jueves, octubre 3, 2024
Por el mundo

Haití, había una vez un país

“Había una vez un País / Había una vez una Ciudad / Pero dónde pero dónde /
Pero dónde / Mi memoria tiene tanto dolor / de garganta”
.

Anthony Phelps

 Por Jorge Montero/El Furgón –

Doscientos veintiocho años atrás, en Sainte Domingue, la más rica colonia de Francia, comenzó la insurrección popular contra la esclavitud y el colonialismo, y estalló una gran revolución, la primera de este continente. Los explotados pelearon con una abnegación y un heroísmo ejemplares, derrotaron a los franceses, los españoles y los ingleses, y finalmente vencieron al ejército de Napoleón -el conquistador de Europa-, en la batalla de Vertieres, que no se estudia en las escuelas latinoamericanas. Los revolucionarios aprendieron a considerarse personas completas, a sentir y ejercer la libertad, a procurarse la justicia por sí mismos, a organizarse en ejércitos y fundar un país al que llamaron Haití, a constituir una república y dotarse de una Constitución superior a la de Estados Unidos, que establecía que todas las personas nacen y son libres, y no pueden ser esclavizadas.

“Todos los ciudadanos, de aquí en adelante, serán conocidos por la denominación genérica de negros”. Cita el artículo 14 de la Constitución haitiana de 1805, promulgada por Jean-Jacques Dessalines sobre los borradores redactados por Toussaint Louverture en 1801, pero cuya institucionalización tuvo que esperar a la Declaración de la Independencia, con Toussaint ya muerto en las cárceles napoleónicas.

En vez de celebrar su lucha e independencia, reparación histórica que se merece Haití -ya que nunca recibirá la reparación económica a la que tiene derecho por el saqueo mediante el tributo a que fue sometida después de su emancipación-, los latinoamericanos nos debatimos entonces y ahora por los engendros del 500 aniversario del “descubrimiento”, o del “encuentro de las culturas” -que es casi lo mismo-, mientras ganaba terreno la idea espuria de que somos “iberoamericanos”.

“Cuando es muy pesada una cruz / Cuando algo pesa demasiado / para las fuerzas de un blanco / Llaman a un negro para que cargue / Después bailamos cantamos / tocamos el tambor / tocamos el bambú / Nuestra espalda es muy ancha / Cargamos la cruz, cargamos el fusil, / cargamos el cañón /ayudamos al blanco / cargamos sus crímenes / cargamos los pecados / cargamos por todos”. Felix Morisseau Leroy

En verdad Haití nos viene mostrando desde hace mucho tiempo el precio tan alto que está pagando la humanidad por el dominio del imperialismo estadounidense a escala mundial, por el carácter parasitario, centralizador, excluyente y depredador del medio que está en la naturaleza misma del capitalismo actual, al mismo tiempo que por el retroceso general de las luchas de clases y de liberación nacional. Los desvergonzados que le regatean a Haití la reducción de sus deudas le impusieron la liberación del comercio que acabó con la producción local de alimentos, obligándolos a gastar la mayoría de sus magros ingresos en importarlos y llenando las ciudades de menesterosos. En 1802, bajo el gobierno de Toussaint, los haitianos producían dos tercios del azúcar que producía la colonia; poco más de dos siglos después Haití está obligada a vivir, fundamentalmente, de las remesas que envía la multitud de sus hijos emigrados. Tres de cada cuatro haitianos logran menos de dos dólares diarios para sobrevivir.

Su soberanía nacional ha sido conculcada por la sangrienta ocupación militar estadounidense de 1915-1934 y por el control o la influencia decisiva sobre sus gobiernos a lo largo del siglo y el dominio neocolonial sobre el país. Otra vez Estados Unidos invadió y ocupó Haití en 1994-1996. Después del golpe de estado de 2004, que derrocó a Jean-Bertrand Aristide, las Naciones Unidas desplegaron allí una fuerza de ocupación militar permanente: la Minustah (Misión de las Naciones Unidas para la estabilización de Haití), con contingentes de Brasil, Argentina, Bolivia, Uruguay, Chile, entre otros países. Que no ha ayudado en nada respecto a los gravísimos problemas sociales del país, pero ha cometido crímenes y violaciones contra la población haitiana.

“Como la contradicción de los rasgos / se resuelve en la armonía del rostro / proclamamos la unidad del sufrimiento / y de la rebelión / de todos los pueblos en toda la superficie / de la tierra / y mezclamos el cemento de los tiempos / fraternales / en el polvo de los ídolos”. Jacques Roumain

Desde el pensamiento del presidente estadounidense Thomas Jefferson: “De Haití proviene la peste de la rebelión”, a la “diplomacia de las cañoneras”, o las “guerras de cuarta generación” de Donald Trump; han transcurrido más de doscientos años y han cambiado muchas cosas. Pero la verdad es que el recurso a la agresión y la intervención, el uso de la fuerza sin respeto alguno al derecho de los pueblos, son una constante en la política de los Estados Unidos hacia nuestro continente.

La palabra “humanitaria” se instaló y se ha repetido hasta el cansancio en los medios de comunicación y en la prosa oficial. “Ayudas” de los poderosos a los mismos que han despojado históricamente de casi todo. Bombardeos contra escuelas y hospitales, bloqueos económicos, agresiones a países e intervenciones armadas, han portado el apellido “humanitario”.

Ayer fue el terremoto que asoló Haití y causó la muerte de más de 222 mil personas, el desembarco de militares estadounidenses ocupando las calles de Puerto Príncipe y otras ciudades, unos 5.400 millones de dólares -el 89,8% de la “ayuda” económica- canalizados hacia los bolsillos de empresas estadounidenses textiles, mineras y del turismo; o de las ONG de los países donantes -como la “Clinton Foundation”-. Hoy es la frontera colombo-venezolana y el intento por destruir la Revolución Bolivariana.  La verdad es que “ayuda humanitaria” es una de las expresiones más infames de la lengua prostituida y al servicio de la dominación más sucia, que hoy predominada en el sistema totalitario de información y formación de la opinión pública que llamamos medios de comunicación, y se repite hasta el cansancio por los cómplices y por los tontos.

“Haití innegable, brillantemente / ha encarnado los grandes ideales de justicia, / de dignidad y libertad / Haití de pie sola en esa época, / dolorosamente sola, / patéticamente sola frente al orden esclavista / Haití rompedora de cadenas / Haití violadora de tabúes / Haití ladrona del fuego sagrado / Haití prometeica de gestuales subversivos / y de gritos de audacia”. Frank Etienne

El 12 de enero de 2010, varios cientos de médicos cubanos trabajaban por todo Haití, en tareas gratuitas que se venían realizando desde 1998 y se extendían a otras áreas de la vida del país. Ante el atroz sismo los cubanos proveyeron la primera atención sanitaria. Cuba ejerce una solidaridad real con su vecino más cercano -en su Escuela Latinoamericana de Medicina de Cuba, también gratuita, se graduaron ya mil cien médicos haitianos-, una relación entre seres humanos, eficaz, fraternal y respetuosa del gran pueblo que la recibe.

La verdad es que Cuba puede ser solidaria con Haití y con incontables pueblos del planeta, porque mantiene su revolución socialista, ha formado un pueblo que tiene capacidades extraordinarias y no se deja ganar por el egoísmo y el afán de lucro, posee un nivel de conciencia política realmente admirable y tiene una organización social y estatal muy fuerte.

También una economía fundada en la solidaridad definió el enfoque de la Revolución Bolivariana en el Caribe. Si los países caribeños prosperan, entonces Venezuela prosperaría a su vez. La prueba de esta generosidad se produjo el 2010, cuando el gobierno de Hugo Chávez decidió no sólo cancelar la deuda de Haití después del terremoto, sino que además aportó fondos para la reconstrucción. “No fue Haití el que tenía una deuda con Venezuela”, dijo Chávez en ese momento, sino que “Venezuela tenía una deuda con Haití”. Hacía referencia a los sucesos de 1815, cuando el presidente haitiano, Alexandre Pétion, le dio refugio a un derrotado Simón Bolívar y lo armó para que regresara al continente y liberara a la Gran Colombia (las vastas tierras del norte suramericano). Bolívar, por su parte, le había prometido a Pétion que emanciparía a los esclavos africanos en la Gran Colombia. Esto es lo que él hizo. Sin la demanda de Pétion ni la victoria de Bolívar, Chávez, cuyos ancestros habían sido esclavizados, dijo en una visita a Haití en 2007: “Yo no estaría aquí”. Desde ese mismo momento, Venezuela proporcionó más de 4 mil millones de dólares en petróleo, a través de Petrocaribe.

“Yo hablo de la noche en que la estrella fue herida / Ahora que el día se instala, vean como un pueblo / recién nacido, portador de brasa y de verdor, vean / cómo un pueblo recién nacido desciende / las pendientes de la claridad. / Y yo, poeta y ciudadano, entro en la muchedumbre, / entre los fuegos de dicha y el canto de los / estandartes”. René Philoctéte.

Con la llegada de Donald Trump a la presidencia estadounidense, se intensificaron las hostilidades contra la República Bolivariana, imponiendo severas sanciones económicas contra el gobierno de Nicolás Maduro. Haití ya estaba atrasado en sus pagos a Venezuela, pero las sanciones de Washington, le dieron la excusa de oro para incumplir con sus compromisos. Y el acuerdo de Petrocaribe con Haití se terminó de hecho en octubre de 2017.

La vida en el país caribeño, que ya era extremadamente difícil, se volvió insostenible. Ahora, cerrado el grifo del crudo venezolano, comenzó el trabajo sucio del Fondo Monetario Internacional (FMI). Le ordenó al presidente Jovenal Moise, cortar los subsidios a los combustibles y subir el precio del gas, lo que intentó hacer el 6 de julio de 2018. El resultado fue una explosión popular que duró tres días y anuncio de la revuelta que hoy atraviesa el país.

Simultáneamente, el movimiento de masas comenzó a plantearse el interrogante de qué había pasado con los 4.000 millones de dólares en ingresos petroleros que Haití había recibido en la década anterior. Una multitud cada vez más exacerbada interrogaba: “¿Dónde está el dinero de Petrocaribe?” Esos fondos debían financiar hospitales, escuelas, carreteras y otros proyectos sociales, pero la población no ha visto nada. Las investigaciones confirmaron su apropiación y despilfarro por parte de la burguesía haitiana.

La gota que colmó el vaso fue la traición de Jovenel Moise contra la República Bolivariana cuando su solidaridad había sido ejemplar. El 10 de enero de 2019, durante una votación de la Organización de Estados Americanos (OEA), Haití votó a favor de una moción impulsada por Washington para condenar a Venezuela y declarar a su mandatario, Nicolás Maduro, “ilegítimo”, a pesar de haber obtenido más de dos tercios de los votos en las elecciones de mayo de 2018.

El pueblo haitiano ya estaba furioso por la corrupción generalizada, hambriento a causa de la inflación y el desempleo, y frustrado por años de falsas promesas, violencia y humillación militar extranjera. Pero esta traición cínica del presidente Moise y sus acólitos, que intentan obtener la ayuda estadounidense para sostenerlos en una coyuntura que los pone cada vez más en riesgo; desataron un huracán político que está socavando el pútrido edificio político y económico construido en Haití por el imperialismo y sus secuaces de las clases dominantes locales.

“Nos depositamos sobre nuestra sangre / sin acordarnos de que en otros corazones el mismo líquido ardía / o se derramaba combatido y combatiendo. / ¿Qué silencios nos queda por recorrer? / ¿Qué senderos aguardan nuestro paso? / Cualquier camino nos inspira la misma angustia, / el mismo temor por la vida. / Nos mutilamos al recogernos en nosotros, / nos hicimos menos humanidad. / Y ahora, / solos, / combatidos, / comprendemos que el hombre que somos / es porque otros han sido”. Jacques Viau

La verdad que nos hace palpable Haití es que sólo son respetados y salen adelante los pueblos que hacen revoluciones, logran liberarse, cambiarse a sí mismos y constituir gobiernos de las grandes mayorías muy fuertes, para ser capaces de vencer a sus enemigos y de realizar tareas casi imposibles, para ser sociedades viables que repartan entre todos el bienestar y la dignidad. Que del sistema capitalista no se puede esperar otra cosa que explotación, opresión, despojo, agresión, mezquindad y desprecio.

Que el imperialismo estadounidense es el campeón mundial en todas estas prácticas. Que sólo la solidaridad internacionalista -como la que brindó Haití a Bolívar hace 203 años- les dará fuerzas suficientes a los pueblos de nuestra América para defenderse con éxito y para cambiar el mundo y la vida a favor de los de abajo. Que tenemos por delante un prolongado camino de combates y arduos trabajos, y sólo la unión de los explotados y oprimidos y las alianzas entre los que estén dispuestos a conquistar la definitiva independencia, nos dará la victoria.

La resistencia del pueblo hermano de Haití, igual que ayer nos mostró el camino hacia la libertad y la justicia, hoy nos aclara, con sus entrañas destrozadas pero su dignidad incólume, las verdades fundamentales que deberíamos aprender y practicar.

“Más allá de las viñas naufragadas / más allá de las casas reventadas / y de los sueños esfumados, / más allá de los ojos que todo lo perdieron, / más allá de las vidas que la lluvia humilló, / en la herida más viva del espíritu / la cicatriz va haciendo su obra de ternura: / los inocentes pájaros aprenden a cantar / de nuevo en el silencio de las gentes.” René Depestre.