Manfred Schönfeld: El periodista que no quiso ser parte del poder
En su biografía, Timerman: El periodista que quiso ser parte del poder (1923-1999), Graciela Mochkofsky sostiene que parte de la brillantez y la tragedia de la vida profesional de Jacobo Timerman se centró en su fascinación por estar cerca del poder. A principios de los años setenta, Timerman se dedicó al intercambio amistoso y confidencial de información con la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires; en los prolegómenos y las secuelas del golpe de Estado de 1976, con los líderes militares argentinos; y a principios de los ochenta, como defensor de los derechos humanos, con miembros del Congreso de Estados Unidos. Al igual que Ícaro en la mitología griega, cuyo orgullo le llevó a volar demasiado cerca del sol con consecuencias desastrosas, cuando Timerman regresó a Buenos Aires en la década de 1980 tras un largo exilio durante el cual se distanció de muchos, se desvaneció en la oscuridad profesional, desconfiado en parte por su década de alternancia de lealtades políticas y su deseo de estar cerca de quienes detentaban el poder.
Al igual que Timerman, el distinguido periodista Manfred Schönfeld también cayó en una relativa oscuridad en la década de 1980, tras una larga carrera escribiendo para La Prensa de Buenos Aires, y también fue criticado por estar demasiado lejos de una Argentina en plena democratización. Al igual que Timerman, la identidad judía de Schönfeld desempeñó un papel clave en su política. Ambos habían emigrado a Argentina de niños a causa del antisemitismo, en Ucrania y Alemania respectivamente. Ambos comprendieron la importancia a largo plazo del liberalismo del siglo XIX y principios del XX en Europa como vía hacia la plena ciudadanía para los judíos. Pero a diferencia de Timerman, Schönfeld nunca se apartó de su formación política liberal. Refutó el compromiso anterior a 1945 de muchos liberales con gobiernos de las élites. Pero su disposición a criticar a gobiernos de todo signo político, a veces con gran riesgo personal, reflejaba una sensibilidad como la de los periodistas de La Prensa de finales de los años veinte y principios de los treinta, que no veían contradicción alguna en las duras críticas tanto a la presidencia de Hipólito Yrigoyen como a los gobiernos militares de los años treinta. Al igual que Timerman hasta que fue detenido por los militares en 1977, el liberalismo de Schönfeld permitía los golpes cívico-militares como soluciones a corto plazo a lo que tanto él como Timerman veían como demagogias de la izquierda política o políticas populistas. Schönfeld aborrecía el peronismo, al que comparaba con el fascismo europeo. Y a pesar de todos sus defectos, valoraba los modelos democráticos liberales del siglo XIX como camino hacia los derechos civiles de todos los ciudadanos. Despreciaba la corrupción gubernamental en cualquiera de sus formas.
Mientras Timerman ansiaba la proximidad al poder, Schönfeld entendía su papel de periodista como distante del poder político en cualquiera de sus formas y a cualquier precio. Por ello, Schönfeld fue malinterpretado por muchos argentinos, a quienes les costaba entender por qué un periodista podía a veces apoyar el régimen militar y otras oponerse a él. Aunque defendió el golpe de Estado de 1976 como un paso necesario para restaurar la democracia liberal en Argentina, cuando los militares se desviaron de lo que Schönfeld consideraba ese objetivo se volvió crítico con las fuerzas armadas.
El 27 de octubre de 1980, en el programa de televisión Videoshow, el periodista Enrique Llamas de Madariaga hizo una serie de preguntas a un invitado judío, entre ellas, ¿por qué a la gente no le gustan los judíos? Al igual que otros argentinos, Schönfeld se manifestó en las páginas de La Prensa contra los comentarios antisemitas de Llamas de Madariaga. Pero a diferencia de otros, a Schönfeld le preocupaba lo que el episodio decía del compromiso de los militares con lo que él consideraba los declarados ideales liberales del gobierno. Criticó a un gobierno comprometido con la censura que se negaba a denunciar los discursos discriminatorios y de poca monta. Para Schönfeld, el declive económico de Argentina podría estar relacionado con la debilidad de la política gubernamental en éste y otros muchos asuntos. Los militares, razonaba, se habían vuelto demasiado reacios a desafiar a los partidarios moralmente débiles y extremistas del régimen. Schönfeld apoyó la guerra del régimen contra la izquierda revolucionaria, pero en 1981, cuando se volvió cada vez más crítico con la corrupción gubernamental en las páginas de La Prensa, el gobierno dejó de anunciarse en el periódico. Poco después, Schönfeld cayó en una emboscada a la puerta de su apartamento y recibió tal paliza de un agresor no identificado que perdió cuatro dientes.
En febrero de 1982, Schönfeld escribió una columna en La Prensa en la que denunciaba la corrupción del Poder Ejecutivo Nacional. Un sospechoso detenido bajo el PEN en el Departamento Central de Policía a disposición de la jueza Laura Damianovich de Cerredo y a cargo del juzgado de Instrucción No. 12 había sido torturado. Schönfeld informó que Damianovich había estado presente cuando el detenido había sido golpeado durante su detención policial. Finalmente, más de un año después del informe de Schönfeld, Damianovich fue destituida por mal desempeño de sus funciones e inhabilitación para ocupar otro cargo oficial. Schönfeld también había criticado a Damianovich por haber recibido la indagatoria a un detenido en una comisaría, no en su juzgado, y por no haber aceptado denuncias por tortura de otros presos.
¿Era ingenuo Schönfeld?
Antes de 1980, Timerman había informado sobre el antisemitismo entre los militares argentinos y otros habían denunciado torturas en centros clandestinos de detención. Pero para Schönfeld, eran las circunstancias precisas de cada una de sus críticas lo que importaba a un periodista que se había desilusionado por los fracasos del gobierno militar a la hora de cumplir su promesa de volver a una democracia fuerte. Cuando cuestionó el silencio del gobierno sobre los pronunciamientos antisemitas en televisión, vio una poderosa amenaza a las tradiciones democráticas liberales de Argentina que los militares habían prometido restaurar. No fue casualidad que Schönfeld no se opusiera a la tortura en los centros de detención clandestinos, sino a la corrupción y violencia del PEN, que consideraba un componente fundamental del retorno a la democracia liberal. Cuando los militares prometieron defender el PEN y restaurar los valores morales, Schönfeld creyó en ese mensaje.
Schönfeld fue muy perspicaz durante la Guerra de las Malvinas. Fue de los primeros en Argentina en reconocer que no habría esperanza para Argentina en la ayuda estadounidense o en la confianza en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca para un apoyo militar en el hemisferio. Argentina iba a tener que enfrentar la amenaza británica sola. Además, en abril de 1982, vio la inminente crisis de la fuerza de invasión británica a través de la lente de un siglo de democracia liberal. Schönfeld estaba disgustado por el silencio de la comunidad internacional ante la invasión inminente británica. Le recordó el periodo previo a la Primera Guerra Mundial y la “larga hilera de los entusiastas, de los escépticos, de los fanáticos, los corrosivos, los que ‘estaban de vuelta de todo’, los que se desgañitaban y los que se envolvían en glacial e impenetrable silencio” frente a la violencia que venía. Schönfeld sobrestimó el apoyo popular argentino que el gobierno recibiría para la guerra y criticó severamente, al final, los errores de cálculo estratégicos del gobierno militar.
El 2 de enero de 1983, seis meses después de la derrota de Argentina en la guerra de las Malvinas, la única mención a la guerra en los cinco diarios más importantes de Argentina fue una columna de Schönfeld en La Prensa. Schönfeld lamentaba que la nación hubiera olvidado lo que él llamaba una gran causa nacional. Sin duda, el país estaba preocupado por una serie de problemas acuciantes que incluían la incertidumbre económica y la transición a la democracia. Pero para quienes habían seguido la obra de Schönfeld, fue un recordatorio del poder analítico único y contradictorio de sus escritos y su política. Schönfeld había sido uno de los principales exponentes de una declaración formal de guerra de Argentina contra el Reino Unido, y de una fuerte contraofensiva militar contra el enemigo. Pero cuatro años más tarde, Schönfeld pareció desviarse de su rumbo cuando organizó una reunión de ex combatientes de la Guerra con Leopoldo Galtieri en Campo de Mayo, donde Galtieri estaba detenido. Organizada como una reivindicación de la Guerra de las Malvinas, al final Galtieri no pudo participar en la concentración debido a su encarcelamiento. Para muchos, Schönfeld había terminado involucrado con la derecha política extrema. Pero en realidad, al igual que Timerman, el mundo político argentino le había pasado por encima.