Un amigo despide a Juan Forn: “Hoy tu ausencia es insoportable”
Desde Mar Azul, para El Furgón
Ahora mismo tendríamos que estar tomando té y hablando de libros. Hoy lunes. Pero ayer se fue Juan, y entonces estoy escribiendo, que es lo único que podemos hacer los que escribimos cuando no hablamos de libros. Yo no quería, pero Tere, mi compañera, mientras pinta un cuadro en el que se ven los oscuros pinos del sur de Villa Gesell, me mira con desconfianza. Ya sé lo que significa esa mirada. Me llama otro de mis amigos, Solo Díaz, me dice que escriba, que hable de Juan, que cuente cómo era con sus amigos, cómo eran sus días en este rincón alejado del mundo en medio del bosque.
Sus días eran de libros. Se levantaba y leía, había ingeniado un sistema de postas, en diferentes sillas y sillones y mesitas donde ordenaba sus pilas de libros, y rotaba de una a otra con la computadora sobre las piernas, siguiendo el sol que entraba según cada hora por los ventanales de su casa. Cuando escribía, en medio de esa rutina, el texto lo absorbía de tal manera que no sabíamos nada de él por dos o tres días. Aparecía, contento, libre, después de haber dejado hasta el último aliento en su texto. Y otra vez tomábamos té, o se daba el gusto de comer algo dulce, que tenía más o menos prohibido. Después de fumar era inevitable el chocolate, o algún pedacito de torta.
Cuando terminaba su jornada de lectura y escritura salía a caminar con Tato, su perro negro y robusto que había adoptado y con quien caminaba por la playa. Pasaba por La Zorra, charlábamos de libros nuevos, de viejos, y también de pintura, de series, y de fútbol. Compartíamos la pasión por el Barcelona, y por Messi, a quien adorábamos en cada partido que jugaba, y por quién nos lamentábamos cada vez que sus compañeros no daban la talla.
El sábado hicimos la última reunión de los miércoles. La pandemia nos cambió la rutina, pasamos el mediodía al aire libre. Llegó temprano, estaba contento, había terminado su último libro. Nos sentamos al sol. Me mostró la tapa, una hermosura de foto con una silla volando, un título muy sugerente. Se lo dije, como siempre, otro de sus libros que además de estar buenísimo se veía hermoso. Un libro gordo, lleno de trabajo, de lecturas, de ideas. Había podido hilarlo como quería, ordenar el siglo XX, su siglo, el de sus escritores y sus artistas. Llegaron nuestros amigos, hablamos de la Selección, le gustaba Palacios, todos pedíamos por el Kun. Después tomamos un café mientras hablábamos de música. Pusieron un disco de Lebón, todos conocían detalles de los músicos del rock, sus historias y sus canciones. Juan cantó algún pedacito, como le gustaba hacer, simulando tocar la guitarra, cambiando la cara, riéndose.
Me dijo que tenía almuerzo en casa de sus amigos, con su hija que a la tarde pasaba. Después me envió un mensaje preguntando si el lunes se podía reunir en el café con una amiga, si yo iba a estar. Quería conversar de libros, de proyectos de libros, de la escritura.
Y de repente todo se puso negro. Los teléfonos no traían otra cosa que la mala noticia de su muerte. La increíble noticia.
El dolor es tan grande.
Sobre todo el dolor por el dolor de sus afectos más cercanos.
Se hizo de noche y estábamos todos en la puerta del hospital, reuniéndonos como tantas veces en torno a él. Porque si hay algo que Juan tenía era su capacidad de dar afecto, su calidez, su enorme consideración del otro. Todos orbitábamos a su alrededor, como en una ronda de alegría.
En su taller de escritura, del que fui alumno hasta la semana pasada, lo conocí como editor. Cada reunión era una clase maestra. Una caricia. Y un sermón sobre lo indispensable de corregir y volver a hacerlo, la obligación de detenerse en cada párrafo, en cada oración y en cada palabra. La insistencia en que hay que dedicarse y no dispersarse, no abandonar lo más importante: la literatura. Allí también había una ronda de buena gente y buenos escritores. Juan se había encargado de elegirnos, uno por uno, y hacernos crecer según nuestras necesidades.
Nos deja tanto amor por tantas cosas, tanta alegría, tantos amigos, no hay cómo agradecerlo en la justa medida. Te vamos a extrañar. Ya lo estamos haciendo. Quiero leer con vos lo que escribí ayer. Comentar el texto de un compañero de taller, un libro que leímos. Mostrarte la pintura de Tere, la del bosque. Hablar de Messi. Sé que fuiste feliz. El sábado lo vi en tus ojos. Pero hoy tu ausencia es insoportable.
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Pablo Franco es editor de La Flor Azul y dueño de la cafetería La Zorra.
Portada: Diario Página/12 del 21 de junio de 2021 y Revista Orsai nro. 14
Imagen interior: “Invierno”, de Teresita Olhaberry. Acrílico sobre tela.