Brasil, pedagogía de la indignación
“La gran vocación y la más grande aventura humana está en aprender a aprender,
en compartir el saber y en transformar las vidas personales y los mundos sociales,
por medio de un saber transformado en la acción, y una acción colectiva vivida como proyecto de transformación.”
Carlos Rodrigues Brandão (antropólogo y educador brasileño).
Por Jorge Montero/El Furgón
El 2 de febrero el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, dio inicio a las obras del futuro colegio cívico-militar de São Paulo, en el marco del programa lanzado por su gobierno para impulsar este tipo de instituciones en el país sudamericano.
La concreción de este establecimiento paramilitar, a inaugurarse en 2022, resulta de la asociación entre el Gobierno federal y la Federación de Industrias del Estado paulista (Fiesp), la patronal más poderosa de Brasil. Según las mentes afiebradas del régimen fascista presidido por el ex capitán del ejército, la ‘propuesta educativa’ pasa por inaugurar más de 200 centros de este tipo en todo el país antes de la finalización del mandato presidencial de Bolsonaro.
Durante su discurso, el líder de la ultraderecha brasileña no se privó de criticar a los estados nordestinos por negarse a implantar las escuelas cívico-militares en sus regiones. “Ocho de los nueve gobernadores del nordeste no aceptaron la escuela cívico-militar. Para ellos, la escuela va muy bien, formando militantes y desinformando, lamentablemente”, embistió el jefe de Estado; acompañado en el evento por el ministro de Educación, Abraham Weintraub y la nueva secretaria de Cultura, la actriz de TV Globo, Regina Duarte.
“Uno de los objetivos para sacar a Brasil de las peores posiciones en las clasificaciones educativas internacionales es combatir la basura marxista que se ha extendido en las instituciones educativas”, escribió Jair Bolsonaro en Twitter en vísperas de su asunción presidencial. La guerra estaba declarada.
Para el gobierno fascista la batalla ideológica comienza por la retirada del legado del pedagogo y filósofo Paulo Freire de los centros educativos, que, según el presidente brasileño y vastos sectores conservadores, convierte a los estudiantes en “militantes políticos”. Paulo Freire, que murió en 1997, fue uno de los educadores más influyentes del siglo XX y fundador de la ‘pedagogía de los oprimidos’.
Los conservadores declaran anatema sobre sus enseñanzas ya que anima a explotados y oprimidos a cuestionar valores tradicionales como la familia, la iglesia y la propiedad. En su campaña electoral, Bolsonaro dijo que quería “entrar al ministerio de Educación con un lanzallamas para eliminar a Paulo Freire”, en un remedo del accionar de la inquisición.
La educación popular nace en América Latina como pedagogía de ‘los oprimidos’, que comprendiendo las razones de su opresión se organizan para enfrentar a la explotación capitalista e imperialista. Al caminar se transformó además en pedagogía de ‘las oprimidas’ y de quienes sintiéndose vulneradas por el patriarcado, enfrentan su dominación; entrelazándose rápidamente con experiencias de descolonización cultural de más de cinco siglos de resistencia indígena, negra y popular. Una pedagogía de la rebeldía, de la esperanza, de la libertad. Una pedagogía que tiene en su horizonte el socialismo, no como calco ni copia, sino como creación heroica de los pueblos, tal como lo concibiera José Carlos Mariátegui.
El ataque a mansalva del presidente Bolsonaro contra el contenido de la cadena pública TV Escola, y el cese de su señal que difundía desde 1996 contenido para estudiantes y profesores, sirviendo además de herramienta de la educación a distancia, no deja dudas: “Era una programación totalmente de izquierda, ideología de género, dinero público para la ideología de género; así que tiene que cambiar, dentro de cinco, 10, 15 años se va a ver el reflejo (…) los tipos están desde hace 30 años, hay muchos formados en base a la filosofía de vida de Paulo Freire, ese energúmeno, ídolo de la izquierda”.
La ‘pedagogía de los oprimidos’ también había entrado en colisión con quienes, desde el comando del Partido de los Trabajadores (PT), imbuidos por políticas de conciliación de clases, realizaron durante sus administraciones prácticas con fuertes componentes de asistencialismo y clientelismo; promovidas fundamentalmente desde espacios gubernamentales, ONG’s e iglesias, con el objetivo de ‘contener’ y de ‘adaptar’ a los sectores sociales excluidos, en una inclusión subordinada. Una contención que funciona en clave de disciplinamiento, reduciéndose la formación a propuestas de entrenamiento en algunos saberes necesarios para la supervivencia; que en no pocos casos son mecanismos de multiplicación de la explotación, de la extracción de plusvalía, e incluso de autoexplotación; prácticas profundamente desmovilizadoras. Freire había sido taxativo: “Siempre que se considere el futuro como algo dado de antemano (…) no hay lugar para la decisión, para la lucha, para la educación, sólo para el adiestramiento”.
Paulo Freire ha sido y es un referente para la pedagogía mundial, traducido ya a una innumerable cantidad de idiomas como innumerables son los reconocimientos que ha recibido en todo el mundo. Hoy es leído en Palestina, en India, en Angola, en Mozambique, en numerosos países europeos, en América Latina toda; sus obras se encuentran en las bibliotecas de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). En Argentina, Freire fue uno de los autores censurados por la dictadura militar. Su ‘Educación como práctica de la libertad’ y su ‘Pedagogía del Oprimido’, fueron material básico para las campañas de alfabetización que encararon numerosos militantes por el socialismo en el país durante 1974 y 1975. Luego estos materiales fueron leídos clandestinamente en la noche oscura del terrorismo de Estado, por compañeros y compañeras sobrevivientes, en sus intentos por formarse y organizar formas incipientes de resistencia.
Prisión y exilio decretados por la dictadura militar brasileña -la misma que hoy reivindica Jair Bolsonaro– expulsaron a Freire hacia Bolivia primero y a Chile después. Dieciséis años de destierro lo llevaron por Asia, Oceanía y África. Tal vez la experiencia más reveladora de su extenso peregrinaje haya sido el contacto directo con Amílcar Cabral, el dirigente revolucionario de la Guinea portuguesa que organizó la liberación armada de su pueblo y que, con la colaboración militar cubana, derrotó al colonialismo portugués en 1973. Y de quien aprenderá, según sus palabras, a ponerle el cuerpo a la revolución. Experiencia que plasma en las ‘Cartas a Guinea Bissau’, donde Freire nos transmite que el socialismo es posible y nos llama a construirlo desde abajo.
Pero tal vez el riesgo más grande afrontado por el educador, no hayan sido la cárcel, las persecuciones o el exilio, del que retorna en agosto de 1979, sino la victoria electoral del PT en el municipio de São Paulo en 1988. La primera alcaldesa y de izquierda en Brasil, Luiza Erundina, le ofrece la secretaría de Educación. Freire se conmocionó. “Tuve dudas, recelos, alegrías, noción del deber, esperanzas, sueños, gusto por el riesgo, necesidad de ser coherente con todo lo que hasta entonces había escrito y dicho sobre educación, confianza en mi partido, el PT”. Era la posibilidad concreta de realizar cambios estructurales en el sistema educativo local. ¿Cuáles serían sus límites? ¿Sería absorbido por la burocracia estatal? ¿Perdería el respeto de los educadores revolucionarios? Por otro lado “si no lo hacía, tenía que retirar todos mis libros de las imprentas, dejar de escribir y callar hasta la muerte”.
Paulo Freire acudió al llamado de la historia. Su intento duró casi dos años y logró plasmar varias de sus ideas; pero entendió que el sistema no podía contener su proyecto y decidió retirarse –“comienzo a sentir la falta de convivencia con mis libros, con mis lecturas, por eso mismo pienso volver a casa”- para regresar al Brasil de abajo, el de los explotados y oprimidos. “Revisité todo el país, de norte a sur, hablé sobre todo con jóvenes curiosos de lo que pasó, de lo que hicimos antes del ‘64”.
Hoy Bolsonaro y sus acólitos quieren erradicar el legado de Paulo Freire. A cuál más brutal se suceden las cataratas de declaraciones de su gabinete: “Es una nueva era en Brasil. Muchacho viste azul y muchacha rosa”, afirma la ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, la pastora evangélica Damares Regina Alves. “El gobierno no tiene que educar a nadie, es la sociedad la que tiene que educarse a sí misma (…) las propuestas basadas en la idea de que el gobierno federal es el gran educador son las que hay que combatir hasta la muerte”, explica Olavo de Carvalho, guía intelectual de la familia Bolsonaro, quien desde su residencia estadounidense aboga en favor de las escuelas privadas, militares y religiosas. El ministro de Educación, Abraham Weintraub, economista del sector financiero, declara como prioridad combatir el “marxismo cultural” en las universidades. Su antecesor en el cargo el teólogo colombiano Ricardo Vélez Rodríguez ya había anticipado que “la idea de universidad para todos no existe”.
Multitudinarias protestas en defensa de la educación, producidas el 15 de mayo -Día de la Educación- a lo largo y lo ancho de los 27 estados de Brasil, catalizaron la amplia insatisfacción de la sociedad brasileña contra el gobierno fascista de Jair Bolsonaro. La resistencia al proyecto de destrucción de la educación y de las universidades públicas se transformó en plataforma de enfrentamiento contra las políticas conservadoras, excluyentes y racistas del gobierno.
La consigna más cantada “Bolsonaro, que papelón hay plata para las milicias y no para la educación” fue coreada por miles en São Paulo y Rio de Janeiro. Claudio Lorenzo, secretario general de la Asociación de profesores de la Universidad de Brasilia, señaló que “Este es un gobierno que tiene todas las características de los fascistas. El presidente y el ministro de Educación, son dos oscurantistas, están contra el saber crítico, atacan a los universitarios por puro macartismo”. Enardecido por las gigantescas movilizaciones, que sumaron más de dos millones de personas en unas doscientas ciudades brasileñas, el siempre dúctil mandatario la emprendió contra los manifestantes, mientras estaba de visita en Estados Unidos. “Idiotas útiles” los llamó, al tiempo que se le enredaba la lengua finalizando su discurso en Dallas, ante empresarios de la ciudad tejana, con una frase que seguramente quedará en los anales de su mandato: “Brasil y Estados Unidos encima de todos”.
Ahora, aprovechando la desmovilización popular, que la libertad de Lula da Silva y la expectativa puesta por el PT en las elecciones municipales de octubre de este año, han potenciado; Bolsonaro vuelve a lo que mejor sabe hacer: moverse en el caos y reaccionar con vehemencia cuando quedan en evidencia sus maniobras y las de su entorno. Acude a la violencia como método y como discurso. En doce meses de mandato no se cansó de reivindicar a la dictadura que asoló al país entre 1964 y 1985, y exaltar a los militares más sanguinarios como el presidente de facto Garratazú Médici o el torturador estrella del régimen, el coronel Brilhante Ustra, a quien rindió honores en el Palacio de Planalto. Atacando sin tregua a la prensa cuando es indagado sobre temas sensibles, como los delitos cometidos por su clan familiar encastillado en puestos claves del poder, entre ellos el asesinato de la concejala Marielle Franco.
Bolsonaro terminó el año como lo empezó. En pie de guerra contra la cultura, los colegios y universidades públicas, culpables del “adoctrinamiento ideológico” de izquierda en la enseñanza. Apostando a incendiar lo que queda en Brasil de la educación popular y la ‘pedagogía de los oprimidos’.
Sin embargo, el ejemplo de Paulo Freire está vivo entre los educadores brasileños, sus palabras siguen caminando –“El maestro, es necesariamente, militante político. Su tarea exige un compromiso y una actitud en contra de las injusticias sociales. Donde las injustas estructuras de una sociedad perversa empujan a los ‘expulsados de la vida’, el maestro/a debe caminar con una legítima rabia, con justa ira, con una indignación necesaria, buscando transformaciones sociales”-, y su lucha es puro presente.