Marte en el fuego
Meses después del último recital que vi de Invisible, allá por diciembre 1976 en el Luna Park de Buenos Aires, me embarqué en una lancha Cacciola hacia Carmelo, República Oriental del Uruguay, con destino incierto. Era abril de 1977 y yo, desertor del Ejército Argentino.
De Carmelo me fui a Montevideo, de Montevideo a Porto Alegre, de Porto Alegre a Sao Paulo, de Sao Paulo a Río de Janeiro.
Cuando la plata se esfumaba y aumentaba mi soledad, alguien me dice haber visto artesanos argentinos en la plaza de una isla que tenía una higuera centenaria. Florianópolis.
Era verdad. Na “Praça XV”, argentinos, uruguayos y algún chileno mostraban diversas orfebrerías a una población amable, tranquila y sosegada. Así eran los habitantes de Florianópolis en aquellos años 70. Empecé a trabajar junto a ellos, a conocer el sortilegio de sus playas y la intimidad de un lugar nuevo que se abría delante mis ojos.
Una noche sedienta, en el único lugar que permanecía abierto hasta la madrugada, o Roda bar, veo a un muchacho tomando cerveza y leyendo un libro sobre Picasso. Me acerqué y empezamos a charlar. Era Sergio Bonsón, pintor y caricaturista del diario más importante de Santa Catarina, o Jornal O Estado. Hablamos, bebimos y él conjuró publicar en el suplemento literario del diario dos poemas que yo había escrito unos días antes: Marte en el fuego y Fuerzas de la naturaleza. Me invitó a encontrarnos al otro día en la calle Hercílio Luz “donde uma combi pasará para llevarnos al diario”. Nos despedimos en un estado de solemne ebriedad con un afectuoso abrazo.
A las cuatro de la tarde del día siguiente, con la resaca vencida, me presenté en el lugar indicado. Y allí estaba él, de remera y pantalón corto. “Que bom ver você”, me dice, con una franca sonrisa dibujada en su boca. Fuimos al diario, me hicieron un reportaje, me sacaron unas fotos y mi vida se transformó para siempre.
Así se resolvían las cosas en aquellos tiempos en floripa. Con la palabra.
Marte en el fuego
cuando la casa ardió
yo miraba mi casa arder
gozaba el espectáculo de sentir el fuego
sobre la mesa
devorando los baúles arañados
del sótano siempre prohibido
siempre ausente
corrompido por los años que no tuve
veo la lucha
perfectas llamaradas
imagínenme
riendo hasta el absurdo
el fuego de mi vida unido a él
peces
alaridos
y los perros lamiendo carne
calcinada de la heladera negra
amé el incendio
y lo bebí
como bebo el deseo irreparable
en la medianoche del bloqueo
de pie.
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Portada: Foto de Sergio Vignes