Chávez en el viento
José Roberto Duque*/El Furgón – La historia del país se fracturó el 4 de febrero de 1992, pero esa fractura tuvo sus antecedentes y fogones en cierta historia personal: aquel Chávez del “por ahora” venía de un proceso de formación cuyo hito fundamental tuvo lugar en Elorza, estado Apure
En 1985 andaba el oficial superior (recién ascendido a mayor; tenientes y capitanes: oficiales subalternos) metido hasta las cejas en una lenta pero sostenida conspiración, con momento fundacional incluido al lado del carapacho que quedaba del Samán de Güere (1982). Junto con otros cabezacalientes que juraron refundar la República declararon que su rebelión tenía tres raíces: un poco de Bolívar, unos toques de Zamora y un buen aderezo de Simón Rodríguez. Por supuesto que sus superiores los descubrieron y procedieron a dispersarlos, a desperdigarlos por todo el país para acabar con esa mala junta. A Chávez lo “condenaron” a “vegetar” en una frontera remota.
En los cuarteles, lo mismo que en la Academia y en cualquier estructura jerárquica burguesa o medieval, persiste ese prejuicio social según el cual si a usted lo mandan a un pueblito alejado de la urbe, y por lo tanto de la influencia de los intelectuales y estrategas, entonces usted se aísla, se deprime, “se va secando” ante la lejanía del nutriente de la conversa ilustrada, y al cabo de poco rato tendrá de usted un sujeto ocioso, borracho o simplemente neutralizado en sus afanes libertarios. Eso tal vez funcione con individuos que solo se activan en la conversa “deliciosa” de los cafés y el alma máter, pero no en esos muchachos que provienen del pueblo y cuyo pellejo les arde por regresar al pueblo.
Al proscribirlo en un villorrio como Elorza, lo que hizo la estructura cuartorrepublicana, fiel al atavismo civilizatorio que empuja al tirano conservador a vigilar y castigar, fue poner a la disposición de Hugo Chávez la cuarta raíz de su formación, la decisiva: el contacto profundo con el pueblo de Venezuela. Lo mandaron para allá a ver si lo hacían perder el tiempo en esas inmensidades aparentemente vacías, donde (según el prejuicio citadino) gobiernan la parranda, el obrero iletrado y la sabana huérfana de gente instruida y preclara, y a los pocos meses ya el hombre se había entremezclado con los de su clase, su misma espiritualidad llanera y condición humana. ¿Se echó palos, se entregó a la pesca, parrandeó Chávez en el llano adentro? De bolas que por supuesto. ¿Eso se llama perder el tiempo? Tú me dirás. En enero de 1986 el pueblo lo nombró presidente del comité organizador del evento cultural más importante de la región: se entregó entonces a los preparativos de la Fiesta de Elorza, celebración fundamental de la cultura llanera.
En esas sabanas de El Viento (que así se llaman esos territorios que juegan con el río Arauca) culebrean todavía miles de testimonios de la gente que lo conoció. Para esas fiestas Chávez se propuso dotarlas de una grandeza que se había venido a menos, entre otras cosas porque había ido degenerando hacia uno de esos festivales donde solo se presenta el famoso del momento, el sifrino de la televisión que iba a convertir la llanura en cualquier Sábado Sensacional, donde pululan los géneros musicales frivolizados por el show business. Chávez tenía otros planes; estaba loco por llevar lo mejor de la música llanera, como tenía que ser, pero se presentó un problemita.
Ya habían logrado palabrear a Reyna Lucero para que fuera la figura cumbre de las fiestas, pero la mujer andaba por San Juan de los Morros e iba a ser un poco difícil que llegara a tiempo para el concierto central. Al conspirador barinés se le ocurrió entonces aplicar un método conforme a lo que mejor sabía hacer en la vida en ese momento, que era conspirar. El gobernador del estado tenía una avioneta a su disposición, pero ponerse a solicitar los servicios de esa aeronave iba a ser lento, engorroso y seguramente imposible. Así que Chávez cuadró con algunos de sus amigos importantes para que emborracharan y entretuvieran al gobernador unas horas, mientras él conversaba con el piloto del avión y lo convencía de que le hiciera esa carrerita: ir a buscar a la gran Reyna al Guárico y traérsela con su conjunto para que se presentara, y la mujer se presentó ante el asombro y el gozo general.
En esas lides y en esas explanadas tuvo ocasión de pulir, de esa y otras maneras, su capacidad para la política y la negociación. Años más tarde, puesto en el trance de expropiar tierras del latifundio para ponerlas al servicio de la Revolución, no fue necesario entrar a sangre y fuego ni masacrando enemigos a aquellos fundos cuyos dueños tenían fama de sanguinarios. El soldado había tenido tiempo de juntarse con el pueblo y también con su expoliador dueño de hatos y de vidas. Así lo reseñó en el Aló, Presidente del 19 de marzo de 2006, allá mismo en Elorza, 20 años después de haber organizado aquellas fiestas: “Es parte de esa batalla, gobernador, alcalde, y yo le digo a los productores, especialmente de aquí de esta tierra, yo conozco a la mayoría de los latifundistas, ¿no los voy a conocer, o a sus hijos?, si yo aquí pasé tres años de mi vida y era jefe de la guarnición de acá, y recorría todas estas sabanas a veces a caballo, a veces a pie, a veces en helicóptero, a veces en una avionetica, a veces en vehículo a motor, en pinzgauer, en lancha, en el invierno que no había otra manera, así que yo los conozco. Yo les hago un llamado, algunos fueron buenos amigos. ¿Saben a quién yo aprendí a apreciar mucho? Apreciar y a quererla y hace poco supe de ella, está en Caracas, tengo ganas de llamarla por teléfono para saludarla, a doña Delfina Fuentes, doña Delfina tendrá ya casi unos 90 años, su familia está aquí, aquí viven algunos de ellos, otros en Caracas, yo los respeto a todos. Con algunos de sus hijos yo discutí en alguna ocasión, allí en La Yagüita, yo les preguntaba: ‘¿Qué hacen ustedes con tanta tierra?’. Y la mayoría de los campesinos no tienen una hectárea y la mayor parte de esas tierras están ociosas. Entonces yo les hago un llamado a todos, a todos los que aquí se dicen propietarios de tierras, pero no son, porque no tienen títulos de propiedad, esas tierras son nacionales, solo que hace 100 años o más o menos llegó alguien aquí apoyado por las fuerzas militares de entonces, en tiempo de Gómez, en esos tiempos apoyado por los jueces de entonces hicieron unos documentos y los registraron, pero eso no tiene validez, es como que usted consiga un carro en una esquina y lo remolque y se lleve y haga un documento falso y esto es mío yo me lo conseguí, no eso no es suyo y menos… y ese concepto es mucho más aplicable cuando se trata de la tierra, la tierra es la madre, allí es donde están todos los recursos para levantar un país, para la vida en común de un pueblo, ahí están los minerales, ahí están, bueno, los nutrientes para producir alimento, ahí están las aguas, es ahí donde se pueden construir viviendas, sobre ella, sobre la tierra es que se concreta la vida. Entonces no estamos hablando de un carro o de una avioneta o de una mesa, se trata de la madre tierra”.
En las sabanas de El Viento anduvo Chávez durante tres años, justo hasta el momento en que estalló el mayor crimen político de la historia, la masacre de un pueblo en 1989. En ese momento se aceleraron los planes del Chávez conspirador y de su grupo, y por lo tanto se aceleró el proceso emancipatorio en que nos vimos envueltos desde entonces. Chávez en El Viento fue la tesis de grado; Chávez en Caracas fue la carrera; Chávez en la Historia es nuestra escuela; a ver si un día de estos aprendemos algo de lo que nos quiso decir en dos décadas de bullicio.
*José Roberto Duque es periodista y escritor venezolano, autor de varios libros. En la actualidad, se encuentra por publicar su noveno libro, que se llamará “Comunes y extraordinarios”, una compilación de 25 años de periodismo. Para publicarlo, Duque lanzó una campaña vía crowdfunding, que se puede consultar aquí / Artículo publicado en el suplemento Épale, del diario Ciudad Caracas.