A ciento cuarenta años de “Bola de Sebo”
Un tratado antibelicista, una disección a la sociedad capitalista, los sacrificios de las clases subalternas, el egoísmo; son las claves de lectura que a lo largo de la historia la crítica le concedió al cuento de Guy de Maupassant. Ficción que hoy reabre nuevos sentidos, otorgándole en consecuencia el digno nombre de clásico.
Por Flavio Zalazar/El Furgón
“¡Si cultivaran la tierra, al menos, o si trabajaran en los caminos de su país!…” Refiere uno de los personajes del cuento insignia de Las veladas de Médan, entrega colectiva que en el año 1880 se editara en París, y firmado por un joven administrativo de la armada francesa, amigo de Zola y ahijado de Flaubert. La alusión se devela inmediatamente al proseguir la voz de la señora Follenvie, en la diligencia que corta los campos normandos, “¡Estos militares no son provechosos para nadie! El pobre pueblo los alimenta para que aprendan a asesinar. Yo no soy sino una pobre mujer, una vieja sin educación, es verdad, pero al ver que se estropean el carácter en patear de la mañana a la noche, me digo: ¡cuando hay personas que hacen tantos descubrimientos para ser útiles, es necesario que otros se den tanto trabajo para ser nocivos! Verdaderamente, ¿no es una abominación matar gente, sean prusianos, o bien ingleses, o bien polacos o franceses? Si uno se venga de alguien que lo ha perjudicado está mal, puesto que lo condenan; pero cuando exterminan a nuestros muchachos como presas de caza, con fusiles, está bien, puesto que dan condecoraciones al que destruye más. No, créame usted, ¡nunca comprenderé esto!”. Notaba la mujer la congoja de un espectáculo, el de la guerra y lo hacía frente a un circunstancial grupo de pasajeros que junto a su marido recorrían la zona ocupada por el enemigo. Además de ellos viajaban una pareja de advenedizos, dos monjas, un político republicano, un matrimonio proveniente de la nobleza y “Bola de Sebo”, la prostituta.
Apetitosa como una manzana, o mejor, un bocado de manteca, “poseía, según se decía, cualidades inapreciables”; al reconocerla en el cubículo corrieron las murmuraciones entre las mujeres honradas, disipándose por completo a la hora del surtido de provisiones por parte de la insinuada: “por fin, cuando se encontraban en medio de un valle interminable, sin un solo pueblo a la vista, Bola de Sebo, agachándose rápidamente, sacó debajo del asiento una gran canasta cubierta por una servilleta blanca”. No era posible comer los suministros de esa muchacha sin hablarle, reflexionaron las señoras. Y así lo hicieron.
El convoy siguió su camino, hasta encontrarse frente la ciudadela que servía de posta y control de la ocupación prusiana. En el mismo momento que sus ocupantes bajaron a descansar se escucha una voz: “-¿La señorita Elisabeth Rousset? Bola de Sebo se estremeció; se volvió:
-Soy yo.
-Señorita, el oficial prusiano quiere hablarle inmediatamente.
Y de esta manera, no sin zozobras, Bola de Sebo asume el sacrificio.
Al reiniciar el carruaje la marcha, los compañeros de viaje parecían no verla, no conocerla, “-Felizmente, no estoy al lado de ella. Deslizó la señora Loiseau…”
“Bola de Sebo no se atrevía a alzar los ojos. Se sentía al mismo tiempo indignada contra todos sus vecinos y humillada por haber cedido, mancillada por los besos de ese prusiano entre cuyos brazos la habían arrojado hipócritamente.”
El relato culmina con el pasaje quitándole la palabra a la heroína, el político Cornudet silbando La Marsellesa “y Bola de Sebo llorando…”
A referencias de un clásico
A Maupassant el éxito del cuento le valió dejar el empleo público y vivir de su escritura, concentrándose en la narrativa y la actividad periodística de los grandes diarios europeos. Su producción en general, y este texto en particular, evitan el encasillamiento de una estética o un género porque arde bajo la luz del lector moderno.
Tanto es así que si en el siglo pasado pudo ser leído contrario al militarismo, a modo de paráfrasis social, o como la inequidad que reviste el capitalismo; hoy adquiere otro significante más, el de una perspectiva de género, es decir, Bola de Sebo mujer.
Vuelve entonces la imagen de un viejo concepto, el de entender lo clásico no en obediencia a una tradición, línea o prescriptiva; sino al albor de un nuevo ideario.