La redención de Sergio Víctor Palma
Desde Toronto, especial para El Furgón
Cómo en el caso de los demás boxeadores campeones que se acercan a la vejez, Sergio Víctor Palma -quien falleció el 28 de junio de 2021 a sus 65 años- pasó gran parte de su vida después de haber ganado el campeonato mundial (peso Supergallo, Asociación Mundial de Boxeo), y después de haberlo perdido. Mucho tiempo para contemplar el “antes” y el “después” de su apogeo como campeón (1980-82).
En 1982, a sus 26 años, Sergio no tenía ninguna duda de que él ya había logrado el máximo triunfo de su vida. Entendió algo de la crueldad que le podía esperar como ex-boxeador. Cuando se consagró campeón mundial en 1980 frente a Leo Randolph, su promotor, el legendario dueño de Luna Park, Tito Lectoure, le alquiló una suite en el Hotel Presidente, en la Avenida 9 de Julio. Un campeón de Lectoure necesitaba una dirección distinguida y a su vez, cerca del gimnasio de Luna Park. Después de haber perdido su cinturón de campeón en 1982, se enteró de que habían cancelado la reserva en el hotel. La lección primera de su derrota: Nadie premia un boxeador por su pasado.
Antes de perder su fajón ante Leo Cruz ,en Miami, Palma había empezado a soñar en un futuro posible, lejos de su infancia chaqueña en la pobreza extrema. Pero no pudo superar la historia icónica del boxeador en declinación. Y lo sabía. Es decir, entendió su propia larga caída física y financiera en el contexto de otros boxeadores que habían pasado por caminos parecidos. No fue ninguna casualidad que, como un toque brillante del director Leonardo Favio, a Sergio lo contrataron como consultor boxístico en la producción de la película Gatica, el Mono (1993). Palma entendió lo que significaba la caída de Gatica y dio sentimiento, humanidad, violencia, y hasta tristeza a las escenas de lucha que definieron la película.
Entrevista a Sergio V. Palma (1999)
A Sergio le impactaron profundamente dos películas sobre las vidas de luchadores. En 1977, cuando llegó a Buenos Aires fue la película Rocky (1976), de Sylvester Stallone, todavía a tres años de su campeonato mundial pero con 13 peleas profesionales ya logradas (con un récord de 10-1-2), Palma fue al cine más de 20 veces para ver la película. Treinta años más tarde, llegó The Wrestler (2008) de Darren Aronofsky y Palma tuvo una reacción catártica parecida. Las dos encuadran su vida. Si en 1977, Rocky contó la historia de un boxeador a punto de realizar sus sueños profesionales, The Wrestler relató el caso ficticio de un luchador en decadencia, su cuerpo y su vida en pedazos. Lo que a Sergio le gustó de ambas era que frente a una cultura que les desprestigió como salvajes, las películas humanizaron a los protagonistas como hombres buenos, a pesar de sus dificultades y sus errores en la vida.
Así se portó Sergio con sus colegas boxeadores. Durante un tiempo breve trabajaba con otro ex campeón mundial, Juan Martín Coggi (peso Superlijero, AMB, 1987-96) en un gimnasio de boxeo en la calle Lavalle. Apareció el ex campeón mundial, Julio César Vásquez (peso Superwélter, AMB, 1992-96) para entrenar. Vásquez andaba mal físicamente y se veía que en el ring no podía. Le pregunté a Sergio, ¿por qué lo dejaban pelear cuando estaba claramente en mala condición? Debía mucha plata, me contestó Sergio. Quería dignificar su vida una vez más. “Y nos vino de refugiado. No pudimos decirle que ‘no’”.
“El campeón de la vida”
Mirando hacia atrás, Sergio tuvo esa visión de sí mismo, un hombre con defectos y problemas importantes, pero a su vez un hombre bueno. Y luchar para ser un hombre bueno no era poca cosa. A sus 8 años, miraba mientras su padre violaba a su hermana. En una narrativa clásica del peronismo, en los años ’60 viajó de niño con su madre desde el Chaco a Buenos Aires. Compartió la habitación que ella ocupaba en el departamento de la familia donde limpiaba, cocinaba, y cuidaba a los hijos del dueño de casa. Sergio me contó que su madre le causó mucho daño en la vida, una persona con carácter pesado. Pero pasando los años, su historia cambió. Terminó reconociendo a su mamá como responsable en gran medida de sus éxitos.
Durante y después de su apogeo boxístico, según su propia narrativa, se portó de una forma arrogante. Dejó a su primera mujer, Norma, en parte por ser analfabeta. Sergio tuvo mucha vergüenza después por haber pensado así. (Una vez Sergio criticó a Santos Laciar por su pronunciación de la palabra “pies” como “pieses”). Y antes de que Norma falleciera hace 20 años, Sergio desarrolló una amistad larga e importante con ella.
Sergio V. Palma graba un disco
Después de haber ganado el campeonato mundial, mientras que estuvo en el Hotel Presidente, instaló a su familia en una casa en una zona paqueta de Adrogué. Mandó a sus hijos a una escuela privada donde les enseñaron en inglés. Años después, se sintió avergonzado por haber tratado a sus hijos como “ratas de laboratorio”, inscriptos en una escuela carísima cuando Palma, sin conciencia según su propio relato, no tenía la más mínima posibilidad de mantenerlos allí. Cuándo perdió el cinturón de campeón, Palma no pudo pagar las cuotas y sus hijos cambiaron abruptamente a una escuela pública. Reconoció y lamentó su falta de atención durante aquellos años. Sus hijos se distanciaron de él. Pero en los años ’90, Sergio empezó a luchar por ellos. Se quedó muy feliz de haber podido ayudar a su hija a conseguir un trabajo bueno y permanente. Se asustó cuando se enteró de que uno de sus pibes estaba pasando sus noches en un banco de la Plaza Miserere. Sin recursos propios, Sergio consiguió que un amigo le pagará una mensualidad al chico.
Historias desde el Ring Side: Sergio V. Palma
Como muchos boxeadores, tuvo la mala suerte de faltar alguien de confianza para ayudarle con la poca plata que había ganado en el ring. Lo máximo que recibió por una pelea fueron 75 mil dólares derrotó a Leo Randolph. (Por esa misma victoria, Tito Lectoure ganó 500 mil apostando al no favorito, Palma). Como en el caso del boxeador Jake LaMotta quien, después de su carrera profesional, apareció en el escenario, vestido formalmente recitando Shakespeare, a Palma le pagaron para recitar su poesía en el escenario del Hotel Bauen. “Creí que yo iba para adelante,” me dijo. Pero después, sacó la conclusión de que le estaban tratando de “mono domesticado.” Con un periodista deportivo invirtió plata en un restaurante. El periodista le robó su parte de la inversión y Palma perdió todo.
Por otro lado, Palma reconoció que -como el protagonista en la película The Wrestler- algo de la culpa por sus problemas de plata la tenía él mismo. Sergio pasó años escribiendo un manual de boxeo que quiso publicar. Nunca se concretó. (Por algún lado en algún cajón hay al menos 80 ó 90 páginas escritas de aquel manual). Una vez le pregunté por qué no pudo terminarlo. Me contestó con una honestidad muy poca común, pero muy típica de Sergio: “Se supone que me gustaron demasiado las mujeres y el sexo.”
Pero Sergio nunca valoró mucho la plata. Siempre puso más énfasis en sus amistades y amores (a pesar de algunos fracasos en aquellos campos).
Poco antes de su muerte en 2007, el entrenador Santos Zacarías recibió en casa a los dos campeones mundiales que hizo: Sergio Palma y Juan Martín Coggi. Coggi lloró cuando vio a Zacarías incapacitado y en la cama. Palma quedó mudo pero afectado. Cuando salieron del dormitorio después de los abrazos, Ángela, la mujer de Zacarías les ofreció un café y empezaron los tres a hablar de los viejos tiempos. Palma, todavía grave de aspecto, notó que con su segunda mujer, Liliana, Zacarías había roto una de las reglas más severas del gimnasio de Luna Park: Prohibida la entrada de mujeres de los boxeadores. A Liliana, les contó Sergio orgullosamente, Zacarías le dejaba entrar al gimnasio. “Pelotudo”, le gritó Ángela sonriendo, “Zacarías la quería levantar”. Por primera vez aquel día, Sergio también pudo sonreír un poco.
Historia de Sergio V. Palma
Como en el caso de su madre, Palma tenía una relación complicada con Zacarías. Como muchos boxeadores, desarrolló una relación casi de hijo-padre con su entrenador, y después se sintió resentido con Zacarías. Lo vio como un autoritario. Un día le pregunté a Palma por qué no había luchado con el boxeador de categoría supergallo más destacado de la época, el puertorriqueño Wilfredo Gómez. “Se supone”, me dijo Palma, “que Zacarías pensaba que yo iba a perder”. Le dolió.
En otra ocasión me contó del momento en el cual se “liberó” de Zacarías. “Yo estaba sentado en el gimnasio de Luna Park. Campeón mundial. Y le tuve que pedir a Zacarías salir para hacer pis.” Dándo se cuenta de lo absurdo de la ocasión, Palma tuvo una ruptura emocional y empezó a rechazar las indicaciones de Zacarías. (El momento equivalente para Coggi vino en 1987, en Italia, cuando ganó el campeonato mundial. La noche antes de la pelea, Zacarías le prohibió acostarse con su mujer. “Coggi casi lo mató”, me contó Palma). Durante muchos años Palma no pudo perdonar a Zacarías el control que el entrenador había tenido sobre su vida. Lo culpó por su caída como campeón mundial. Pero con el tiempo llegó a reconocer no solamente el hecho de que Zacarías lo hizo campeón, sino también su amor por su entrenador.
Hay dos momentos que quizá más captan a Sergio Palma.
Hace 17 años, chocó su auto en el Puente Pueyrredón, en Avellaneda. Hablé con Sergio poco después. Por una suerte milagrosa, pudo ser internado en el hospital privado Fleni. Un amigo, empleado de un sindicato lo puso en el plantel periodístico de una pequeña revista del gremio. Sergio escribía notas cada tanto. Pagaron una miseria pero lo clave era la obra social. Casi le venció la afiliación cuando chocó su auto y cayó en el Fleni, todo pagado. Todavía internado, me contó que mientras manejaba su auto, tuvo un infarto cerebral, lo cual le provocó su desvío en la ruta y el accidente. Pero semanas después, cambió la historia. A raíz del accidente, me dijo (y les contó así a los medios) que tuvo una lesión cerebral severa ¿Por qué el cambio? En muchos sentidos, Sergio quedó marcado por su oficio de boxeador. Quedó orgulloso de sus triunfos y de su condicionamiento físico años después de cerrar su carrera boxística. Trabajó hasta el accidente como entrenador de boxeo (especialmente la parte de gimnasia), y rechazó la posibilidad de que el boxeo le hubiera causado daños físicos -en este caso, un infarto cerebral.
Hace casi 20 años lo acompañé a una Unidad Básica de Olivos para pedir un favor que necesitaba un amigo de la zona. Iba Sergio con la idea de que quizá por su fama, podría conseguir resultados. Había tres mujeres trabajando en un despacho chico. Cuando Palma entró, una de ellas lo reconoció y se acercó sonriendo. Pero dentro de unos pocos segundos, ella hizo una pausa. “¿Pero usted es peronista?” le preguntó, con cara severa. “Soy bajito, feo y negro” le contestó Sergio sonriendo. “¿Que voy a ser?” La mujer sonrió nuevamente.
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*David M. K. Sheinin es profesor titular de Historia en Trent University (Canadá) y académico correspondiente de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina. Ha publicado 17 libros.
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Portada: Foto de la revista “Goles”, agosto 1981.