De la periferia al centro, y del centro de nuevo a la periferia: el caso de ‘El lagrimal trifurca’
Eduardo D’Anna, seguido en anteriores publicaciones de El Furgón como poeta y narrador, es además crítico e historiador de temas ceñidos al mundo de la cultura y las letras. A continuación, luego de una breve entrada, el autor nos brindará a modo de anticipo, un extracto del estudio preliminar para la segunda edición del libro “Nadie cerca o lejos. El centralismo cultural en la Argentina”. Material exclusivo, a no perdérselo.
D’Anna y otra vuelta de tuerca
Introducción, por Flavio Zalazar, desde Rosario – El arrojo del título refiere al libro de Henry James y describe la labor intelectual del hombre, aunque no completamente. Darle otra vuelta a la tuerca, corregir una idea…Repensarla y volver a empezar. Significa, en definitiva, un giro que falsea, borrando muescas, mellando huellas. Una noción imprecisa que, correcta y obcecadamente, define más al rosarino. En palabras de Isaiah Berlin, D’Anna sería un auténtico “zorro”. Frente al erizo que simplifica la complejidad del mundo y reúne la diversidad en una única idea; el zorro se mueve en una inmensa variedad de ideas y experiencias, tratando de compilar saberes, proyectar caminos.
Su ensayística abarca la reflexión de la literatura de Rosario y de la provincia de Santa Fe. Los libros hablan de ello: La literatura de Rosario, Capital de nada, el observado Nadie cerca o lejos, además de innumerables artículos en la prensa escrita. No obstante siempre abre puertas, y todo vuelve a empezar.
En esta oportunidad, el motivo de la vuelta a la redondeada rosca, es desterrar la idea de un canon de lectura petrificado, útil a los factores concentrados de la burocracia literaria; por el de uno ágil, móvil, descentrado. Y al concepto no le quita el cuerpo, lo ejemplifica con la revista que lo tuvo como colaborador destacado y donde sembró amistades entrañables: El Lagrimal Trifurca (1968-1976). El origen de la empresa, la línea editorial, las operaciones de publicación, los hábitos de lectura, entre otros, constituyen los temas del texto. A la lectura entonces.
De la periferia al centro, y del centro de nuevo a la periferia: el caso de ‘El lagrimal trifurca’
Por Eduardo D’Anna, desde Rosario/El Furgón
Releyendo Nadie cerca o lejos, otra cosa que se me ocurre es que el texto puede dar cierta idea de que el carácter central o periférico de las obras es estable. Nada de eso. El sistema dual de la literatura argentina se maneja con una visible variación en la elaboración del canon. Obviamente, tiene que ser así, pues depende de otros cánones, cuales son los de la literatura europea y afines, y también de las condiciones de producción locales, que varían notablemente según el régimen político en que se manifiesten.
El caso de la revista rosarina ‘el lagrimal trifurca’, que conozco bien de cerca por haber formado parte de sus redactores, es, a mi entender, particularmente revelador.
La revista comenzó a publicarse en 1968, es decir, a final de una década caracterizada por un creciente democratismo cultural, y una inclinación cada vez mayor de los jóvenes de las capas medias hacia una solución revolucionaria para la sociedad en que vivían.
Sin embargo, todavía en 1968 no se habían hecho del todo explícitas esas aspiraciones. Una generación cercana a los treinta años compartía su indignación por la invasión a Santo Domingo, la Guerra de Viet Nam, y los golpes militares locales, pero su prédica, realizada en gran parte a través de revistas literarias, era nominalista y meramente explícita. Sus producciones narrativas no superaban el realismo clásico, salvo algunos -no muy bien considerados- que preferían la literatura fantástica, a lo Borges o Cortázar. La poesía parecía obligada, en cambio, a utilizar un lenguaje “raro”, que se extraía, por lo general, del surrealismo, indispensable para que fuera tomada como tal, pues un lenguaje llano parecía excluido del género por definición. Algunas de estas publicaciones preferían el ensayo, donde predominaban las ideas de Sartre respecto al compromiso del intelectual, pero este compromiso, formulado teóricamente, no exhibía ejemplos concretos de cómo realizarse, excepto en la toma explícita de partido.
El primer número del lagrimal se situó de movida lejos de esos hábitos. Fue concebida por uno de sus directores y alma mater de la publicación, como una revista que cualquier persona con algo de gusto estético pudiera leer con placer.
El modelo en que se inspiró Elvio Gandolfo fue “El corno emplumado”, una revista-libro bilingüe español-inglés, editada en México D.F., que tenía precisamente esas características. Aunque el corno esgrimía una postura antimperialista y adhesión a Cuba manifiestas, sus textos de creación literarios eran de avanzada, por lo que las posturas políticas y las estéticas lucían coherentes. Allí se publicaba, por ejemplo, tanto a Cardenal, o Roque Dalton (desconocidos entonces), como a Ezra Pound y Eliot, los beatniks y la poesía chicana.
Presentación de la edición facsimilar de “El lagrimal trifurca”
Comprendiendo que la realidad política del D.F. y la del Rosario de entonces eran manifiestamente disímiles, Elvio supo tomar de la revista mexicana lo esencial: no ser una revista de cenáculo, o para convencidos, que realizara propaganda de izquierda disimulada, sino que diera una visión de lo que las nuevas generaciones querían alcanzar en la literatura. Esto no se formulaba en ningún editorial de forma manifiesta, sino que era lo había que deducir de la lectura de la revista.
Contando en su personal con varios traductores –Elvio no sabía inglés ni francés todavía-, la circulación de cada número permitía sumar, por vía de canje, nuevos textos, tanto en español como en otros idiomas, aparecidos en sus países de origen pero que, no habiendo Internet como hay ahora, eran absolutamente inaccesibles al lector común, o incluso al aficionado más especializado.
Pero aunque la revista no estaba destinada principalmente a publicar cosas del grupo, hubiera sido absurdo no aprovechar su existencia para hacerlo, sí, pero con cierta sobriedad y discreción, teniendo en cuenta que todos sus integrantes escribían.
Entre éstos existía un caso particular: el de Francisco Gandolfo, padre de Elvio, y el otro de los directores de la publicación. Francisco les llevaba entre veinte y treinta años a los restantes redactores, y venía de un trabajoso proceso de elaboración de sus poemas, que habían comenzado por tener un estilo cercano al modernismo aldeano de provincias, y habían sido nuevamente redactados para adaptarlos a las lecturas de poetas más de vanguardia, que, a partir de cierto momento, eran los que les proporcionaba su hijo, encargado de comprarlos, leerlos y pasárselos si le parecían útiles al propósito de poner a Francisco a tono con un estilo contemporáneo.
Eso dio por resultado la creación de los poemas aparecidos en el número 1 del lagrimal, todos incluidos después en Mitos, el primer libro de poemas de Francisco.
No cabe dudas que uno de los propósitos tácitos de la revista era dar a luz estas composiciones, sin correr el riesgo de un rechazo, que seguramente su autor habrá sufrido antes más de una vez. Pero el resultado fue sorprendente: utilizando el canal del lagrimal, Francisco se hizo conocido no sólo en Rosario, sino en todo el país y Latinoamérica, y aunque ello se dio principalmente dentro de la cultura underground, recibió también elogios de varios literatos consagrados. Y esto se consiguió en sólo dos números.
Lectura de Elvio Gandolfo
Evidentemente, la revista le daba a esos textos un contexto extremadamente favorable, al aparecer Francisco junto a figuras como Yeats o Juan L. Ortíz, cuya publicación algo después por parte de la Editorial Biblioteca “Constancio C. Vigil”, de Rosario, causaría una conmoción en el mundo literario central.
Yeats, fundador de la poesía moderna en lengua inglesa, pero ignorado prácticamente en la Argentina; Juan L. Ortíz, poeta del Interior de una calidad que no justificaba su hasta entonces lugar preterido en el canon central, y Francisco, poeta desconocido; eran, naturalmente, homologables en ese plano, y, en cierta medida, el lagrimal consiguió hacer verosímil esa homologación.
Y consiguió hacerlo porque el descubrimiento de autores y textos mal considerados por la cultura oficial era uno de sus propósitos, ciertamente más revulsivo -más calladamente revulsivo- que las manifestaciones en contra, por ejemplo, de la invasión a Santo Domingo. Esta postura de develamiento fue llevada por la revista hasta su último día.
En cualquier caso, nada de esto hubiera ocurrido si los poemas de Francisco no hubieran tenido algo que justificara esa sobreviniente atención. En primer lugar, se sostenían sobre un lenguaje referencial y llano, ni siquiera ostentaban una postura coloquial. Es decir: no se expresaban en un lenguaje “popular” (si es que existe tal cosa), sino que usaban una lengua directa, que se valía de referentes comunes, no “prestigiosos” poéticamente. Que esto lo hubiera tomado Francisco de Nicanor Parra, o de Cardenal, es cosa de los críticos, pero concordaba con las tendencias del lector rosarino. Y había, además, el tono narrativo, que sustituía al lirismo convencional, y dispensaba al poeta de tener que “hablar como un poeta”. Lo lírico ahora estaba en que la narración no era como una narración en prosa: dejaba muchos conos de sombra, que producían una impresión misteriosa, equivalente del efecto que antes se conseguía con las metáforas.
El resultado, en todo caso, era manifiestamente original, y así lo vieron los lectores de todo el continente.
Al año siguiente, 1969, la dictadura de Onganía recibió un claro repudio popular en los sucesos emblematizados por el Cordobazo. En Rosario, esas manifestaciones fueron incluso anteriores a aquel suceso, y varios miembros de la revista participaron en ellos, no como militantes, sino como simples ciudadanos unidos por un repudio común al autoritarismo. Eso trajo consecuencias en el contenido de la revista, a partir del número 5, pues se le dio lugar a textos más politizados aunque de gran calidad. Como esa politización era coherente con la de sus redactores, y como éstos no eran cuadros de organizaciones, sino que formaban parte de una masa hasta que hasta el momento no había mostrado su indignación, pero que ahora sí se animaba a hacerlo, esta novedad no rompió el tono de la publicación; más bien amplió su espectro.
Esta tesitura continuó hasta que la revista concluyó su primera etapa, a fines de 1970. Elvio se trasladó al Uruguay, y Francisco no tenía la capacidad de editarla sin su ayuda, pero encontró una alternativa en la publicación de plaquetas (una hoja impresa plegada), que le sirvió para mantener la atención del ambiente sobre el grupo. En 1972 otro de los integrantes, Hugo Diz, publicó con el sello de la revista su libro “Algunas críticas y otros homenajes”, cuyos poemas marcaban una continuidad con el estilo de Francisco, aunque tenían características propias bien marcadas. Con dos puntos ya puede marcarse una línea, y eso fue lo que muchos, sobre todo en Buenos Aires, percibieron.
Sin embargo, hasta ese momento el lagrimal era considerada una “revista de Rosario”,es decir, una producción periférica. Pero la unión de este último carácter y su evidente calidad era, precisamente, lo que llamaba la atención.
Esta situación adquiriría otra naturaleza cuando Elvio regresó en 1973, y se decidió reanudar la publicación. Enseguida pudo comprobarse que el prestigio de el lagrimal seguía intacto, pero además de las colaboraciones locales y de los levantados de revistas remotas, ahora existía un buen grupo de escritores centrales, como Haroldo Conti y Osvaldo Soriano, que consideraban digno de ellos el aparecer en las páginas, con obras de creación, o como objeto de críticas literarias. Esto no había ocurrido nunca, prácticamente, con ninguna otra publicación del Interior, hasta ese momento. El lagrimal comenzaba ser parte de la cultura central, a pesar de editarse en Rosario, en concordancia con otros fenómenos, como la popularidad de Fontanarrosa o Angélica Gorodischer (Hortensia, de Córdoba, entra dentro del mismo fenómeno).
Aunque Francisco siguió editando dentro de su propio sello editorial, Diz, más atrevido, logró establecer contactos que lo llevaron a aceptar una propuesta de Schapire, una editorial de Buenos Aires. Tratándose de un libro de poesía, esto parecía sencillamente, milagroso, y se unía a publicaciones de narrativa rosarina como la de Gorodischer o Juan Carlos Martini (también integrante de la revista).
En ese marco, yo publiqué en 1975 “Aventuras con usted”, mi segundo libro, que también sigue una linea poética semejante a las de Francisco o Diz, y también con particularidades propias. Ya mi primer libro, “Muy muy que digamos”, de 1967 y por ende anterior a la aparición de el lagrimal era muy afín a esta corriente -y quizás fue una de las justificaciones a mi ingreso-, que cada vez se perfilaba mejor. En realidad, cuando publiqué aquella obra temprana, yo no tenía nada claro el por qué de sus méritos; no fue casual que lo entendiera sólo después de años de trabajar dentro de la revista de los Gandolfo.
Todo esto demuestra que la democratización que había comenzado en los ‘60 y había florecido plenamente en la primera mitad de los ‘70 no alcanzó solamente a los individuos, sino que se extendió a las zonas geográficas antes desposeídas de voz autorizada: el centralismo empezaba a derrumbarse.
Pero en 1976 sobrevino el golpe
Aunque la revista no sufrió persecución directa por parte de los militares del Proceso, la represión general al ámbito cultural, donde era imposible realizar cualquier proyecto que tuviera alguna trascendencia, determinó su desaparición. El impulso democratizador, naturalmente, se detuvo, y pudo entonces instalarse una recuperación de la centralización.
Es revelador la forma en que esto se produjo. Desde luego, no fue realizado explícitamente. Tampoco intervinieron en ello los elementos más típicamente reaccionarios. Fue la tentativa de salvar del naufragio total a la cultura por parte de los elementos centrales, la que ofrendó como implícito sacrificio el retorno de manifestaciones como el lagrimal a su inicial lugar en la periferia.
En 1980 el Centro Editor de América Latina estaba concluyendo su historia de nuestra literatura en fascículos, y decidió publicar una serie de reportajes a figuras literarias, como una continuación del proyecto. Francisco fue uno de los elegidos. El reportaje abunda en respuestas simpáticas y un tanto excéntricas, que encantaron al conjunto de los lectores. El problema estaba en que la imagen que transmitían del autor se colocaba muy cerca de la tipicidad. Pero Francisco no era, en realidad, ese viejito bonachón e ingenuo, una especie de Aduanero Rousseau rosarino, cuya imagen parecía dar ese reportaje. Era, desde luego, y como todo artista, una persona compleja y, como lo sabían sus hijos, no invariablemente agradable en sus reacciones.
Por desgracia, Francisco no era suficientemente consciente de los mecanismos de su creación poética, sobre todo ahora que Elvio no lo veía cotidianamente. Pronto también emigraría Sergio, agravando el problema. Paulatinamente, su poesía se fue alejando de las características descriptas antes, para desarrollar un “discurso de contenidos”, consistentes en opiniones del poeta sobre el mundo, aunque a veces, su apariencia pareciera continuar recurriendo al viejo estilo.
Con la poesía de Diz el problema fue aún mayor, por la explicitud de su temática política. Tras varios libros aun representativos de la corriente, Diz comenzó a probar nuevos rumbos: escribió tres libros en lunfardo, olvidando la certeras afirmaciones de Borges (“nadie dice minushia, cafishio; su uso es caricatural”) y más tarde se entregó al cultivo del “aforismo”, donde los textos constituyen también opiniones del autor, formuladas apodícticamente.
“Carne de la flaca”, publicado en 1978, fue mi tercer libro. Recibió una crítica favorable en La Nación, que después se supo que era de Hermes Villordo. Esto, un par de años antes, hubiera sido casi consagratorio, pero ahora constituía sólo un vestigio de aquel intento de superación del centralismo de los primeros ’70. Pasó desapercibido. Lo mismo aconteció con mi siguiente obra, “A la intemperie”, también comentada por Villordo -esta vez con su firma-, publicada en 1982, a pesar de que la dictadura se encontraba ya en retirada. Ese mismo año, Sergio publicó su hasta ahora único libro de poemas, “Escuchen”, quizás el logro más perfecto de la estética de el lagrimal, que ni siquiera recogió crítica alguna.
Elvio logró una inserción importante en el mercado editorial, pero sólo sobre la base de la literatura de género -algo así ya había pasado con Gorodischer-. Sus posiciones críticas tampoco coincidieron ya con lo sostenido en la época predictatorial: lo político se esfumó, y la persona del poeta, antes interlocutor del lector, tendió también a desaparecer, en la búsqueda de una “no poesía”.
Aunque tanto Francisco como yo seguimos publicando algo más con el sello, la significación de esos textos, de acuerdo a su repercusión, volvía a inscribirse en la periferia. La hostilidad hacia la poesía política, que ha sido descripta en otro texto de este Apéndice, perjudicó mis poemas; en cuanto a él, incrementó esa imagen “típica”, que seguía construyéndose. Por otra parte, Francisco decidió abrir la colección a otros autores, lo que le quitó identidad a ésta, ya que la estética de los ahora incluidos no tenía nada que ver con la originaria.
Posteriormente, El lagrimal siguió gozando de la consideración que se tiene por los muertos; de hecho, la Biblioteca Nacional editó una edición facsimilar, circunstancia que no hubiera tenido lugar con ningún producto periférico. Pero las producciones subsiguientes de los antiguos integrantes no fueron más consideradas como centrales.