair y James Oppenheim, con colaboraciones de Bertrand Russell, Máximo Gorki, Romain Rolland y Pablo Picasso.

Con la aparición de los 500 ejemplares de su poema Un día de bohemia, que Jack –como le decían sus familiares y amigos– personalmente los vendió a un dólar, la obra fue considerada por Julian Street como “una pequeña joya” que auguraba que en el futuro estos ejemplares se vendieran por mil dólares cada uno. Y lo empezaron a catalogar como “Muchacho de Oro” de Village, cuando 25 mil trabajadores de la seda comienzan una huelga en Paterson.

Violencia de los ricos

“Las ideas por sí solas no significan nada para mí. Yo tenía que ver”. Y fue hasta donde estaban los obreros en huelga; la prensa ocultaba la reivindicación por un mejor salario y las ocho horas de jornada laboral. Apenas llegó a Paterson fue detenido y lo sentenciaron a 20 días de cárcel. Allí permaneció cuatro días de encierro junto con dirigentes de la IWW, entre ellos William D. “Big Bill” Haywood.

De regreso a la redacción de The Masses escribió: “Hay una guerra en Paterson, Nueva Yersey. Pero es un curioso tipo de guerra. Toda la violencia es obra de un bando: los dueños de las fábricas. Su servidumbre, la policía, golpea a hombres y mujeres que no ofrecen resistencia (…). Sus mercenarios a sueldo, los detectives armados, tirotean y matan a personas inocentes. Sus periódicos, el Paterson Press y el Paterson Call, incitan al crimen publicando incendiarios llamados a la violencia masiva contra los líderes de la huelga. Su herramienta, el juez penal Carroll, impone pesadas sentencias a los pacíficos obreros capturados por la red policíaca. Controlan de modo absoluto la policía, la prensa, los juzgados”.

Del periodismo pasó al activismo político y, sin dejar de lado el arte, monta una obra teatral en el Madison Square Garden para obtener fondos en apoyo a los huelguistas de Paterson. Aunque financieramente fue un fracaso, estuvo amenazada de ser clausurada por el aguacil Julius Harburges “si alguno le falta(ba) al respeto a la bandera”.

Juanito, “El Míster”, “Chatito”

México insurgente fue su primera obra periodística, paradójicamente escrita en primera persona. Los reportajes que enviaba como corresponsal de Metropolitan pedía que eliminaran sus “sentimentales pullitas editoriales” (opinión) a lo que tuvo como respuesta un telegrama de su editor: “Artículo sobre batalla recibido. Nada mejor podía haberse escrito.” También mandaba un relato diferente para The New York World y un cuento para The Masses, en cada ocasión.

El periodista Walter Lippmann escribió a Reed que sus artículos eran “sin duda los mejores reportajes que se hayan hecho (…). Si toda la historia se hubiera reportado como tú está cubriendo esto, ¡Dios mío! Yo digo que el reportaje comienza con Jack Reed. A propósito (…) los artículos son literatura”.

En México, a la edad de 26 años, dejó de llamarse John o Jack, para ser Juanito o “El Míster”, aunque Pancho Villa prefería decirle afectuosamente “Chatito”. Si en Estados Unidos era encarcelado por presenciar manifestaciones de huelguistas, en México lo primero que recibe es una sentencia de muerte.

“Mi intención era entrevistar al general Mercado; pero como un periódico había publicado algunas cosas ofensivas contra el general Salazar, este había prohibido que los periodistas entraran al pueblo. Por esto envié una petición respetuosa al general Mercado, pero el general Orozco la interceptó y me mandó la respuesta siguiente: Estimado y honorable señor: Si tiene el atrevimiento de poner un pie en Ojinaga lo voy a mandar a fusilar y con mi propia mano tendré el gusto de llenarle la espalda de agujeros”.

Pero ninguna amenaza evitó que entrevistara al general Salvador Mercado. Y después fue tras de Villa, aunque Paco Ignacio Taibo II prefiere creer que él vino “por los peones sublevados, la mítica imagen muy poco coherente, muy poco consistente”. Y contó lo que vivió, incluyendo las contradicciones de un pueblo que hacía la revolución. Era una guerra de pobres contra ricos. De pobres que soñaban ser ricos. “Muy pronto va a encontrar a Villa, el gran rebelde social. Y hay que ir más a fondo para descubrirlo. Es la gran virtud de Reed, que es el primero que sabe tocar las cuerdas para entender a Pancho Villa”.

Revolución proletaria

La obra México insurgente inmediatamente dio reconocimiento a Reed que se mantenía dando conferencias cuando el 20 de abril de 1914 sucede una matanza de mineros del carbón de una compañía de John D. Rockefeller. Reed se desplaza como corresponsal de The Masses hasta Ludlow, Colorado, donde participaban buena parte de los huelguistas.

En agosto se encontraba en el frente occidental de la “Gran Guerra” de Europa, de la que no pudo reseñar gran cosa puesto que esta guerra distaba mucho de una revolucionaria. Era la guerra del capital. Y en plena faena periodística, el ex presidente Theodore Roosevelt escribió al Gobierno francés: “Si yo fuera el mariscal Joffre y Reed cayera en mis manos, le armaría un consejo de guerra y lo haría fusilar”.

Regresa a Estados Unidos para luego retornar al oriente de Europa como corresponsal de guerra, de la que saldría en abril de 1916 su segundo libro periodístico: La guerra en Europa oriental. Allí relata cómo fue atraído por Rusia a pesar de haber estado detenido y a punto de ser fusilado si no fuera por la intervención de la Embajada Británica, gracias a que su compañero, el dibujante Boardman Robinson, era de nacionalidad canadiense.

Hace campaña en contra de la guerra y lo declara públicamente: “Esta no es mi guerra y no voy a apoyarla.” También The Masses asumió la postura antibelicista, lo que hizo que el Departamento de Correo rechazara la entrega del número de agosto de 1917 según la Ley de Espionaje.

Mientras Reed tenía esta cruzada contra la guerra se entera de que en Rusia está en desarrollo una revolución, aunque desconoce los detalles debido a la censura de la prensa. Logra con escaso recurso financiero trasladarse a ese país en donde los proletarios, campesinos y soldados estaban a punto de tomar el poder. Llega en septiembre, por cinco meses, y a su regreso escribió su obra capital, Diez días que estremecieron al mundo. A decir de Manuel Vázquez Montalban: “Si el inglés E. H. Carr ha sido el mejor historiador, a mucha distancia, de la Revolución Bolchevique, John Reed ha sido su mejor periodista”.

Primero tuvo que sortear la confiscación de todo el material que traía para la confección del libro y que le entregarían muchos meses más tarde. También estuvo bajo investigación, entre otros colaboradores de The Masses. Ante el Senado de Estados Unidos tuvo que responder a preguntas que no doblegaron su espíritu revolucionario.

–¿Propugna usted, Sr. Reed, una revolución similar a la rusa en Estados Unidos?

–Siempre he propugnado una revolución en Estados Unidos.

(…)

–¿Sabe usted, Sr. Reed, que el uso de la palabra “revolución, en el sentido ordinario, implica la idea de la fuerza, armas, conflicto?

–Bueno, de hecho y por desgracia, todos estos cambios sociales profundos han sido aunados a la fuerza. No hay un solo caso contrario.

Entre revolucionarios

Al ver que los obreros organizados y dirigidos por un partido revolucionario podían tomar el poder político y económico, funda el Partido Comunista Obrero Americano y regresa a Rusia para tener la aprobación del Comitern. Lenin aceptó siempre que se uniera con el Partido Comunista Americano, de reciente conformación, que también pedía la aprobación del Comité Internacional.

En 1917 vio a Lenin en el Congreso de los Soviets que llevaría a derrocar al Gobierno de Kerenski, pero en esta segunda oportunidad el líder de la revolución rusa leyó su libro Diez días que estremecieron al mundo y recomendó que se publicara en todas las lenguas, mientras Reed le hablaba sobre Pancho Villa y el movimiento obrero estadounidense.

Por su participación y discurso en el segundo congreso de la Tercera Internacional, conocida como la Internacional Comunista, fue nuevamente acusado de espionaje en Estados Unidos. Intentó regresar a su país, pero en Finlandia fue apresado. Una vez liberado regresa a Rusia, participa en el Congreso de Baku y, a su regreso, comenzó a padecer fiebres que luego se diagnosticaron como tifus.

Así como hay varios puntos en los que los biógrafos no se ponen de acuerdo sobre la vida de Reed, en la bibliografía consultada refiere que murió el 17 de octubre de 1920, mientras que diversas páginas digitales, especialmente las rusas, hacen énfasis en que su deceso fue 72 horas antes de cumplir los 33 años.

Su cuerpo fue llevado en hombros por obreros rusos, del hospital al Templo del Trabajo, en donde soldados del Ejército Rojo montaron guardia hasta el 23 de octubre –un día después de su cumpleaños–, para luego depositar sus restos al pie de la muralla roja del Kremlin. Merecía estar entre los revolucionarios.

*Raúl Cazal es escritor y periodista. Autor de los libros de cuentos “El bolero se baila pegadito” (1988), “Todo tiene su final” (1992) y de poesía “Algunas cuestiones sin importancia” (1994). Es coautor con Freddy Fernández del ensayo “A quién le importa la opinión de un ciego” (2006). “Gracias, medios de comunicación” (2016) es su más reciente libro / Artículo publicado en Visconversa