“Poner la oreja en el momento indicado es mi método para escribir”
Por Marcelo Massarino/El Furgón
Foto de portada: Paula Souilhe
Virginia Feinmann es traductora y escritora aunque también ejerció el periodismo y la docencia. La escritura es parte de su vida cotidiana, la otra cara de la moneda de cada día cuando narra las anécdotas que pesca en la calle con el oído atento a susurros y gritos, a pasiones y lágrimas. En los textos de “Personas que quizás conozcas” (Emecé) están las charlas en el café, el diálogo en el subte en horario pico, el grito al teléfono mientras se pulsa el botón verde del WhatsApp y la devolución en altavoz de alguien que, supone, dice algo que “queda entre los dos”.
La autora ya publicó “Toda clase de cosas posibles” (Mulita) en un registro similar que la ubica al rescate de historias urbanas que resultan cercanas al lector, en palabras que remiten al testimonio directo, al estilete que clava hasta el fondo de una prosa despojada que privilegia lo emotivo de la cercanía más que el adjetivo y la lírica.
El conjunto de textos que compartió por las redes sociales fue convertido en libro. Así alcanzó un volumen, un peso específico propio. Abordan las relaciones familiares, los conflictos de la pareja, el machismo y el acoso, la desocupación y la política, cuestiones que están a flor de piel y que en la calle suelen aparecer de manera descarnada, sin anestesia, como la prosa de Virginia Feinmann quien dialogó con El Furgón sobre “Personas que quizás conozcas”. Como cierre, “Odio la paloma en la ventana”, uno de los relatos incluidos.
– Las historias tienen una escritura que cuida el lenguaje cotidiano y sus formas. ¿Es una manera darle a los textos un valor testimonial bien cercano a realidad?
– No tanto en el sentido de dar testimonio, como si fuera una periodista o una cronista, esa no era mi intención, pero sí tengo un registro muy naturalista, quiero decir, no soy lírica, no hago poesía ni prosa poética, no suelo entregarme a los soliloquios o a las reflexiones filosóficas, casi no adjetivo. Tengo un tono muy natural y, es raro, pero para mí eso es lo más difícil de lograr. Todo lo demás me resulta fácil, delirar, poetizar, inventar voces de otros, pero me suena mal, impostado. Trabajo bastante para que parezca que no trabajé nada.
– La elección de la primera persona, los personajes señalados y el contexto de las situaciones puede que incidan a que el lector piense que algunas tienen elementos autobiográficos. ¿Es un elemento que utiliza para que las ficciones tengan un rasgo distintivo?
– No, no a propósito. La verdad es que fui escribiendo el libro muy pegada a la experiencia personal. Usé cosas que me pasaron de verdad. La terapia intensiva, el desempleo. Es ficción, sí. Pero es autobiográfica, autoficción. Me arrepiento de haberlo hecho. Fue un proceso muy espontáneo porque mientras escribía estos textos los compartía en las redes sociales, por esa vía llegó el pedido de la editorial y dije que sí y los publiqué. Pero la verdad es que no lo pensé mucho, y ahora me doy cuenta de que involucré y expuse a personas que no tendría que haber expuesto.
– Su primer libro “Toda clase de cosas posibles” reúne trabajos con un tono similar a “Personas que quizás conozcas” ¿Logró una empatía con el lector que la llevó a trabajar con una fórmula similar? ¿Es un formato que le permite narrar según sus intereses y gustos?
– Me acostumbré mucho, sí. Al principio lo que me gustaba de esa fórmula era que empezaba de modo casual: “Fui al supermercado y…”, y de pronto, cuando la gente estaba leyendo muy distraída, se transformaba en algo más denso. Ese “golpe bajo”, ese giro, lo disfruto mucho. La brevedad también me gusta. Y con los lectores tengo un vínculo cercano, sobre todo cuando comparto en las redes. Me cuentan sus sensaciones, aportan ideas para las historias. Lo que pasa es que en algún punto, como todas las fórmulas, quizás encuentra su límite o cansa. Estos dos libros para mí van juntos y son el producto de esa experimentación. Me contaron que en una redacción cuando llegó mi libro, un periodista preguntó “¿qué es?” y el otro le dijo “nada, boludeces del Facebook”. Así que estoy con ganas de ver si puedo armar algo distinto.
– A lo largo del libro aparecen situaciones que refieren a temas como el machismo, las relaciones familiares y de pareja, la política y la falta de trabajo, por ejemplo. ¿Abordar estas cuestiones desde situaciones de la vida cotidiana es una manera para reflexionar mediante la literatura?
– No sé, sí, ojalá. En realidad la literatura es algo tan mágico que siempre puede disparar una reflexión, aunque no sea literal o no se corresponda exactamente con lo que leímos. Igual no quiero dar definiciones sobre la literatura porque, revisando la prensa del libro, me espanta la cantidad de veces que dije “en literatura hay que hacer esto” o “la literatura es esto”, como si yo pudiera decir qué es la literatura. No sé si es un lugar común al hablar, o la deformación por dar taller literario, pero me da muchísima vergüenza y no quisiera que fuera el título de una nota nunca más.
Lo que sí me interesa es visibilizar situaciones de abuso o acoso sobre las mujeres, y en el caso del texto donde la madre y la hija hablan sobre eso, sí, me gustaría que sirviera para reflexionar. Si se puede desear algún efecto, sería ése, que no siga pasando.
– Algunas de las narraciones podrían ser diálogos escuchados en el colectivo, en una sala de espera. ¿Algunas nacieron de manera similar, de poner la oreja en el momento indicado?
– Casi te diría que todas. Es mi método para escribir.
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Imagen de portada: Paula Souilhe, Cinema Verite -Fotografías
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Odio la paloma en la ventana
Odio la paloma de la ventana. Cuando conocí a Esteban, cuando él me pasó un dedo por el hombro y fue como si prendiera un fósforo y no pudimos despegarnos por varios días, ella puso un huevo en la maceta. Ahhhh, dijimos los dos con cara de boludos, el amor, la vida, el apareamiento. Nos despedimos con un beso que todavía a veces recuerdo.
Cuando él me contó que tenía algunos asuntos que arreglar, que tenía una conversación pendiente, en fin, que me amaba, pero que no estaban sus cosas muy en orden como para empezar una relación, la paloma se fue. Me dejó el huevo ahí, sin empollar.
Mientras yo esperaba que me avisara que ya había tenido la tal conversación y podíamos ser felices para siempre, pensaba en cuánto tiempo viviría un huevo sin empollar, si debía cubrirlo con algo, dejarlo, tirarlo a la basura.
En medio de millones de mails y mensajes que decían te amo y estoy arreglando todo y no hago otra cosa que pensar en vos, la paloma puso cuatro huevos más. La noche en que hablando por teléfono con él empecé a sentir un cosquilleo irrefrenable y él me dijo apoyate el celular en vibrador y me llamó 140 veces seguidas, la paloma puso otros tres huevos.
Cuando me explicó que su psicólogo le había aconsejado no apurarse y que, en fin, era un poco apresurado que tuviera la conversación, y que además no le gustaban los departamentos que veía para alquilar y entonces no iba a forzar las cosas, la paloma se fue otra vez.
Los huevos, fríos de noche, mojados bajo la lluvia, día tras día, o bien desaparecieron o se los comieron otras palomas o un gato, pero al poco tiempo no estaban más.
El día que me contó que había señado un monoambiente la paloma puso dos huevos nuevos. Redondos, blanquitos. Durante la semana en que hizo la mudanza, ella los empolló con las plumas bien acolchonadas. Cuando vino a decírmelo en persona y pasamos nueve horas seguidas festejando, nacieron dos pollitos.
Eran dos bultitos pegados apenas, con la misma forma y tamaño que habían tenido los huevos. Eran nada, y la mamá tenía que venir y seguir empollándolos y dándoles de comer de su pico. Nos quedábamos mucho tiempo mirándolos. Nos dábamos besos.
Cuando él pasó por su casa anterior porque se había olvidado unos discos y vio a su ex llorando y se quedó a vivir una semana ahí porque le daba pena, la paloma picoteó a uno de los pollitos.
Cuando volvió a su monoambiente pero descubrió que perdía una canilla y el goteo era molesto y lo más práctico era dormir en lo de su ex hasta arreglar el cuerito, el pollito picoteado desapareció.
Cuando me dijo que yo estaba hecha de lava volcánica, que jamás había imaginado algo así, que se sentía de veinte años menos y que era, en definitiva, como le había dicho la astróloga, que había conocido a la mujer de su vida, la paloma trajo en su pico al pollito picoteado y los amuchó a los dos calentitos bajo el ala.
Cuando me dijo que lo asustaba un poco mi intensidad, que yo pasaba del amor al odio, del blanco al negro y que si no podía tratar de ser un poco más tranquila, la paloma se fue y los dejó tres días solos. Estaban fríos.
Cuando me dijo que se daba cuenta de que esa sensibilidad era la esencia de mi ser, que yo era hermosa, que en realidad era su culpa porque no me daba certezas y culpa, por supuesto, del macrismo, que me había dejado sin trabajo desde enero, la paloma volvió y les dio gusanitos de comer y ellos batían mucho las alitas.
Cuando me dijo que el teatro independiente estaba en crisis y que nunca conseguía salir a horario, que estaba cansado y que le dolían mucho las piernas como para venir hasta casa, ella los movió a otra maceta.
Cuando una chica rubia preciosa le puso en su facebook “gracias por la tarde compartida” y una foto de dos bicis apoyadas en un árbol, la paloma trajo una piedra.
Cuando él lo borró rápido y me dijo que era una alumna del EMAD obsesionada con él y después me dijo que no le gustaban mis celos y que mi intensidad, por dios, lo abrumaba y más tarde me pidió por mail si podíamos darnos un tiempo porque necesitaba pensar, los pollitos no estaban más.
La paloma empollaba la piedra. Así que moví fuerte las manos para espantarla, bajé las persianas, cerré las cortinas y le dije que de una vez por todas me dejara en paz.