Trump, una maraña de contradicciones
Pablo Gandolfo/El Furgón – Todo gobierno mantiene en su interior contradicciones entre sus miembros, además de representantes sectoriales con intereses divergentes. Esa verdad obvia está multiplicada hasta la hipérbole en el nuevo gobierno estadounidense. Por un lado, por la personalidad del próximo presidente, impune para sostener dos líneas de intervención contradictorias sin inmutarse.
Su personalidad sería un problema menor –las fuerzas sociales moldean las personalidades que necesitan para expresarse- si el establishment estadounidense estuviera unificado. Ocurre lo contrario y la elección fue un síntoma. Las crisis provocan estampidas, divergencias y reacciones menos predecibles entre quienes ostentan lugares de poder que ven amenazados.
En el plano de las fuerzas sociales y de aparatos poderosísimos, como son las principales agencias del estado norteamericano y sus multinacionales, las opiniones adversas no son las de un debate que se resuelve en el plano de la palabra. Son fuerzas materiales que necesariamente van a colisionar. Donde más claramente se está expresando es en las líneas de acción divergentes al interior del propio establishment.
En 2014, señalamos que las urgencias debidas a su declive provocan divergencias en su elite, que tienen como consecuencia la inconsistencia en las principales líneas de acción geoestratégicas implementadas por Estados Unidos en su triple relación con Rusia, China, y la Unión Europea (goo.gl/RW3fiu).
Esas contradicciones vuelven a expresarse en primerísimo primer plano respecto a la relación que Trump trata de establecer con Moscú. Desde su triunfo se pueden anotar al menos cinco medidas relevantes -y más de orden secundario- tomadas por Obama y destinadas a boicotear líneas de acción de primer orden, que previsiblemente querría desarrollar Trump.
Respecto a Rusia, Obama trató de tensionar al máximo la relación para dificultar la distensión que Trump propone. Una vez asumido, es previsible que el “Deep State” buscará detonar, para evitar esa política, eventos más radicales que no puedan ser ignorados por Trump. Ucrania aparece como el escenario predilecto para ese fin.
El mundo, con Estados Unidos como actor principal -y primer perjudicado- atraviesa una larga transición geopolítica, desde la caída del ordenamiento bipolar -con un primer y falso momento unipolar- hacia un nuevo ordenamiento que no ha llegado ni llegará sin grandes convulsiones. En ese orden futuro, Estados Unidos no será la potencia hegemónica de medio mundo, ni mucho menos de un mundo entero.
Cómo responder a esa realidad es el dilema que parte aguas en el poder económico y político de la potencia en declive. Los que se denominan halcones se niegan a aceptar el declive y no descartan ningún instrumento para evitarlo. Otros, conocidos como “declinacionistas”, descartan la posibilidad de evitarlo y sostienen que lo menos dañino es administrar el declive lo más lentamente posible. Entre esos dos extremos, todos los matices posibles y todas las variaciones tácticas respecto a cada país y a cada situación. Un ejemplo es ¿qué hacer con Irán?; acaso ¿un ataque nuclear a Teherán, agredirlo con fuerzas regulares convencionales, con fuerzas irregulares o firmar un acuerdo?
Dilemas similares se repiten para infinidad de temas y escenarios. Sus síntomas podemos encontrarlos a diario en la prensa estadounidense y actualmente con una virulencia inusitada. Mejor elaborados, los encontramos también en los think tank y las publicaciones especializadas donde los “policy makers” desarrollan sus trabajos.
Utilizar el aparato militar para lograr un nuevo siglo americano fue la línea implementada por los “halcones” durante el gobierno de Bush. Fracasada y enterrada en las arenas del desierto iraquí, esa idea acabó acelerando el debilitamiento de Estados Unidos.
Durante el gobierno de Obama, la nueva estrategia -explicitada en un célebre artículo publicado por la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton-, fue el “liderazgo en la retaguardia”, o tirar la piedra y esconder la mano. Esa noción tuvo un complemento no explicitado por la administración, la “estrategia del caos” o destruir lo que no se puede controlar. Ella misma, es un síntoma de debilidad: antes, Washington usaba sus peones para controlar territorios; luego, para evitar que otros los controlen.
Como concreción de esa estrategia, Estados Unidos impulsó desde un segundo plano la destrucción de Libia y de Siria. Contra Trípoli, encomendó la vanguardia a Francia, Gran Bretaña (creando al mismo tiempo una tensión que le era funcional al interior de la Unión Europea) y a una fracción de Al Qaeda a la que entregó la seguridad de Trípoli, germen de lo que luego sería ISIS. Contra Damasco tercerizó sus objetivos en el Ejército Sirio Libre -los moderados según su denominación-, Al Qaeda e ISIS, financiados por Qatar, Arabia Saudita y Turquía, con apoyo de Francia y Gran Bretaña.
Esta segunda estrategia logró sofrenar el aceleramiento del declive en el plano internacional heredado de la administración Bush, pero estuvo lejos de revertirlo. Por el contrario, Rusia realizó movimientos precisos en escenarios claves -Ucrania, Siria, acuerdo estratégico con China- y se posicionó como articulador geopolítico del bloque antihegémonico -cuyo motor económico es China- y como principal contraparte militar de Estados Unidos.
La política implementada por el Departamento de Estado principalmente en Ucrania, impulsó a Rusia y China a cuidarse las espaldas. Más que una metáfora, una realidad geográfica: Rusia de cara a Europa, China mirando al Pacífico; cimentando el lazo entre ambos, enormes acuerdos energéticos, financieros y militares.
Otra línea principal de intervención geopolítica durante el gobierno de Obama fue el pivote en Asia- Pacífico, área geográfica en la que se encuentra su competidor estratégico. Esto suponía ocupar todas las dimensiones en esa región para contener su ascenso: acuerdos comerciales, presencia militar e influencia política.
Si aquello era llenar un espacio para evitar que su rival avance, en uno de los planos, el económico, Trump preanuncia un vaciamiento que dejará terreno libre a su competidor. China ya tomó la iniciativa para impulsar acuerdos de libre comercio que la tengan como actor principal en reemplazo del fenecido Tratado Transpacífico.
Otro giro de similar voltaje es el que Trump propone respecto a Rusia. Con el enemigo declarado de la administración saliente, busca un acercamiento que crispa los nervios del establishment de política exterior. Un columnista estrella del New York Times, Nicholas Kristoff, tituló su nota central de la semana calificando a Trump como empleado del mes del Kremlin. “Trump elogia a Putin, critica a la OTAN y resta importancia a los crímenes de guerra rusos y a su intento de robar la elección. En contraste, Trump compara la comunidad de inteligencia estadounidense a los Nazis (…) Es asombroso ver a un presidente electo abrazando a los rusos mientras que (…) crea un abismo entre la Casa Blanca y la comunidad de inteligencia”. “’Es extraordinariamente grave’, dijo Jeffrey H. Smith, un ex abogado general a la CIA. ‘No he visto nunca nada parecido’” (goo.gl/cAHin5).
Estos dos movimientos marcan un giro de 180 grados respecto a la política actual. Donde Obama concentraba su enemigo en Rusia y mantenía los modales y las apariencias con China, Trump propone un acercamiento a Rusia e iniciar una escalada que promete una guerra comercial con Beijing. Así, se interrumpen políticas sin haber cosechado sus frutos, si es que los hubiera habido. Lo mismo vale para Irán, ISIS, Israel y tantos otros temas.
Si la incertidumbre marca el tono del momento, el decano demócrata de la política exterior estadounidense, Zbigniew Brzezinski, invocó en su twitter a que Trump brinde certezas: “Después de entrar la Casa Blanca, Trump debe dar un discurso de política exterior que aclare los principios y objetivos de la administración” (goo.gl/Xgx9vM). Anticipándose a futuras tormentas, su homólogo republicano Henry Kissinger, tras entrevistarse con el presidente electo, viajó a China y visitó personalmente a Xi Jinping (goo.gl/8wbfFs).
En nuestro diagnóstico, en la presidencia de Trump -sea por decisiones, por incapacidad de acción, o por acciones contradictorias- Estados Unidos dejará múltiples vacíos. Como la política rechaza al vacío con paralela fuerza a la de los griegos, esos espacios serán ocupados por otros actores. Lejos del “Make América Great Aginst” y tal como lo hizo con George W. Bush, lo previsible es que Estados Unidos experimentará un brutal retroceso en los lugares que ocupa en la arena internacional. ¿Será esa proyección la que crispa los nervios en Washington?