El idealismo de pulcritud en la política
Por Ariel Duarte/El Furgón –
Allá por la campaña del 2015 nació en el seno del, por aquel entonces, periodismo opositor, un slogan que tuvo en este año electoral, un resurgir y eco en las redes sociales.Al igual que ahora la designación del lema con el kirchnerismo se entendió con fines netamente electorales. El “se robaron, pero hicieron” se originó para polarizar los aciertos de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, en detrimento de enaltecer sus errores y falencias. Los medios instalaron ese germen en el sentido común que hasta el pasado día domingo de elecciones no dejaba de tener sus réplicas. Tergiversar, absorber y confundir al votante.
Los detractores aprovecharon para desmembrar esta operación convertida en slogan, enfatizando en la “legitimidad del robo” que éste acarrea en su carácter intrínseco.Está el dogma espurio que le otorgan al slogan que da por sentado que la única manera de hacer cosas es mediante el “robo”, con lo que el robo queda “admitido” socialmente, aunque este penado jurídicamente
Es difícil no evidenciar ese entramado clasista que vislumbra en las políticas tomadas por este gobierno. Medidas favorecedoras de una minoría, en deterioro de la mayoría popular.
Otros argumentos son de lo más liberales: “son personas incapaces de producir nada, que habiendo intentado producir, fracasaron y en lugar de superarse y probar de nuevo, quieren castigar al otro de quien suponen ha sido el autor de sus fracasos en lugar de culpar a sus propias inhabilidades o incapacidades elaborativas”, rebate un usuario en Twitter, enalteciendo la individualidad. Otros lo asocian como el síndrome del “socialismo y el estado benefactor”.
Una lectura interesante de salvar que subyace como metamensaje en el slogan, es el de la búsqueda de cierta pulcritud, un rasgo de solemnidad, de esencia inmaculada, una suerte de canonización. Pero, ¿puede darse algo así? ¿Existió a lo largo de la historia tal escalafón absoluto?, ¿puede haber siquiera un atisbo de falla?
En Argentina estamos atravesados por una concepción de política como sinónimo de pulcritud.
Se dice que Aristoteles al finalizar su clase y explicar todo lo que el entendía sobre la amistad a sus alumnos -a los que consideraba también amigos-, expone ese famoso aforismo que le valió parte de su distinción en la historia: “Amigos míos, la amistad no existe”. Esa paradoja viene a poner un poco en palabras que hay un paradigma de amistad que hay que perseguir aunque sepamos que terrenalmente es inalcanzable, inconcebible. Lo cierto es que una cosa es que sea inconseguible y otra muy diferente es que uno abandone ese ideal. Después del máximo exigir, arremete la desilusión. Pasa esto siempre que se coloca demasiada expectativa. Pasa con el fútbol, en las relaciones y desde luego, en la política. Colocar las cosas en ese lugar sobredimensionado que después choca fuerte con la desilusión y la frustración. Lejos de caer en el lugar conservador de “para no frustrarme no pongo mucho”, el ejercicio debería ser el cuidado de exagerar y traspasar los límites de lo intangible. No idealizar a sabiendas con total conocimiento y deliberación que la vida empieza y termina, las cosas son imperfectas y que nada es cien por ciento cerrado. Dogmatizar en las certezas y en lo absoluto es llanamente inviable e imposible. La comodidad y el conformismo tampoco avizoran como vías de escape. Lejos de los extremos, ponderar la armonía, la simetría y el equilibrio emerge como el terreno más firme donde pisar.
Ya comenzó la transición de un nuevo gobierno que pidió “paciencia” y “ayuda de todos”. Hoy la paciencia no es homogénea en el termómetro del pueblo. No es lo mismo la paciencia que puede tener el que quiere cambiar el auto o el que quiere comer una vez por semana afuera, que la paciencia que se le puede pedir a alguien que no tiene un plato de comida sobre la mesa
En Argentina estamos atravesados por una concepción de política como sinónimo de pulcritud. Los gobiernos llamados “populares” fueron históricamente abrazados por la clase trabajadora, por los “cabecitas negras” a pesar de sus contradicciones, o mejor dicho, sus contradicciones y errores intensificaron ese amor. Ningún líder fue pulcro, la pulcritud la exhiben los mitos de los santos religiosos, los santos plebeyos son –por suerte– sucios, feos e imperfectos.
El domingo, el peronismo recibió una cuota de confianza, esperanza y fe. Casi la mitad del país decidió que el Frente de Todos fuera electo. Concentración versus distribución es lo que se votó. El fracaso de Macri es eso. Eso es lo que en el fondo siempre molesta y molestó a los sectores más beneficiados. Repartir.Un presidente que se presenta en reelección y pierde por primera vez en la historia. Es difícil no evidenciar ese entramado clasista que vislumbra en las políticas tomadas por este gobierno. Medidas favorecedoras de una minoría, en deterioro de la mayoría popular.
“Gracias que me voy a dormir tranquila, porque mañana no va a estar Macri”, esgrime una abuela en medio de la ola de gente aglutinada que se concentró en Chacarita para festejar el triunfo. Ya comenzó la transición de un nuevo gobierno que pidió “paciencia” y “ayuda de todos”. Hoy la paciencia no es homogénea en el termómetro del pueblo. No es lo mismo la paciencia que puede tener el que quiere cambiar el auto o el que quiere comer una vez por semana afuera, que la paciencia que se le puede pedir a alguien que no tiene un plato de comida sobre la mesa. Hay que desarrollar la industria y fomentar la inversión, por supuesto. Pero hay que organizar prioridades. Alimento y energía a la cabeza. No son los mismos niveles de paciencia, pero plantarle un parate definitivo al experimento neoliberal no es un éxito menor. Erige la conquista de la cordura después de años de desorden costumbrista.
Portada: Foto de @mauriciomacri en Twitter