Un poeta en Buenos Aires: Federico García Lorca y el duende
…Pero ¿qué voy a decir yo de la Poesía? ¿Qué voy a decir de las nubes, de ese cielo? Mirar, mirar, mirarlas, mirarle y nada más. Comprenderás que un poeta no puede decir nada de la Poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la Poesía.
Aquí está: mira. Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él sin literatura. Yo comprendo todas las poéticas; podría hablar de ellas si no cambiara de opinión cada cinco minutos. No sé. Puede que algún día me guste la poesía mala muchísimo, como me gusta hoy la música mala con locura. Quemaré el Partenón por la noche para empezar a levantarlo por la mañana y no terminarlo nunca.
En mis conferencias he hablado a veces de la Poesía, pero de lo único que no puedo hablar es de mi poesía. Y no porque sea un inconsciente de lo que hago. Al contrario, si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios – o del demonio-, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo, y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema.
(Poética. De viva voz a Gerardo Diego).
“Se necesita la ayuda del duende para dar en el clavo de la verdad artística”
Federico García Lorca
El poeta granadino recibe el halago del destino de no ser comprendido a la luz de una estética determinada. Sus textos, todos, proporcionan la pauta y el método para ser entendidos de manera peculiar y original[1]. Es cierto que en él se condensa todas las esperanzas, dudas y anhelos de su generación-la del 27-; aun así, no puede ser encuadrado con facilidad en ningún credo estético conocido.
Pero sí, en Federico García Lorca pueden encontrarse pronunciamientos claros y explícitos sobre cómo entender la obra de arte y el arte mismo. Muestra de la productividad al hecho artístico alcanzaron dos conferencias: “Importancia histórica y artística del primitivo canto andaluz llamado cante jondo “, de 1922; y “Juego y teoría del duende”, de 1933. Disertaciones complementarias, con las cuales recorrió parte del mundo, y limitan el período en que el autor se preguntó sobre el fenómeno artístico como espectador y receptor.
En las exposiciones la inquietud se centró en el problema del duende, cuyo ámbito es todo el arte andaluz y en particular el “cante jondo “; trata así de diferenciarlo de la canción folklórica española, muy popular por esos años.
El espíritu oculto de la dolorida España y vehículo prestigioso de lo hispánico, se harán presente, regido por la voz del genial poeta, con motivo de cumplirse un aniversario más de su nacimiento. Siempre es bueno recordarlo.
Federico García Lorca – Poema del cante jondo
La estancia del duende
En Andalucía es común oír hablar poéticamente. El mismo Lorca habría escuchado a un labrador decir estas palabras. “A los mimbres les gusta siempre estar en la lengua del río”; o a un niño: “La playa es el sitio donde descansa el mar” señalando la costa. El lenguaje poético se escucha por las calles. Y en Córdoba, donde nació Góngora, el lustre de la palabra posee, además, el lujo de los silencios. Es una de las razones por las que don Luis de Góngora es barroco en sus formas, difícil de entender y suscitador de opiniones encontradas. El poeta del 27 lo rescata nombrándolo padre de la lírica moderna, con ecos de Séneca, Lucano e Ibn Hazm.
En Buenos Aires, en octubre de 1933, y ante un auditorio colmado García Lorca comenzó su alocución diciendo: “Una cosa es ángel, otra es musa. Y otra, una especie de grano de sal condimentando, el duende”[2]. Goethe había dicho del duende: “Poder misterioso que todos sienten y que ninguno explica”. Federico iniciaba sus conferencias sin definirlo: “Tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfarás nunca, porque tú no tienes duende”; este “saber no sabiendo” lo refiere el poeta recordando a Manuel Torres, cantaor de Andalucía.
Con la cautela de un convencido, y al promediar la clase magistral, dirá que el duende no es un demonio, ni siquiera la voz interior; es el resultado de la lucha con lo misterioso de sí mismo, señalando, infaltables en sus reuniones, a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa. Al lado de ellos, pone a “La Niña de los Peines”, cantaora llena de copas de anís para resucitar al duende. Pastora Pavón, esta “Niña” con temor a despeinarse, sabe que su voz le saldrá con pureza de herida si el duende despierta.
El duende, concluirá, es en labios de un torero salmantino: “Amigo que yo me muero; / amigo, yo estoy mú malo/ Tres pañuelos tengo dentro/ y este que meto son cuatro”.
El arte popular, identidad de toda España, es por antonomasia la expresión del sur: El cante flamenco, tronco de toda la poética de la región. Para entenderlo, el escritor usa la medida del duende. Advierte que es él quien juega con nosotros, pasa de piel a piel. Todas las artes son capaces de éste, pero su lugar natural es la voz desgarrada del cantaor, las manos que arrancan los sonidos negros[3] a las cuerdas de la guitarra, el cuerpo que se deshace y desparrama de la bailaora y la garganta del aedo que recita su cantar. Su presencia se nota en la alteración del biorritmo. Comparte así, con buena parte de los teóricos y literatos europeos de los años veinte un presupuesto, representa éste que toda obra de arte es autónoma y está regida por sus propias leyes. Además, busca un principio explicativo-compresivo, no del origen sino del efecto de la obra en el receptor. Para él, el arte, es una intuición intelectual de lo universal realizado e infinito en lo particular y finito[4].
Así es la voz de la tierra andaluza que se descubre a través de los poros y de la electricidad de la piel. El poeta concuerda que tanto el destinatario como el artista viven con intensidad la fuerza expresiva manifestada en fenómenos naturales (la voz, sea palabra hablada o canción, el baile, las destrezas manuales) y descoloca la subjetividad reflexiva. Es ello, por lógica derivativa en tanto escritor riguroso, que Federico García Lorca trasladó esa especie de magia a su arte poética; obras hechas sobre la base de una tradición estético cultural anterior y, a la vez, superadora dado el grado de construcción simbólica.
En Poema del cante jondo y Romancero gitano
Zumbón y estremecedor, el duende trasluce en Poema del cante jondo (publicado en 1931, pero escrito antes). El libro se compone de poemas breves, donde predomina la condensación, reforzada con la metáfora y la imagen; a menudo el poema entero es una metáfora que exhibe a una realidad inaprensible: la angustia, el aislamiento, el silencio.
En “Chumbera” se acumulan las alusiones, y el fin es un dolor atribuido al paisaje desolado, por donde sobrevuela el duende (conmoción fónica), el que hace la piel de pollo:
Laocoonte salvaje.
¡Qué bien estás
bajo la media luna!
Múltiple pelotari.
¡Qué bien estás
amenazando al viento!
Dafne y Atis
saben de tu dolor
Inexplicable.[5]
La amargura y pena desequilibran la voz del cantaor (y la pluma del escritor). La emoción primitiva del cante andaluz plasma en los versos su carácter ancestral.
“Puñal” ofrece un pedido primario, esencial. Una demanda de la tierra virgen frente al arado, o el del hombre de cara a la muerte. Clamor que eriza la piel y humilla, que asfixia y confluye en la sentencia que parece aunar el reclamo:
El puñal
entra en el corazón,
como la reja del arado
en el yermo
No.
No me lo claves
No.
El puñal,
como un rayo de sol,
incendia la terribles
hondonadas.
No.
No me lo claves
No[6].
Paco Ibáñez canta a García Lorca
En Romancero gitano (1929) el mito, cuya expresión el autor estetiza, adquiere existencia propia siendo la historia de un pueblo. Escrito en metro español -verso octosílabo asonantado- presenta una galería de personajes que encarnan: muerte, amor, traición, incesto. En “Reyerta” se muestra parte de la propuesta temática:
En la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.
El juez, con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
-Señores guardias civiles;
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.
La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite[7]
Pedro Salinas señaló que Lorca, con lo gitanesco, adquirió relevancia mundial, mismo concepto que desarrolló: “Este tema humano se le revela al poeta y él le otorga una nueva potencia expresiva al romance. Encuentra, por añadidura, la emoción que sugiere la verba andaluza”[8].
García Lorca no se despega de la tradición que los romances narran y describen. Condensa una suma de formas literarias: del viejo recoge la concisión, el dialogismo, la intensidad emocional; del barroco, la opulencia del estilo, el artificio; del romántico, la creación de atmósferas novelescas; y hasta del pedestre, las caídas en el decir prosaico y común.
Su trascendencia, su duende
El poeta se sentía español, andaluz y enamorado de todo lo que tenía de personal y característico las regiones, pero ese españolismo no estaba reñido con su aspiración de que el mensaje de su obra llegara a todo el mundo. Bien lo dijo en Buenos Aires: “Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula; pero antes que esto soy hombre de mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en la frontera política”.
El arte, lo universal en esencia, crea imágenes con la pretensión de convertirlas en mito. Transformar en poética la pertenencia a la tierra[9], fundir en aliento único la pasión con la razón, conceder a la palabra su primitiva fuerza creadora y una mimética original con el cantaor jondo, el de los sonidos negros, el que eriza la piel; en ello se encuentra basado el credo estético del genial Federico. Federico García Lorca… ¿Quién más?
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Bibliografía
Federico García Lorca. Obras completas. Madrid: Aguilar (1997)
Salinas, Pedro. Ensayos de literatura hispánica. Madrid: Aguilar (1962)
Smith, P.J. The Theatre of García Lorca. Text, Perfomance, Psychoanalysis. Cambridge: Cambridge University Press (1998)
Sulla, E. (comp.) El canon literario. Madrid: Arcos libros (1998)
Villarejo Pedro: García Lorca en Buenos Aires. Córdoba, Libros de Hispanoamérica (1961)
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NOTAS
[1] Según Harold Bloom” es el acto de toda originalidad literaria el que convierte a Federico García Lorca en un escritor integrante del canon occidental”. Tomado de “Elegía al canon”, en Sulla, E. (comp): El canon literario. Madrid: Arco libros 1998.
[2] La voz del poeta conferencista está tomada del libro de Pedro Villarejo: García Lorca en Buenos Aires. Córdoba, Libros de Hispanoamérica 1961.
[3]Sonoridades inexplicables de la tierra mestiza que transmiten los límites de la experiencia humana. Véanse las numerosas declaraciones del autor a este respecto en diversas entrevistas recogidas en Federico García Lorca. Prosa. Obras completas III (1997).
[4] La poética lorquiana quiere colocarnos delante de lo que llamamos ideas generales, particularizadas en unas figuras, personajes o situaciones concretas y particulares. De Smith, P. j., The Theatre of García Lorca. Text, Performance, Psychoanalysis. Cambridge: Cambridge University Press 1998.
[5] De Obras Completas de Federico García Lorca II Poema del cante jondo. Aguilar (1997).
[6] OFGL II. Poema del cante jondo. Aguilar (1997).
[7] OFGL II. Romancero gitano. Aguilar (1997).
[8] Salinas, Pedro. Ensayos de literatura hispánica. Aguilar (1962).
[9] Poema del cante jondo y Romancero gitano son una referencia ineludible para tal afirmación.