La invención de la Sra. Morel
Por Eric Calcagno y Maillmann*/El Furgón –
Cecilia Morel es la esposa de Sebastián Piñera, el Presidente de Chile. Cuando empezaron las protestas populares, la Primera Dama las caracterizó como una “invasión extranjera, alienígena”. Quizás sin saberlo, evocaba la trama que estructura un clásico de la literatura fantástica: hablamos de “La invención de Morel” de Adolfo Bioy Casares, escrita en 1940. Spoilers ahead, por supuesto.
El narrador es “el fugitivo”, un venezolano buscado por la policía de su país. Llega a una isla desierta, hay un museo, una pileta, una capilla. Acantilados, pantanos, mosquitos. Cada tanto observa personas que van y vienen en la isla, indiferentes a la persona del “fugitivo”. Llevan una vida de snobs. Bailan –“té para dos”– y juegan tenis. Leen libros, hablan francés. Hay servidumbre que los atiende.
De vez en cuando, ella va a ver los atardeceres. Una belleza de aspecto gitano, que a veces trae un libro. Ella es Faustine. Habla con Morel, con otras personas. “El fugitivo” se enamora de Faustine. Perdidamente. A veces hay dos soles, dos lunas.
No queda sino leer esta novela, que Borges calificó como perfecta. Allí veremos los ardides que “el fugitivo” despliega para atraer la atención de Faustine, sin éxito. Hasta podremos asistir a la revelación que Morel hace, una noche, a sus amigos. Han sido filmados de un modo tal que lo vivido por ellos, en esos días, en esa isla, se repetirá por siempre. Gracias a su descubrimiento sus imágenes son inmortales. Esa es “La invención de Morel”.
En el caso de Cecilia Morel, Primera Dama de Chile, existen inquietantes similitudes entre la novela escrita en 1940 y el Chile de 2019.
Cecilia Morel, horrorizada con la “invasión alienígena” en Chile
Admirado y alabado por todos los “especialistas” (pagos), los “economistas” (neoliberales), los “políticos” (del establishment) del mundo entero, el modelo chileno representaba “un oasis”en un continente turbio, Sudamérica, siempre propenso al populismo en diversas formas.
Tal vez la Señora Morel imaginaba que el llamado “modelo chileno” podía existir por siempre, en una eterna repetición donde el 2 por ciento más pudiente de Chile gane lo mismo que el 2 por ciento más rico de Alemania, mientras el 5 por ciento de abajo gana lo mismo que el 5 por ciento más pobre de Mongolia o Moldavia, según el economista Branko Milanovic (un tipo que recomiendan seguir en Twitter).
Entonces todo sería cuestión de seguir con lo mismo, en una sucesión de gobiernos liberales de derecha o liberales de izquierda, con la constitución de Pinochet, la Universidad pública cara y las jubilaciones privadas baratas. ¡Hasta el agua está privatizada!
Eso nos dice Cecilia Morel, cuando habla de “invasión extranjera”, al evocar los manifestantes. Entendamos bien: la Primera Dama percibe como “extranjero” al pueblo chileno, que está en su propio país, el único lugar del mundo donde no son… extranjeros
Es aquí donde empieza a jugar Faustine. En la ficción de Bioy Casares, ese nombre remite a Fausto, un erudito germano que acepta vender su alma al Diablo, representado por Mefistófeles, a cambio de juventud, placer, conocimientos, por veinticuatro años. Té para dos. Chile, por su parte, es entregado al diablo, así su clase alta puede, como en la isla de Morel, disfrutar sin límites, al infinito, atendidos por servidumbre.
“El fugitivo” queda cautivado por la belleza de Faustine, e intenta entrar en su mundo. Las clases pudientes chilenas siempre se ufanaron de ser únicos, insertados en la globalización financiera, disfrutando de la más desigual distribución del ingreso. Seducidos por ese mundo, despreciaron a su propio pueblo. Olvidaron que “el oasis” representa –en figura contraria– una misma forma de aislamiento que la isla.
Las mejores clases altas de otros países saben que hay que cambiar algo para que nada cambie, como dice Lampedusa en el Gatopardo. Así, la burguesía británica, en donde gusta mirarse parte de los ricos chilenos, siempre cedió a tiempo un poco para conservar lo mucho.
Eso nos dice Cecilia Morel, cuando habla de “invasión extranjera”, al evocar los manifestantes. Entendamos bien: la Primera Dama percibe como “extranjero” al pueblo chileno, que está en su propio país, el único lugar del mundo donde no son… extranjeros, acorde a las definiciones de extranjero que nos brinda la Real Academia. Tanto y tan bien caló el ideario neoliberal en los sectores dominantes que las diferencias de clase pasan a ser diferencias de nacionalidad. La Patria son mis rentas.
Pero incluso va más allá. “El fugitivo” de Bioy Casares dice “se me ocurrió (precariamente) que pudiera tratarse de seres de otra naturaleza, de otro planeta, con ojos, pero no para ver, con orejas, pero no para oír”, al hablar de los ricos turistas en la isla. Cecilia Morel define al pueblo de Chile como “alienígenas”, que en la segunda acepción de la Real academia significa “supuestamente venido desde el espacio exterior”. Es, a no dudarlo, una definición de otro planeta.
La deshumanización del adversario es una de las condiciones necesarias para su aniquilamiento. Así la represión: apremios ilegales, humillaciones a las compañeras, y muertos. Los muertos en el oasis envenenan el agua.
¿Quienes, acaso, tienen en Chile ojos para no ver y orejas, pero no para oír? El pueblo en las calles o la clase alta chilena? Las mejores clases altas de otros países saben que hay que cambiar algo para que nada cambie, como dice Lampedusa en el Gatopardo. Así, la burguesía británica, en donde gusta mirarse parte de los ricos chilenos, siempre cedió a tiempo un poco para conservar lo mucho. Lo hizo con la división internacional del trabajo y con la expansión colonial del siglo XIX.
No vieron, no escucharon. Pensaron que la invención de la Sra. Morel duraba para siempre. La eternidad, nada menos. Leer en francés.
Por cierto, “alienígena” también inspira otras interpretaciones. Puede venir de alienar, que es ser extranjero, pero a sí mismo, ignorar la propia naturaleza. Y Aristóteles nos dice que somos “animales políticos”. ¿Entonces, ignorar la política? Pero las clases altas nos relegan: no sólo somos extranjeros en nuestra tierra, la mayor de las pobrezas, sino que además quizás no somos ni siquiera humanos. La deshumanización del adversario es una de las condiciones necesarias para su aniquilamiento. Así la represión: apremios ilegales, humillaciones a las compañeras, y muertos. Los muertos en el oasis envenenan el agua.
¿Qué es lo más grave? ¿Racionar, disminuir… o compartir? En nuestro vecino país trasandino, querido Chile (queridísimo para mí), parece que no hay otra salida que una constituyente.
“Lo que viene es grave, muy grave”, dice la Sra. Morel. Tan grave, que sugiere “racionar las comidas, disminuir los privilegios, compartir con los demás”. Es gravísimo. Sería un apocalipsis zombie, de no ser que los momios son ellos. También, sostiene Morel, que el plan es “romper toda la cadena de abastecimientos”. Tal fantasía sólo tiene como realidad lo que esa clase dominante hizo contra Salvador Allende Gossens. Temen lo que hicieron. Shakespeare y Freud: teléfono para ambos.
En la ficción de Bioy, hay momentos donde “el fugitivo” ve dos soles y dos lunas. Está agotado, sin fuerzas, alucina. Como el modelo. Llega un punto donde no puede distinguir “las moscas verdaderas y las artificiales”, tal es la superposición de la invención de (la Sra.) Morel con la realidad.
¿Qué es lo más grave? ¿Racionar, disminuir… o compartir? En nuestro vecino país trasandino, querido Chile (queridísimo para mí), parece que no hay otra salida que una constituyente. Las Constituciones son eso, después de todo, ya que para que funcionen deben actuar las relaciones de fuerza existentes y contienen en sí mismas un proyecto de país. Constitución, después de todo, viene del latín cum statuire, que quiere decir establecer juntos. No con extranjeros, no con alienígenas, sino con todes los chilenos, hasta con los rotos. Sobre todo con el pueblo.
*Prosecretario Parlamentario del Senado de la Nación. Fue embajador en Francia, senador y diputado nacional.