La curiosidad. Memorias de un escritor tenaz
Una crónica sobre el encuentro de Hugo Nario y su editor. El largo recorrido del autor tandilense y su último libro: “La curiosidad”, publicado por La Flor Azul.
Cuando conocí a Hugo seguía escribiendo como un joven, a pesar de tener ya muchos años y de haber escrito una infinidad de libros. Corregía las memorias de Elio Oscar Vulcano, quien fuera mayordomo en una estancia de Santamarina. Me contó de qué iba el libro. Recuerdo aquel momento porque pensé que ese libro no me interesaba en absoluto. Yo quería reditar Bepo, tenía esa obsesión. Los editores muchas veces porfiamos en la ideas, y así es como nos equivocamos. Después leí aquel libro, y comprobé una vez más que los prejuicios casi nunca funcionan con las lecturas.
La obra de Hugo tiene, creo, ese ir y venir de lo popular a lo elitista, de lo marginal a lo central. Pudo escribir un libro sobre la vida de un industrial de Tandil, otro sobre los empleados y los patrones de una estancia, el primero sobre Tata Dios, uno referido a la historia de Tandil, otro a los picapedreros anarquistas y el más popular, sobre la vida de un croto. Aunque en el mismo Bepo, donde se narran las penurias de vivir en la vía, nos encontramos con el Francés, un personaje culto y entrañable, que nos muestra las cosas más importantes de la existencia.
Hugo después se fue a vivir a Mar del Plata, y allí lo visité para continuar nuestra conversación de libros y posibilidades. Continuaba escribiendo. Ya tenía varios textos sobre sus recuerdos. Le propuse juntarlos y armar un libro.
Así nació La Curiosidad. Sugerí ese título porque era evidente, leyendo sus memorias en una continuidad, cuál era el motor de su escritura. Desde niño Hugo estaba interesado por conocer todo lo nuevo, por aprenderlo y estudiarlo, luego, por escribirlo.

La primera parte del libro está dedicada a su familia y a sus recuerdos de infancia. En un texto muy bello, cuenta el domingo que su padre lo llevó a trabajar con él a la Estación de Trenes de Las Flores. Debían preparar la formación para el día siguiente, y a pesar de que estaba prohibido que los niños entraran a las playas, su padre quería mostrarle como hacía su trabajo. Fue inolvidable para Hugo, lo atesoraba como el día que se hizo mayor, el día que ya sentía que “llevaba pantalones largos”.
Hay una coincidencia extraña, porque en ese mismo lugar, La Estación de Trenes de Las Flores, Bepo y su compañero vieron volar un aeroplano por una mujer. Bepo, con Manuel Quirurga había crotiado desde el año 1935, cuando apenas era un muchacho de veintitrés años. Sobre todo habían andado en la juntada de maíz por la Provincia de Buenos Aires. Vagando de un lugar a otro, sin apuro; a veces, en las malas, comiendo perdices, peludos, cuises cazados con un lacito de hilo sisal. En las buenas, trabajando, cosechando, juntando los pesos para regresar a la vía. Un día, ya volviendo, esperando una carga en la estación de Las Flores, estaban haciendo ranchada cuando oyeron un zumbido sobre sus cabezas. Frente a ellos aterrizó un aeroplano, en el viejo Aeródromo. Corrieron hasta la máquina, desde el hangar apareció, con pantalones blancos y campera de cuero, sacándose el casco para dejar ver su cabellera rubia, Carola Lorenzini.
La Curiosidad luego cuenta la gran historia de amor de Hugo y Perla. Desde que se enamoraron, corrigiendo las pruebas de galera en El Eco en 1950, hasta sus últimos días más de sesenta años después. También sobre amigos entrañables, como Luis Arnaldo Pontaut, de inigualable sentido del humor; Atahualpa Yupanqui a quien conoció a través de Reyes Dávila; Javier Villafañe, el gran titiritero que un día hizo una función privada para sus hijas; el escultor Carlos Allende; Pipo Pescador, el músico Miguel Ángel Estrella y el payador Pablo Solo Díaz. Un largo recorrido por los años de su vida en Las Flores, su ciudad natal, y por Tandil, la de su corazón.
Sobre su trabajo en la prensa hay un capítulo increíble referido los años en que se hacían las “pizarras” en las vidrieras de los diarios. Uno en el que lo llevan preso por “perejil”. Y otro en el que describe los años de censura del Peronismo y la clausura de El Eco, cuando Hugo trabajó en la tienda Gath & Chaves. Estando allí el día que derrocan a Perón, Hugo cuenta que mientras los gerentes y empleados calificados se abrazaban, los empleados más humildes lloraban en un patiecito, diciéndose unos a otros que se habían quedado solos.
Sobre el final de La Curiosidad hay una serie de textos que son los últimos de Hugo, casi todos se detienen en algún detalle de su vida en el Hogar en el que vivió junto a Perla sus años finales. Son testimonios producto de su aguda observación, de gran belleza, llenos de amor, de admiración por lo sencillo y de su inagotable necesidad de observar con ojos nuevos. Son los últimos relatos de un gran escritor, que parece alcanzar lo despojado, y que nos muestran el arco que recorren los artistas a los largo de su vida, la curva, como un arco iris, lleno de colores y perfección.
Entre esos capítulos hay uno en especial en el que Hugo describe cómo escribió sus libros, cuáles fueron sus motivaciones, sus inconvenientes, el origen de cada historia. Es un testimonio que hoy resulta invaluable.
Allí, sobre Bepo, dice: “Había ido reuniendo testimonios orales, y, en ese tren, un sábado de marzo, fui a entrevistar a Filiberto Satti, que vivía en una hermosa casilla de madera, en Villa Laza. Y aunque Berto (como le llaman familiarmente) nunca partió piedra, su padre, sus hermanos y sus amigos, lo hicieron. Pero, testigo de ese mundo, sería un informante valioso. Él fue, en esa visita, quien me habló de Bepo Ghezzi y me acompañó hasta su casa. Las primeras entrevistas fueron enriquecedoras para mi acopio canteril. Pero en sus exposiciones se escapaban alusiones a su vida de croto o linyera”. Bepo había decidido regresar a Tandil después de su última croteada. Buscando un libro, Hugo Nario se encontró con otro. También con un amigo.
Es similar a lo que me sucedió como editor, buscado editar Bepo, me encontré con La Curiosidad. Buscando un libro, encontré un amigo. Así es la historia de los libros, una cadena de encuentros guiados por el azar, por la memoria, y por el tesón de hombres como Hugo, imprescindibles, que dejan detrás un camino lleno de historias increíbles.
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Los libros de La Flor Azul están en Librería Sudestada, Tucumán 1533, CABA (Lunes a viernes de 10 a 18hs).
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